GASTRONOMÍA Y ORACIONES
Mª ÁNGELES ARAZO
Domingo, 9 de abril 2017, 00:00
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Mª ÁNGELES ARAZO
Domingo, 9 de abril 2017, 00:00
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Nadie podía imaginar que un concurso televisivo sobre gastronomía iba a despertar tanto interés en este país, que se halla con un índice de vergonzosa situación económica, plagado de comedores sociales. El concurso para premiar condiciones de 'cheff' disponiendo de cocinas soberbias y toda clase de productos, logró que su acepción diera pie a una sucesión de certámenes donde hasta escolares (bien seleccionados) han participado, acaparando la atención de un público incapaz d eseguir seriales dedicados a la música, la arquitectura o cualquiera de las Bellas Artes. Claro que si comer es lo nuestro para alegrar el estómago, echando la vista atrás, al pasado que es nuestra morada, resulta que desde hace siglos tuvimos la afición a los placeres de la mesa y hasta las órdenes monásticas la alentaron.
Las recetas de guisos conventuales que facilitaron los hermanos cocineros han sido y son materia de estudio. Entre estos eruditos de fogones, salsas y viandas mil sobresalió el monje Efrem Ernest Compte, que consiguió el doctorado en la Universidad de Princenton por el 'Costumari del Monasterio de Sant Cugat del Vallés', conservado en el Archivo de la Corona de Aragón, datado en el primer cuarto del siglo XIII. En este valiosísimo reflejo de una cocina, de una vida que aspiraba a la celestial, se detalla que los huevos eran tres diarios por individuo, cuatro para los priores y seis para el abad. Y a los huevos se añadían dos platos de hortalizas o legumbres, pescado y queso.
Es cierto que la carne estuvo prohibida por la Regla de San Bruno, y en los cenobios de los cartujos se compensaba con pescado, y para que nunca les faltase, el rey Martín el Humano concedió a la Cartuja de Scala Dei (hoy en ruinas, en la comarca del Priorat, Tarragona) el privilegio de adquirir primero que nadie la pesca de las barcas.
Fue la época en que los clérigos (buenos conocedores de la mezcla de turrones y malvasía) eran gruesos y felices hasta que les atacaba la gota, les caían los dientes y sus mejilla sse enrojecían hasta la exageración. Monjes de figura oronda, adormilados después de comer, cuando el rosario obligado se convertía en cantinela y nadie pensaba en penitencias.
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