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Independencias  americanas

Independencias americanas

Dos siglos después de la ruptura y el fin del periodo colonial, se abre una nueva era en las relaciones entre Hispanoamérica y España que desbordan los intereses económicos

AGUSTÍN REMESAL PERIODISTA

Miércoles, 1 de marzo 2017, 00:41

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Quién resistirá a la América unida de corazón, sumisa a una ley y guiada por la antorcha de la libertad? Con el talante del visionario y bagaje de ilustrado libertador, el General del ejército patriótico Simón Bolívar arengó así a sus soldados antes de la batalla de Boyacá. En una sola jornada, la del 7 de agosto de 1819, las tropas realistas fueron derrotadas cerca del puente de ese río, cuyo nombre invocan con devoción los colombianos. Ellos fueron los primeros en proclamar la independencia frente al Rey de España de los diecisiete países que ya han conmemorado el segundo centenario de esa rebelión o están preparando la solemne efeméride. Aquel sueño unionista de Bolívar se rompió, cercenado entre caudillismos, fantasías indigenistas y traiciones.

Las naciones de esa comunidad hispanoamericana, a la que le han robado desde el norte dominador incluso el nombre de América, siguen padeciendo la condena del aislamiento y la dispersión, en tal grado de lejanía entre ellas que ni siquiera sienten ahora un orgullo compartido para conmemorar colectivamente sus respectivas independencias. Las brillantes celebraciones militares y civiles se repiten año tras año en cada uno de esos países herederos de los virreinatos coloniales, pero la ignorancia del vecino, a veces sospechoso y eterno enemigo, prevalece frente a la fraternidad del espíritu bolivariano. Esa marca de rencores y aversiones mutuas, alimentados por una historia compartida y casi siempre mal contada, no ha permitido tampoco que España, la 'Madre Patria' amada de los americanos más fervorosos, participe del evento histórico con la generosidad de quien tanto llevó y se trajo del Nuevo Mundo durante más de tres siglos de colonialismo.

Da vértigo leer aún hoy el relato de los cronistas a uno y otro lado del océano sobre los sucesos que rodearon las guerras trágicas de la independencia americana. Las más de esas epopeyas se resuelven aplicando como justificación de tanto ensañamiento el patriotismo empecinado en ambos bandos, que acredita al cabo las mayores atrocidades bélicas. Ha llegado la hora de cerrar la ventanilla de las reclamaciones históricas, hacer el mayor acopio de datos contrastados por los historiadores, juzgar los hechos según el código de la época al que corresponde tanta barbarie iluminada de patriotas falsos y comenzar a olvidar los rencores. Resulta repugnante y motivo de indignación, por ejemplo, el miserable pimpampum y el griterío de las mal llamadas 'redes sociales' (esas berreas de ignorantes anónimos) que reniegan de un saludable pasado compartido entre España y esa América hispana, digna hija, acusando del delito de crímenes contra la humanidad a quienes, en tiempos lejanos de esclavitudes y exterminios quizás nunca voluntarios, dieron al mundo las libertades del moderno Derecho de gentes.

A pesar de tanto inconveniente y denuncia extemporánea, ahí sigue despierta y joven esa comunidad de naciones hispanas, mirando al vecino con menor recelo y un renovado hacia España. No es casual que en apenas un mes hayan visitado Madrid los presidentes de las dos repúblicas sudamericanas más comprometidas con la unidad económica del continente, avalados por un baremo democrático restaurado. El colombiano Eduardo Santos vino a España a refrendar su victoria histórica frente a las FARC, el final de una guerra que ha durado más de medio siglo y abre a esa nación, bolivariana más que ninguna otra, la puerta de una restauración nacional de la ley y del orden. Y esta semana, el argentino Mauricio Macri ha puesto en escena el nuevo espíritu de un país que sale de la catacumba de un peronismo exhausto y de la cueva negra de una sangrienta dictadura militar, que dejó al país al borde de un cataclismo descontrolado.

En esta circunstancia propicia, España se coloca en el epicentro europeo favorable a ese continente que habla castellano y mira otra vez al norte con inquietud: Donald Trump señala a más de diez millones de sudamericanos que viven en EE UU como víctimas potenciales de su política contra la inmigración. A pesar de un retroceso posterior en su fino estilo diplomático para gallegos, Mariano Rajoy ha dejado claro que sancionar a esos ciudadanos hablantes del español es un caso de fanatismo inadmisible que vulnera a una comunidad apreciada como hermana.

Dos siglos después de la ruptura y el fin del periodo colonial, se abre una nueva era en las relaciones entre Hispanoamérica y España que desbordan los intereses económicos. De Argentina dejó escrito Blasco Ibáñez hace un siglo uno de sus más sonoros ditirambos: «Este país está predestinado a los más grandiosos porvenires: será la Roma de los siglos futuros». El escritor valenciano, cuyos proyectos empresariales en la Patagonia fracasaron estrepitosamente, presenció entonces cómo desembarcaban en Buenos Aires multitudes de inmigrantes, «mecánicos italianos, caldereros austriacos, oficinistas judíos y portugueses; se oían allí cantos y blasfemias en todos los idiomas del mundo». Según Macri, los argentinos echaron la culpa al mundo, sin razón alguna, a la quiebra de aquella prosperidad deslumbrante y ahora su país está de vuelta en América y en el mundo. La seguridad jurídica, según él, va a atraer más inversiones españolas en el continente y la retirada estadounidense que patrocina Donald Trump será el acelerador de esa presencia económica en Sudamérica.

Así luce otra vez el sol americano, ya no imperial, dos siglos después de las independencias tan gloriosas. Sigue habiendo dos Américas divididas y enfrentadas más que nunca, dos formas divergentes de entender el mundo y un solo continente. El liderazgo de Trump está provocando nuevos deseos de unión y colaboración entre esos países que no encuentran razones para conmemorar juntos su independencia de España, aunque la casualidad a veces acierta con las fechas y quiebra las fronteras. Antes de viajar a Madrid, Macri se reunió con la presidenta chilena Michele Bachelet en el campo de batalla de Chacabuco. Allí inició el general San Martín la liberación de Chile hace dos siglos. Los presidentes celebraron la efeméride y acordaron asociarse frente al proteccionismo estadounidense. Desde Boyaca hasta los Andes del sur, la historia también es maestra de la vida.

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