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Somos la generación perdida

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CAROLINA GUILLÉN OLMOS VICENTE MARTORELL EIXARCH

Domingo, 12 de febrero 2017, 00:06

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Lo somos. O eso dicen. El sistema educativo lo controlan personas que nunca han pisado un aula para ver como se hacen las cosas. Se valora más las matemáticas que la música, un aprobado que un aprendido y lo único que importa es la nota, pero es que no se dan cuenta, no se dan cuenta de lo difícil que lo tenemos para lograr sobresalir. De la cantidad de competencia que existe cuando todo el mundo tiene un máster, te dicen "eso que quieres estudiar no tiene salidas". Las tendrá si soy buena. Las tendrá si yo consigo que las tenga. Me niego a pensar que no voy a hacer lo que me gusta porque me lo dices tú. Me niego a pensar que todo está perdido.

Es el lema de la Revolución francesa que ha heredado la religión democrática actual. se aplica a la religión católica, pero en sentido diverso y hasta antagónico.

Libertad. El ser humano es libre. No es cierto el determinismo. La elección que haga determinará si se salva o no. Si hace mal uso de esta libertad, las consecuencias serán funestas en la otra vida. Esta es la versión cristiana. La democrática confunde la libertad con libertinaje. Se ha abolido el pecado y queda sólo el Código Penal como ley mayoritariamente dictada por un parlamento.

Igualdad. Todos los hombres (¿será preciso decir «y las mujeres»?) gozan de igual dignidad al ser portadores de valores eternos, de un alma capaz de salvarse o condenarse. Versión cristiana (y también joseantoniana). La versión democrática, especialmente en su variante social-comunista-bolivariana-podemita, tiene la igualdad como ideal. El sistema más fácil es poner que todos sean pobres, si se exceptúa los que son más iguales que otros, o sea la cúpula burocrática.

Fraternidad. Como hijos de Dios y presuntos herederos del cielo, todos los hombres somos hermanos y en virtud de la caridad cristiana, debe tratarse al prójimo que es hermano y amarle como a uno mismo.

En la religión democrática, caridad equivale a limosna. Debe emplearse el término «solidaridad» y su fundamento no se sabe bien en qué radica. Quizá en que todos los humanos nacemos con dos brazos y dos piernas. Como se entendió esta trilogía en la Revolución francesa es cosa demasiado sabida. La guillotina liberó, igualó y fraternizó tanto a nobles y al clero como, al final, a los propios guillotinadores.

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