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¿Dónde está Rita?

Lo siento, pero yo no me olvido de ella, aunque sólo sea porque durante más de veinte años fue tan las Fallas como los blusones o los pirotécnicos

ESTEBAN GONZÁLEZ PONS

Domingo, 12 de marzo 2017, 23:54

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Según Francisco de Icaza no hay nada «como la pena de ser ciego en Granada». Indiscutible. Pero ser columnista de LAS PROVINCIAS cuando llegan las Fallas tampoco es moco de pavo. Primero, porque esta semana en Valencia no lee el periódico ni el perrito de San José. Hoy podría ofrecerme aquí para dar abrazos ceñidos con beso de tornillo gratis a señoras con pamela o a falleras, con sus moños y peinetas, recién salidas de la peluquería, arte reservado sólo para un selecto número de caballeros escogidos entre los que me encuentro, y nadie me iba a reclamar uno, ya que nadie se enteraría por el diario de esa habilidad tan mía. Asumo que mis lectores habrán ido esta mañana a la mascletà y que, luego, se entregarán a la paella, la siesta, los buñuelos y el karaoke del casal, por ese orden. Estos días les falta tiempo y paciencia para mis chorradas y desvelos.

Segundo, porque sobre Fallas poca cosa original se me puede ocurrir. Llevo cuatro años escribiendo en esta página y narrando, al llegar marzo, lo del fuego renovador, la fiesta de la primavera y la pólvora por las venas. Me repito tanto que ni la subdirectora de la hoja, a quien conocí bailando sola el toro enamorado de la luna en la carpa de su comisión de especial, me enviará ya un recado al móvil que diga: «Gracias, con lagrimita de fallera a ninot».

Además, me niego a compartir la actitud hipócrita, aunque oficial en el Ayuntamiento y políticamente correcta, de tantos lechuguinos viejos de pasacalles por figurar, invitados del tripartito que se burlan de nuestras tradiciones, concejales por la humanidad, inquisidores con flores a la ofrenda, acojonados de parecer amigos de la 'trama valenciana' y demás primos catalanistas, que fingen no darse cuenta de que estas son las primeras Fallas sin Rita Barberá. ¿Dónde está Rita?, es lo primero que preguntaría yo. Ah, sí, es verdad, que se murió de pena y lo progresista, en este caso, es aparentar que ya la hemos olvidado. Pues, lo siento, pero yo no me olvido de Rita, aunque sólo sea porque durante más de veinte años fue tan las Fallas como los blusones o los pirotécnicos. Ese tipo que se ponía camisetas azotándola con un látigo no se acordará de Rita, claro, engolfado a lo Trump como está en su carril bici, pero ¿y los demás? ¿Y los que empujaban para sacarse fotos a su lado? ¿Soy el único que pronunciará su nombre en estas fechas? Qué flaca es la memoria de los hombres. Qué injusta.

Desde Bruselas las Fallas se perciben como un resplandor lejano. En mi nostalgia también relumbran así. Soy incapaz de contar cómo se añora la horchata, la luz y la música de banda. Me rindo. No hay nada como la felicidad de ser valenciano en Fallas. Ni puedo ni quiero reiterarlo en otro artículo fallero. Me resulta imposible explicarlo, quien lo haya vivido que lo entienda. Las Fallas hay que pasarlas, no se pueden contar.

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