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EL EFECTO DEPARDIEU

ÁLVARO MOHORTE

Domingo, 23 de abril 2017, 01:02

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Francia es el país de los galanes feos. Así como los italianos cuentan con la extraña subespecie de los cómicos acelerados que hablan a la carrera y trufan su interpretación de aspavientos y excesos gestuales, los franceses aportaron al cine un valor incuestionable, el cinematógrafo de los hermanos Lumière, pero también una peculiar concepción de la belleza masculina. Si se deja de lado a Alain Delon (que realmente tuvo sus mayores éxitos con producciones italianas como El Gatopardo o Rocco y sus hermanos), los artistas que realmente pueden llevar la etiqueta VQPRD (Vins de Qualité Produits dans une Région Délimitée de la France) tienen en común ser, en el mejor de los casos, poco agraciados. El rotundo y entrado en carnes Gérard Depardieu o el enjuto Vincent Cassel, son claros ejemplos de este fenómeno que, lejos de limitarse a la ficción, les ha emparejado con Carole Bouquet o la mismísima Monica Bellucci.

El fenómeno se inició para algunos con Jean-Paul Belmondo, un tipo narigudo, con el labio inferior descolgado y realmente muy flaco cuando saltó a la fama en 1960 con la película que se ha convertido en uno de los emblemas de la 'nouvelle vague', la oleada de directores franceses de los años 50 y 60 que conseguían encadenar películas estupendas y torros infumables.

El problema es que el título no te permite diferenciarlas de antemano porque, en general, suenan realmente bien y han sido pasto de las frases echas. Así le ocurre a los '400 golpes', pero, sobre todo, 'Al final de la escapada', en la que Jean-Luc Godard contaba tras la cámara la espera en varios apartamento de París de un ladrón de poca monta, Jean-Paul Belmondo, a que la policía afloje el cerco que ha organizado para atraparle... y no cuento más por si alguien se anima a verla y no sabe o no se acuerda de cómo acaba. Los últimos años hemos sido testigos de muchas huidas hacia adelante que han acabado mal, en la mayoría de los casos. Intentos de reflotamiento que, de tanto viento a favor que necesitaban, no había manera de darle una escapatoria.

Precisamente esta semana el juez certificaba el final de la patronal autonómica Cierval, después de 36 años de actividad y una agonía que arrancó hace casi una década con el desplome de la economía valenciana bajo el peso del ladrillo. Como tantas otras veces, se evidencia que no somos tan guapos como nos pensábamos.

Sin embargo, al tiempo que se cierra una puerta, como símbolo de un camino que se siguió y no encontró el destino al que se aspiraba, otra parece que se empieza a abrir en la patronal y en el economía. La CEV, la única con las cuentas en regla y una gestión austera, sustituye a la extinta Cierval y, después de un duro invierno, el Fondo Monetario Internacional mira de nuevo a España con buenos ojos y eleva su previsión de crecimiento al 2,7%. Y es que parece que, al final, tenemos nuestro atractivo.

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