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A Puig le sale el reflejo de Fabra

A Puig le sale el reflejo de Fabra

Fabra vivió maniatado por la losa de la corrupción pepera; Puig se mantiene siervo de la agenda diabólica de Compromís

Julián Quirós

Martes, 4 de abril 2017, 08:09

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Publicado en la edición impresa del 2 de abril de 2017.

Tres juicios abundan sobre el President Puig en corros, pasillos y despachos: «es buena gente... no puede hacer más y... con lo que tiene ahí dentro». Eso dicen los figurantes de la pomada ajenos a la política, los que están en el cotarro, para entendernos; representantes patronales, profesionales, dirigentes sociales, mediadores, grupos de interés, etc. Estos mismos opinadores, sobre el antecesor, Alberto Fabra, hace cuatro años aseguraban: «es buena persona... no puede hacer más y... con lo que le han dejado los suyos». O sea, lo mismo, con apenas matices. Pudiera ser por una mera coincidencia histórica; dos perfiles similares y consecutivos debido al azaroso destino. Quizás obedezca a las imposiciones de la delicada coyuntura política, cerradas a favorecer liderazgos más robustos. Y tampoco cabe descartar la habilidad recurrente de las elites locales para escurrir el bulto, trasvasando siempre las faltas a los subordinados o al manido Madrid. Las elites locales nunca destacaron por gritar a los Molt Honorable President aquello de «El Rey está desnudo». Si no lo oyeron Lerma, Zaplana, Camps (salvo en el minuto final) o Fabra, también Puig puede descansar tranquilo por esa parte.

Pero caben pocas dudas de las afinidades entre ambas presidencias. Fabra vivió maniatado por la losa de la corrupción pepera, con apenas margen de maniobra; el calendario lo rebasó sin ser capaz de sacar adelante algo propio, singular y resolutivo. No pudo dejar huella. Puig se mantiene siervo de la agenda diabólica de Compromís y alguna otra espontánea, sin esforzarse siquiera en intentar apagar los incendios. Arde Roma. Los últimos inquilinos del Palau han tenido algo de personajes cautivos, con menos poder real del aparentado. A Fabra el cargo le llovió del cielo, o más bien del dedo mariano, mientras ejercía de alcalde de Castellón. Puig lo obtuvo en una subasta con las otras izquierdas después de sacar los peores resultados del PSPV hasta esa fecha. Presidentes de circunstancias; ninguno llegó por ganar las elecciones, ni tenía detrás la legitimidad personal de las urnas. Cierto es que Puig ha logrado mayor visibilidad que Fabra, tanto dentro de su partido como en materia de financiación y corredor mediterráneo. Pero eso se debe a que es un veterano del socialismo mientras que el otro jamás tuvo papel previo en las entretelas del PP. Por otra parte, Puig cuenta con la ventaja de poder acusar al Gobierno de Rajoy de todos los males valencianos, algo que Fabra apenas podía insinuar, por razones obvias.

Alberto Fabra caía bien, pero escondía el peligro de los mansos; ay del que se cruzara con él en una de esas explosiones imprevistas. Por una de esas, cerró Canal 9; lo más recordado de su mandato. De Puig uno no se atreve a llegar tan lejos, pero en efecto guarda con su antecesor tres características vitales: 1) bonhomía personal, 2) liderazgo limitado, 3) contradicciones políticas. El corsé a su liderazgo hasta ahora venía impuesto por sus socios de gobierno, por el reparto de poder con Compromís-Podemos y las ambiciones específicas de Mónica Oltra. No es poco, pero quizás pueda ser peor. El PSOE anda enredado en unas primarias de las que depende su futuro y también el futuro de España. Quizás Susana Díaz carezca de todo el potencial que se le atribuye, pero comparada con Pedro Sánchez supone la balsa de rescate del PSOE socialdemócrata frente a los complejos podemitas del contrincante. Puig, como casi toda la organización del PSOE, se enroló con la sultana trianera; en cuanto a la militancia, es un misterio. Para que a Puig le vaya bien ha de ganar Susana Díaz, pero no es suficiente. Si Sánchez pierde contra ella en el conjunto de España, pero vence en la Comunitat Valenciana habrá supuesto que al menos ha derrotado a Ximo Puig en casa. El President lo sabe, es consciente del riesgo y en realidad es lo único que le preocupa y le pone de mal humor. Porque sabe que el resultado de las primarias le puede pasar factura.

Lo demás es secundario. Las abundantes contradicciones políticas del President quedan en segunda fila, relegadas. Los enredos del partido son la prioridad y poco importa que la agenda del Consell esté manejada por las distintas corrientes compromiseras. Asombra la posición distante respecto a sus consellers, a los que ni ratifica, ni rectifica, pero los deja hacer, empujando lo justo, sin encharcarse, aunque no pocas gansadas estén lejos de la posición reservada del jefe del Consell.

La esquizofrenia gestora toca techo en lo relativo a la colaboración público-privada. Allí donde va, Puig proclama su afán por acentuarla; sea en Feria Valencia, en las infraestructuras y equipamientos más dispares, en los distintos sectores productivos, el turismo... mientras tanto desmontan con tanques la colaboración público-privada donde ya existe y se ha demostrado eficiente: en la sanidad y la educación; con el silencio casi unánime de las patronales. La sanidad se lleva la palma. La consellera Montón, por su cuenta y riesgo, ha decidido finiquitar el modelo Alzira, con bronca. El President, en privado, ha comentado que en efecto hay que modificar el concierto actual pero que su plan no es el de la consellera, ahora... la deja hacer, sin frenarla, jugando con la calidad de una cuarta parte del sistema sanitario, un servicio público esencial, con miles de trabajadores y más de mil millones de euros de dinero público en entredicho. Inconcebible. La otra pata, la educación, también lleva su miga. Quizás comparta con el conseller Marzà el fondo de la reforma, que no es otra cosa que enterrar la pluralidad y la primacía de las familias en la capacidad de decisión, entregar las escuelas al sindicalismo nacionalista, pero sabe que las formas de ejecutarlo son perniciosas, crean revuelo y oposición. Riesgos de salir tumbados en los tribunales, conflicto con parte de la sociedad, bloqueo ministerial, escándalos como esa falla de la subvencionada Escola en Barcelona para reírse de la muerte de Rita Barberá... pura insensatez para la que tampoco tiene previsto plantar su autoridad sobre el conseller.

Las contradicciones entre lo que piensa Puig en verdad y lo que hace su Consell abarcan igualmente el trato a las inversiones exteriores, la espinosa relación con Cataluña, la tensión entre su susanismo y el sanchismo de Compromís-Podemos y hasta la estrategia frentista con Rajoy en lugar de negociar contrapartidas como acaban de hacer vascos y canarios. Pero no se moja. Deja hacer. No molesta. En términos de provecho para la sociedad resulta descorazonador, pero en clave de estabilidad personal seguro que es la mejor manera de mantenerse en el cargo mientras dure el actual ciclo electoral. Así de simple. O de triste.

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