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LOS PIANOS DE PEDRO GÓMEZ

TEODORO LLORENTE FALCÓ

Sábado, 25 de marzo 2017, 00:13

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LA VALENCIA DE HACE UN SIGLO

  • ·Este artículo pertenece a las Memorias de un setentón, una recopilación de evocaciones publicadas entre 1943 y 1948 por Teodoro Llorente Falcó, segundo director de LAS PROVINCIAS

No se trata de un reclamo. Líbrenos Dios de ello. En los años de la infancia y de la juventud del articulista constituía una de las llamadas enseñanzas de 'adorno' para las señoritas de las clases acomodadas la de tocar el piano

Entonces no había aún pianolas, ni gramolas, ni mucho menos radios que permitieran escuchar música en los hogares sin saber de nota. Era bastante corriente que nuestras damitas supieran teclear el piano, unas con singular maestría y sentimiento, otras con suficiencia bastante para no hacer mal papel en las reuniones caseras de aquel tiempo.

Verdad es que había excelentes profesores como don Roberto Segura, don Eduardo Jiménez, don Agustín Payá, don Amancio Amorós y algunos otros más. Tampoco había nacido el Conservatorio de Música de Valencia, y eran bandas de música populares la de Bomberos y la de Veteranos, o del 'oli', que dirigía el maestro Izquierdo, y la de la Casa de Beneficencia. El maestro Giner, a pesar de que se hallaba en el periodo de gran actividad musical, no brillaba con el resplandor que merecía, y gozaba del aura popular por sus conciertos orquestales el maestro Valls.

En estas circunstancias y en tales momentos había logrado sólido crédito una fábrica de pianos valenciana. Había sido su fundador don Pedro Gómez Peralta, hijo de la provincia de Teruel, que a nuestra ciudad vino de muy niño en busca de trabajo, y acertó a entrar de aprendiz en la fábrica de órganos del reputado Font, una de las más acreditadas de España entonces, no tardando en distinguirse por su aplicación y laboriosidad.

Pero aquella industria estaba en decadencia, y buscando el muchacho nuevos horizontes fue a Madrid y entró en la fábrica de los famosos constructores holandeses hermanos Schrunder, de donde salía a poco, regresaba a Valencia y se establecía en un porche, y allí hacía sus primeros pianos de mesa, y sin cesar en el trabajo, al cabo de algunos años consiguió que sus pianos 'verticales' de seis octavas de extensión se generalizaran y fuesen aceptados por los profesores.

A su muerte, en 1887, ya había establecido su fábrica en el antiguo palacio de los Almirantes de Aragón, y un hijo suyo, también llamado Pedro, proseguía con gran esplendor la industria, cediendo parte del edificio para que allí se constituyese el primer Conservatorio de Música, subvencionado por el Ayuntamiento de Valencia, la Diputación Provincial y la Sociedad Económica de Amigos del País.

Los pianos-Gómez, como se les llamaba, hicieron furor durante muchos años. No había casa de regular posición que no tuviera uno con la etiqueta dorada 'Gómez e hijo'. Vendíanse a plazos y también se alquilaban, y un cuerpo de afinadores de los mismos talleres se encargaba de repasarlos. En las Exposiciones nacionales y extranjeras había sido galardonado con los primeros premios.

Hoy todavía, completamente mudos, algunos pasto de las ratas que anidan en su interior, se ven en muchas casas, como un mueble de lujo, porque no hay quien lo abra, ni lo toque.

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