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EL GESTO DE ALEN OMIC

HÉCTOR ESTEBAN

Viernes, 7 de abril 2017, 00:51

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Alen Omic es un jugador esloveno de origen bosnio. El gigantón de Unicaja de Málaga se marchó al vestuario con una toalla en la cabeza después de ser descalificado por los árbitros de la final de la Eurocup que el pasado miércoles se disputó en la Fonteta. Omic fue expulsado con el reglamento en la mano. Castigado a no jugar ni un minuto más por su deportividad. Esas cosas extrañas que rigen el deporte actual. Es triste que la honradez pase desapercibida. Que los valores que rebosan en un jugador no merezcan más espacio que la anécdota. Omic fue un espejo, un ejemplo que transitó casi desapercibido. Los medios de comunicación, que tenemos la obligación de contar lo que pasa, quizá también tengamos que reflexionar y dejar a un lado la gresca para honrar y darle titular a la nobleza. Para entender a Omic hay que empezar por el principio. Unicaja inició el partido con mando en el marcador. Dubjlevic se encargó de devolver el sosiego a la Fonteta desde el banquillo. Los valencianos iban por delante. En una jugada bajo el tablero, en una lucha entre pívots, los árbitros indicaron balón para Unicaja. Un tesoro en manos andaluzas para tratar de remontar. En Omic pesó mucho más la honradez que la picaresca. Leal a sus valores. El jugador, sin dudar, se dirigó al árbitro y le dijo que el balón lo había tirado fuera él. La posesión fue para el Valencia Basket, por delante en el electrónico. El pabellón reconoció el gesto del esloveno. En el tercer cuarto, con los valencianos lanzados para machacar el triunfo, llegó la jugada del partido. Una falta de Nedovic sobre Martínez provocó la reacción del capitán del Valencia Basket, que se fue como un búfalo a por su excompañero. Omic, que en ese momento era suplente, se levantó y cogió por detrás a Martínez para evitar cualquier tipo de altercado. El esloveno no tuvo una palabra más alta que otra. No hizo ningún ademán violento. Tan sólo contuvo. Apagó el fuego. La buena acción le costó la expulsión por pisar la cancha. El bueno de Omic enfiló el camino de los vestuarios con el sabor de haber dado un rejón de muerte a su equipo, muy por detrás en ese momento en el marcador. El gesto de un hombre bueno parecía que le iba a costar el partido a los malagueños. Joan Plaza, técnico visitante, se sentó resignado, hundido y dando la final por perdida. En la cancha, Carlos Suárez lideró a su equipo para reaccionar y ganar. Omic es hoy un modelo. Ejemplo para el deporte base. Invisible para muchos medios que prefieren el periodismo de rotonda que la verdadera historia. Sería un triunfo que con el paso de los años alguien recuerde que un día sobre la cancha, en plena final, un chico de 26 años puso por delante el valor de la honradez que la artimaña para ganar. El del miércoles fue el partido de Alen Omic.

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