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El futuro de Europa

ANTONIO BAR CENDÓN CATEDRÁTICO DE DERECHO CONSTITUCIONAL. CATEDRÁTICO JEAN MONNET 'AD PERSONAM'. UNIVERSIDAD DE VALENCIA

Sábado, 25 de marzo 2017, 00:13

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Tal día como hoy, el 25 de marzo de 1957, se firmaron en Roma los tratados por los que se constituyeron la Comunidad Económica Europea, pronto conocida como el 'mercado común', y la Comunidad Europea de la Energía Atómica, el 'Euratom'. Junto con la ya constituida en abril de 1951, la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, las tres comunidades europeas se convirtieron en el pilar central sobre el que cuarenta años más tarde, en febrero de 1992, se estableció la primera Unión Europea (UE) y luego, en diciembre de 2007, tras la sustantiva reforma realizada por el Tratado de Lisboa, la actual Unión.

Han pasado, pues, 60 años desde aquel momento en el que los seis estados fundadores crearon las bases de un edificio que es verdaderamente un extraordinario y original avance en la historia de la Humanidad. Y lo es fundamentalmente por dos motivos: primero, porque ha logrado establecer la paz y cambiar la forma de relacionarse entre sí de los estados, en un continente en el que, hasta ese momento, no pasaba una generación sin que hubiese una guerra. Y la prueba más evidente de ello es el simple hecho de que las guerras se siguieron produciendo en el continente europeo, y siguen aún a día de hoy (recuérdese, por ejemplo, el conflicto en los Balcanes, en los años 90, o el conflicto en Ucrania, en la actualidad), pero no ya entre los estados miembros de la UE, que resuelven sus problemas en el marco de las instituciones de la Unión. Y, segundo, porque la UE ha establecido una forma de gobierno político supranacional que supera uno de los elementos básicos que definían hasta entonces la naturaleza del Estado -la soberanía-, suprimiendo las fronteras interiores y poniendo en común importantes ámbitos como la economía, el comercio, la moneda, las relaciones exteriores, la seguridad, y estableciendo un estrecho vínculo de solidaridad entre todos los estados miembros de la Unión.

Pero es precisamente en este último aspecto donde se encuentra la mayor dificultad de la Unión, que ralentiza su progreso. El problema es que la visión de los estados miembros difiere sobre la dinámica y la evolución que debe seguir este proceso: para unos, la unión o integración de los estados debe ser cada vez más estrecha en todos los ámbitos -económicos y políticos-, mientras que para otros, la unión no debe ir más allá de lo que ya es o, incluso, debería retroceder hasta convertirse meramente en aquel mercado común del proyecto inicial.

Y en Roma se discute hoy precisamente eso: qué debe hacer la UE en el futuro, hacia donde debe guiar sus pasos. No se trata, pues, solamente de celebrar un aniversario -¡y hay muchos motivos para hacerlo!-, se trata más bien de diseñar un plan de futuro, pues el modelo actual da una cierta sensación de fatiga. En este sentido, se habla en los últimos meses de establecer una Europa de dos -o de varias- velocidades. La cuestión no es nueva y comenzó a tratarse en el debate político que se produjo con motivo de la elaboración de la frustrada Constitución de la UE (este mismo periódico publicaba el 13 de noviembre de 2011 un artículo mío sobre el tema). Lo que se quiere decir con ello es que el modelo unitario hoy existente es insuficiente y no satisface plenamente los intereses y aspiraciones de los ciudadanos, por lo que ha de preverse un nuevo modelo en el cual los estados que quieran avanzar más deprisa, o de una manera más profunda, en el proceso de integración, deben poder hacerlo, sin que los estados que no lo quieran les puedan frenar. Eso no impediría que, en el futuro, si otros estados quisiesen unirse a ese proceso más estrecho y exigente de integración, pudiesen hacerlo.

La verdad es que, en la práctica, la Europa de varias velocidades existe ya, cuando menos, desde la misma creación de la UE en 1992. Así, hay varias áreas de la competencia de la UE a las que no pertenecen todos los estados, como, por ejemplo, el capítulo social, la unión monetaria, la supresión de controles fronterizos -Schengen-, el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, el área de libertad, seguridad y justicia, la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE (es de destacar aquí la autoexclusión del Reino Unido y de Polonia); y, en fin, en sentido contrario, algunos estados han concluido entre sí, en los últimos años, acuerdos de cooperación más estrecha -»cooperaciones reforzadas»- en ámbitos como la legislación sobre el divorcio, el régimen patrimonial de las parejas, o la patente europea (de la que se autoexcluyó España). A lo que habría que añadir los acuerdos particulares concluidos por algunos estados al margen de la UE, en materia de seguridad -Tratado de Prüm-, o en materia financiera -Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza de la Unión Económica y Monetaria-.

Sin embargo, creo que ahora la cosa debería ser planteada de otra manera. No debe tratarse sólo de permitir excepciones particulares al proceso de integración, o de permitir colaboraciones más estrechas en ámbitos reducidos; se debe reorganizar el proceso de integración de manera general, de tal manera que los estados pudiesen escoger estar en uno u otro lado del mismo. Es decir, debería permitirse que quienes prefieran estar simplemente en un mercado interior, con todas sus consecuencias, puedan hacerlo; mientras que quienes quieran profundizar en su proceso de integración puedan hacerlo también. Y, en este último sentido, no se trata de establecer hoy una gran federación europea -aunque ésta pueda ser el objetivo último ideal-; se trata de profundizar en el proceso de integración, cuando menos, en cinco grandes ámbitos: la unión económica y monetaria -incluida la capacidad presupuestaria y financiera propia de la eurozona-, el mercado interior, la política social, la política exterior, de seguridad y defensa, el refuerzo de las fronteras exteriores, la cooperación en justicia y asuntos de interior -incluidas las políticas comunes de asilo, refugio e inmigración-. Y ello, claro es, con las necesarias reformas institucionales, que, cuando menos, deberían incluir un refuerzo del papel del Parlamento Europeo y de la Comisión.

Es más que dudoso que en la reunión de hoy los jefes de Estado o de Gobierno de los 27 (el Reino Unido ya no participa en esto) lleguen a un acuerdo que recoja plenamente estas ideas. Sin embargo, me parece evidente que la UE no puede progresar si no profundiza en su proceso de integración política y económica y si sigue definiendo sus objetivos de acuerdo con el criterio de quienes no creen en este proceso. En todo caso, dado que se trata de un cumpleaños, felicitemos a la UE -felicitémonos todos- por haber llegado hasta aquí, y haberlo hecho de esta manera.

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