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EL NIETO DEL PRESIDENTE

EL NIETO DEL PRESIDENTE

Los emocionantes recuerdos del pasado marcan la distancia del Valencia clásico con un club cada vez más despersonalizado y gris

JOSÉ RICARDO MARCH

Lunes, 6 de febrero 2017, 00:01

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A unos centímetros de la placa de cerámica que durante dos décadas erró, por un descuido historiográfico, el lugar de nacimiento del Valencia Club de Fútbol se abre un zaguán de estilo clásico, decorado a base de azulejos con estampas mitológicas y motivos florales. Al subir las escaleras el edificio, un estrecho rectángulo encajonado en la vieja calle Barcelonina, revela, contra pronóstico, una colección de espacios amplios y acogedores que observan el centro de la ciudad desde un mirador más que privilegiado.

En uno los pisos altos de la finca me abren la puerta Rafael Bau Puig y su nieto Fernando. Rafael, siete décadas de fútbol a la espalda, extiende el brazo, afectuoso, mientras me invita a pasar a su despacho. El espacio de trabajo, blanco y diáfano, revela gusto por la funcionalidad y el arte contemporáneo. En un lugar de honor, enmarcado en plata y vidrio, reluce el reciente reportaje de LAS PROVINCIAS que relata la peripecia vital de don Rafael Bau García, abuelo de mi amabilísimo anfitrión, directivo histórico del Valencia y presidente del club en las semanas que precedieron a la guerra civil.

Rafael y yo hablamos durante un par de horas de su abuelo y su padre, don Emilio Bau Vilanova, directivo de la entidad durante los años cincuenta. Ambos, historia del Valencia clásico. Los recuerdos de la vida en la vivienda familiar y el trajín diario en la antigua sede del club, ambas en la actual Avinguda del Regne de València, se desparraman por la amplia estancia gracias al ágil y ameno verbo de Rafael. Decenas de anécdotas vuelan mientras Fernando, un adolescente tan apasionado por el Valencia que lleva la camiseta bajo el suéter, observa y escucha el relato de la vida deportiva de sus ancestros. El chico tuvo la tentación de abandonar el barco hace años, en otra época de plomo deportivo, para pasarse al Barça junto a su ídolo David Villa. Quiero pensar que acertó quedándose en Mestalla. Quizá la imperfecta realidad del Valencia no reluzca tanto como el relato o el palmarés culé, pero, sin duda, prepara mejor para una vida llena de baches y altibajos. Palabra.

Mi anfitrión me cuenta historias del viejo Valencia de su abuelo y su padre. Quizá sería más acertado escribir que me relata historia, en singular, del Valencia. De aquel que tocó el cielo con Luis Colina y Luis Casanova, empezó a difuminarse con el prematuro adiós de Vicente Peris y cambió el paso definitivamente, para convertirse en algo muy diferente a lo que había sido hasta entonces, con la conversión en Sociedad Anónima Deportiva. Del Valencia previo a la ruidosa entrada en escena de Paco Roig, el anterior al mercadeo de las acciones y la aparición de los abanderados de la ilusión (¡cuánto engaño hemos sufrido a cuenta de una palabra tan bonita!), los comerciales disfrazados de opinadores y los prestidigitadores. Me habla, con entusiasmo, de los Valencias que conoció de niño. De la entrada a hurtadillas en el despacho de su abuelo (entonces tesorero del club) para ver desfilar a sus ídolos el día de cobro. Relata su admiración por Eizaguirre, Wilkes o Walter. Desciende al plano íntimo para desmenuzar la relación de su familia con los Cubells, la estirpe del primer mito en la historia del Valencia. Me contagia la emoción que experimentó con el título liguero del 71. Y me traslada, también, sus reservas ante el Valencia actual, al que sigue con la más que comprensible desazón del aficionado crítico.

Cuando al cabo de un rato, con la noche cerniéndose sobre la ciudad, abandono el despacho, lo hago con el zurrón repleto de algunos de los mejores recuerdos que atesora el valencianismo. Recorro en silencio las calles del barrio de Sant Francesc mientras se afianza en mí la convicción de que el club de Rafael Bau, de Vicente Peris, de Eduardo Cubells, fue, como afirma Rafa Lahuerta en La Balada del Bar Torino, el mejor Valencia posible. Era una entidad de estructura sencilla y familiar con un grado de identificación absoluto por parte de sus dirigentes. Así, creyendo en lo que se dirige, es mucho más fácil acertar. Aquellos hombres (Casanova, Colina, Bau, Peris, Cubells, Adolfo Royo, Juan Ramos y un larguísimo etcétera) sentían el Valencia y veneraban su pasado. Jamás, por ejemplo, hubieran cometido la torpeza de liquidar con nocturnidad y alevosía a un mito como Mario Kempes. El club actual, desafortunadamente, es todo lo contrario: un gigante con pies de barro, una verdadera sociedad anónima, en todos los sentidos, en la que se siguen dando bandazos que nos alejan, cada vez más, de tierra firme.

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