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EL PROBLEMA DEL VALENCIANO

PABLO SALAZAR

Jueves, 23 de marzo 2017, 23:53

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Es una lástima que la riqueza del bilingüismo se haya convertido en un problema». Filóloga y académica, Aurora Egido dejó caer esta lúcida reflexión en el transcurso de un muy interesante diálogo con el escritor Fernando Aramburu, el autor de 'Patria', que publicó recientemente 'El Cultural'. La declaración va en la línea del lamento de otro hombre de letras, Guillermo Carnero, que en una entrevista con este diario dejaba meridianamente claro lo que algunos gestores públicos tratan de oscurecer: «Los valencianos tienen derecho a usar el valenciano, pero no el deber de hacerlo». Es evidente que el nacionalismo, es decir, Compromís, y la izquierda -PSPV y Podemos-, no lo ven así. Para estos grupos políticos, así como para sus cooperadores necesarios (el sindicato STEPV o Escola Valenciana, entre otros), el valenciano está discriminado desde los lejanos tiempos de la Batalla de Almansa, arrinconado y proscrito por el franquismo durante cuarenta años, por lo que ahora tiene que recuperar el tiempo perdido. Para ello sólo cabe una fórmula, privilegiar su aprendizaje, imponerlo en la escuela, en la universidad, en la Administración. Y, por supuesto, adherirse al catalán para crear un mercado para la «lengua compartida» de trece millones de personas, lo que debería asegurar su supervivencia. Para el nacionalismo, el valenciano es, además, un arma ideológica, un instrumento imprescindible para la inmersión identitaria, para marcar distancias con España, para construir una realidad plurinacional que poco a poco vaya diluyendo lo que nos une (el castellano) y reforzando lo exclusivo de las regiones (las llamadas lenguas propias). El valenciano no es para ellos una riqueza cultural, un patrimonio del que sentirse orgullosos y que hay que proteger y cuidar sino una cuenta pendiente con el eterno y malvado enemigo, el Estado español, heredero en su interpretación histórica de la Castilla que se impuso al Reino de Aragón y aprovechó la Guerra de Sucesión para acabar con la diversidad nacional y establecer un modelo centralizado con un único idioma, el castellano. El mal llamado nuevo modelo plurilingüe de Marzà (no es plurilingüe sino monolingüe, pues prima el valenciano) es una herramienta de imposición de esta peculiar forma de ver la realidad valenciana y española. Los padres que opten por la enseñanza en castellano saben que sus hijos acabarán los estudios con menos posibilidades académicas y profesionales, pues no obtendrán la acreditación de inglés que sí conseguirán los que estudien en las líneas en valenciano, en una flagrante discriminación que sobre todo perjudica gravemente a esos inmigrantes que luego tanto presumen de proteger. Lo han logrado, han hecho del valenciano un auténtico problema.

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