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La cárcel os sienta tan bien

María José Pou

Sábado, 29 de abril 2017, 10:14

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Dicen los que saben de esto que la cárcel no hace mejores a las personas aunque su función sea la rehabilitación del delincuente y su capacitación para volver a vivir en sociedad sin constituir un peligro para ella ni para sí mismo. Imagino que ni sus bondades son absolutas, ni sus defectos, irreversibles entre otras razones porque, en el primer caso, no habría nadie en ellas y, en el segundo, la población reclusa cada vez sería mayor al sumar los nuevos residentes a los que están y no consiguen cambiar. Hay casos célebres de reconducción vital, como el Lute, que llegó a terminar la carrera de Derecho e incluso a ejercer, y otros, en cambio, que no solo no abandonaron su carrera delictiva sino que perfeccionaron la técnica y estrecharon lazos con criminales de todo el mundo.

Ahora bien, en el caso de algunos personajes relevantes de nuestro entorno consuela saber que, además de su mejora moral y quién sabe si espiritual, han conseguido una cierta recomposición personal que pasa incluso por el rejuvecimiento o la mejora de su imagen externa. Ya lo vimos con el torero Ortega Cano que dejó la prisión con un nuevo look. El tinte, el cambio de peinado, la perilla juvenil y el buen tono de piel dejaron con la boca abierta a quienes daban por hecho que su experiencia carcelaria, unida a los desaguisados familiares, lo estaban consumiendo. En el caso de Isabel Pantoja no fue tan beneficioso porque su salud le dio algún susto y obligó a su hospitalización, pero su puesta a punto nada más salir le ayudó a mostrarse espléndida ante sus seguidores en cuanto pudo volver a cantar o a justificarse en televisión. En cambio, Mario Conde aprovechó el tiempo en prisión para intentar remozar su deteriorada imagen, en este caso no su aspecto sino el perfil público que fraguaron sus tejemanejes en los tiempos de pelotazos y yuppies. Contó en sus memorias que daba clases gratuitas a los reclusos, quizás para lograr sardinillas que aprendieran del tiburón de las finanzas, pero desconocemos si llegó a enseñarles cómo no volver a entrar una vez que se ha salido. Sin tener 300.000 euros de fianza, como le ocurrió a él, se entiende.

El último en abandonar la cárcel con mejor aspecto que al entrar ha sido Carlos Fabra que recientemente publicó una foto suya en Internet. En ella vimos a un abuelito entrañable. Seguramente ya lo es para sus nietos y eso no hay quien se lo quite a los críos. Pero es curioso que al dejar las gafas negras, abandonar la gomina, perder algo de peso y sustituir el traje oscuro por el jersey azulón de pico, haya dejado atrás el parecido con algunos capos que tan poco le beneficiaba. Son casos en los que cierto retiro del mundanal ruido y de la escena pública pueden rebajar la mala imagen anterior o, al menos, mitigarla. Esperemos que no se trate solo del aspecto físico y que el paso por un lugar de soledad y un tiempo de castigo les haya hecho reflexionar.

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