La chica se salva

El viejo muere, la chica se salva». En uno de los episodios de la obra gráfica Sin City, de Frank Miller, siempre me gustó esa frase sobria, breve, contundente. Sin florituras ni alambiques aquí encontramos una de esas frases que nos permite evocar, imaginar, extraer conclusiones y decidir el final que preferimos. Los amantes del tebeo loan las virtudes rompedoras de los dibujos de Frank Miller, sin embargo yo me fijo más en sus palabras y creo que suele conseguir hachazos muy en la onda de un Raymond Chandler.

El viejo poli de su historia, un tipo honrado, bronco y cínico como manda la tradición, no es desde luego Urdangarin. La chica tampoco se parece a la infanta salvo, de refilón, en la cabellera blonda. Pero tras la sentencia he recordado esa frase: «El viejo muere, la chica se salva». Lo bueno de las obras que conmueven nuestra sensibilidad es que elevan las miserias de los estercoleros de mayor o menos ringorrango hacia los terrenos del arte. El devenir cotidiano resulta aplastante con su caspa y su espumilla tan de ultracongelados, pero sí a esa rutina le inyectamos talento y maquillaje de acero el asunto cambia. España, ayer, paralizada justo cuando el Ángelus como en esas grandes ocasiones de finales futboleras, mandangas eurovisivas o recuentos electorales. España, ayer, a mediodía, con la oreja enchufada contra los transistores. El morbo flotaba sobre nuestras cabezas y ya se esperaba que a nadie contentaría el dictamen. Unos exigen mayor castigo contra Undargarin y su socio Torres y otros lamentan el calvario sufrido durante estos años por los que han absuelto. A lo mejor, algún día aprendemos a respetar las sentencias sin recurrir al tono vocinglero tan de barra de bar o de tertulia de comadres. «El viejo muere, la chica se salva». Sí, pero ya nada volverá a ser como antes.