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LA MALA PRÁCTICA DE OBVIAR LA EXCELENCIA

LA MALA PRÁCTICA DE OBVIAR LA EXCELENCIA

PABLO ROVIRA DELEGADO DEL PERIÓDICO MAGISTERIO EN LA COMUNITAT

Lunes, 10 de abril 2017, 23:36

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En enero de 1930 un docente explicaba en Magisterio cómo había mandado construir mesas planas, pues «el niño debe encontrarse en la escuela, a ser posible, igual que si estuviera en casa». La innovación no era material, sino metodológica: la creación en el aula de equipos de trabajo entre los escolares. Es sólo una anécdota, pero ilustra bien la razón esencial de la larga trayectoria que la llamada prensa pedagógica ha tenido en España: la difusión de las buenas prácticas educativas. Por eso, que la Conselleria prevea reconocer las buenas prácticas que desarrollan nuestros colegios me parece buena idea.

Incluso, me parecen adecuados los ámbitos que plantea la Administración: Educación inclusiva, Educación plurilingüe (¡cómo iba a faltar!), por la salud, para el desarrollo sostenible y en gestión y organización. Sin embargo, sorprende que la excelencia académica, o al menos la mejora de los rendimientos, no signifique otro de los ámbitos donde caben las buenas prácticas. Es curioso esta disociación entre lo que proporciona el éxito escolar al estudiante -la evaluación- y lo que será reconocido a las escuelas. No sorprende tanto si se observa cómo la excelencia ha dejado de ser una de las palabras tótem del discurso educativo.

Ese nuevo discurso oficial reduce el papel del estudiante en el desempeño educativo y así el escolar queda como paciente de las circunstancias. De origen, su nivel socioeconómico, y escolares, de cómo la escuela motive su aprendizaje. Ya no cabe el reconocimiento individual y así desaparecen los premios extraordinarios de Primaria, y sí el colectivo. Al conjunto de la escuela, cuando si algo han enseñado las buenas prácticas a lo largo de su historia es que su principal motor siempre han sido las individualidades docentes.

Dicho discurso se impregna, además, de la faceta sociopolítica de la escuela y la destaca. Ese poder que tiene para transformar la sociedad y con esa visión, la enseñanza obligatoria es un caramelo como para desaprovecharlo hablando de rendimiento.

La tercera pincelada es un deje que la izquierda educativa no termina de dejar atrás que es hablar de equidad y acallar la excelencia, como si hubiera contradicción cuando cada informe internacional conocido insiste en que ambos elementos pueden ir de la mano. Da igual. Reconocer la excelencia se entiende síntoma de desigualdad. Esta idea es una de los argumentos más dañinos para nuestros alumnos más desfavorecidos, que a fuerza de dogmatizar la igualdad, se cercenan las oportunidades.

Insisto: uno de los ámbitos clave de reconocimiento de buenas prácticas escolares es el de la excelencia, pues es al que se consagra el mundo académico. Podemos, como parece, olvidarlo en Primaria -y pagar las consecuencias- pero al avanzar, el propio sistema educativo la exige para acceder a la universidad o la FP, y son los méritos los que ordenan el acceso a la docencia.

Y sobre todo, porque sigue siendo una necesidad de mejora en nuestra escuela. La falta de excelencia es lo que nos saca los colores en cualquier comparación internacional. Y no por falta de materia prima, pues las capacidades de nuestros alumnos son similares a las de cualquier otro país. Lo acaba de destacar un informe de la Fundación Altades, una asociación murciana que trabaja con las altas capacidades: «Los mejores alumnos de Singapur van dos años y medio más avanzados que los alumnos excelentes de España, con los mismos años de enseñanza obligatoria, la misma edad y una inteligencia similar». Y la Comunitat Valenciana, a pesar de tener una normativa avanzada, es la autonomía con menor porcentaje de alumnos con altas capacidades detectados, según el Ministerio.

El programa electoral del PSPV-PSOE vaticinaba romper ese dogma histórico y planteaba proporcionar refuerzos municipales para los alumnos excelentes. El curso pasado se inició el pilotaje del programa Aprofundeix-CV que iba en esa línea. Participaron alrededor de 125 alumnos de Secundaria y Bachillerato y la evaluación del pilotaje fue buena. Pero de nuevo, la excelencia, que no destaque y con boca pequeña. Porque de las buenas prácticas, se queda fuera.

Y es una pena, porque no preocuparse de la excelencia tiene dos consecuencias. La primera es que cercena las oportunidades de nuestros jóvenes. La segunda, que nuestra escuela no exprime todo el talento de los valencianos. Además de mala práctica, es un mal negocio.

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