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La capa de las Magas

El intento por instalar en la sociedad valenciana una fiesta de raíces republicanas no es inocente

Mª JOSÉ POU AMÉRIGO

Domingo, 15 de enero 2017, 23:53

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El año pasado, la crítica a la Cabalgata republicana de las Reinas Magas se fue hasta un terreno inaceptable en una sociedad avanzada. En lugar de reprochar lo que resultaba razonable, el intento por «contraprogramar» la tradicional Cabalgata de los Reyes Magos, algunos se quedaron en el aspecto de las Reinas: el escote, el volumen o el maquillaje. Los micromachismos afloran en cualquier lugar. Esos, que solo vieron problema en que las protagonistas se parecían a las que poblaban su imaginario infantil, nutrido de las señoras de vida licenciosa que salían en las películas del Oeste, tienen este año que enmudecer porque la ola de frío les ha obligado a cubrirse con abrigos, capas, chales y boinas. Sin embargo, el motivo de la principal crítica sigue latente aun desplazada de su fecha original.

Sin duda, resulta un acto festivo que llena de alegría un frío domingo de enero. Nada que objetar a que grandes y mayores se diviertan con pasacalles cívicos coloridos y risueños. El problema radica en el objetivo con el que se convocó en 1937 y con el que se hace ahora. Algunos pretenden convencernos de la inocencia de la celebración: se hizo para divertir a los niños en tiempos muy duros, dicen. Seguramente, pero la elección de los motivos -las Reinas Libertad, Igualdad y Fraternidad-, el hecho de que fueran mujeres y no hombres, y su entronización como Reinas en fechas navideñas fueron un intento por transformar las referencias colectivas sobre la Navidad. Entiendo que ahora puede sonar muy raro el rechazo a tres musas -ésa podía haber sido la denominación- que llevan por nombre los tres deseos de la Revolución Francesa. ¿Cómo censurar la defensa de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad? En absoluto. Pero hablar de ellas en 2017 no es como hacerlo en el 37. Afortunadamente. Hoy sabemos que esos principios son básicos en la convivencia y la democracia pero entonces su defensa estaba vinculada a grupos no siempre pacíficos, ni democráticos ni defensores de la armonía y la convivencia. Del mismo modo, el intento por instalar en la sociedad valenciana una fiesta de raíces republicanas no es inocente. Ni siquiera la reivindicación de una república en nuestro país -una petición sensata, se comparta o no- es solo una opción entre las distintas formas de Estado. Al menos, cuando se asocia a los signos de la II República. Eso es lo cuestionable de la iniciativa. Las fiestas cambian; las tradiciones se pierden; las creencias se transforman pero todo eso tiene un ritmo social que se ha querido alterar. Y no se hace con vistas al futuro sino al pasado. Al siglo pasado. Como si España no hubiera cambiado y no lo estuviera haciendo en una línea adecuada de igualdad y libertad. Nada tiene que ver la Valencia de hoy, en esos términos, con la del 37. Pero mucho menos en fraternidad. Un concepto sobre el que la Valencia actual nada tiene que envidiar a la republicana.

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