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La moda antisistema

JUAN CARLOS VILORIA

Domingo, 15 de enero 2017, 23:53

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Tengo un lío con los antisistema que no me aclaro. Ahora resulta que casi hay más partidos anti que a favor del sistema. Solo en Europa me salen once, repartidos entre Francia, España, Alemania, Dinamarca, Austria, Italia, Grecia, Finlandia, Suecia, Reino Unido. Ideológicamente ocupan los extremos del arco político y se pueden meter en el mismo saco a los del Frente Nacional de Le Pen en Francia con los de Beppe Grillo del Movimiento 5 estrellas en Italia. No sé cómo ha ocurrido esta implosión porque hace no mucho los antisistema eran unos chavales que recorrían Europa rompiendo escaparates con la cara tapada con un foulard. Protestaban sobre todo contra la globalización o, como el agricultor francés Josep Bové, contra el maíz transgénico y la importación de carne. Bové se empeñó en acabar él solo con la cadena McDonald's. En fin, tenían un cierto aire de romanticismo político (cuando no utilizaban la violencia) y les daba por reclamar la educación de los niños en la comuna o el uso de esponjas en lugar de tampones. Pero de pronto empezaron a surgir los antisistema dirigidos por señores con traje y corbata. Bueno, el único que se resistió a la corbata fue Tsipras, el pobre. Como no pudo cumplir sus promesas antitroika, antirrecortes, anti Europa, se conformó con quitarse la corbata en gesto de desafío al sistema. ¡Vaya un antisistema!

Entre nosotros el mayor éxito lo ha conseguido la CUP en Cataluña hipotecando el gobierno de los soberanistas, echando a Artur Mas y marcando el paso de la burguesía catalana como en ningún otro momento de la historia reciente. El antisistema habitualmente no procede de partidos políticos clásicos sino de movimientos sociales, de la universidad, de barrios, de ONGs y es refractario a organizarse disciplinada y militantemente. Su tendencia natural es la radicalización, el buenísimo universal o el patriotismo de banderita y frontera. Y está consiguiendo hacerse un hueco en las sociedades castigadas por la crisis porque su papel principal no es ofrecer soluciones ni modelos programáticos alternativos sino canalizar la indignación y el malestar contra el sistema democrático y los políticos que los han dirigido desde el final de la II Guerra Mundial. Ofrecen una moral disyuntiva que bendice desde el rechazo al inmigrante por invadir su espacio patriótico hasta el desprecio a la libertad de prensa porque cuestionan su populismo intrínseco. Es una moral primitiva que olvida consensos civiles logrados después de décadas de cultura de la convivencia. Pensábamos que no tenían futuro y que se disolverían como un azucarillo en cuanto la economía empezase a recuperar su pulso. Pero ha surgido el gran antisistema: Donald Trump. A partir de este momento el futuro ha entrado en una fase de gran incertidumbre porque el sistema (democrático) ha concedido legitimidad política a un líder que puede catalizar un retroceso de alcance desconocido en los logros morales y democráticos del sistema.

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