LOS PIRATAS DEL RUNNING
Los corredores deberían ser tan selectos al buscar un entrenador como al elegir un dentista
FERNANDO MIÑANA
Domingo, 8 de enero 2017, 00:12
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FERNANDO MIÑANA
Domingo, 8 de enero 2017, 00:12
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Antes corría algo más en serio que ahora. No es que fuera un obseso, que nunca lo fui, sino que tenía menos años, menos kilos, menos conocimientos y mis huesos y tendones no crujían como ahora. Cuando empleo el pretérito es para hablar del siglo pasado, mis felices 20. Cuando ibas a una carrera y en la salida nos juntábamos mil o dos mil personas. Cuando tus amigos se acostaban a la hora que tú estabas tirando de ingenio para enganchar el dorsal -¿por qué le llamamos dorsal a un número que llevamos en el pecho?- con unos imperdibles que no tenías. Cuando llevar unas mallas era más audaz que lucir una cresta de colores.
Los que empezamos a correr en el siglo pasado nos seguimos llamando corredores. Los recién llegados se llaman runners. Los que llevamos dos o tres décadas en esto de trotar por jardines, montes y senderos decimos que nos encanta correr. A los que ahora se visten como astronautas, con varios cientos de euros encima, para hacer lo mismo dicen que les encanta el running.
En aquella época, en los noventa, ibas a una carrera y prácticamente el único club que reconocías era la Sociedad Deportiva Correcaminos. Aquellos corredores primigenios vestían la camiseta aurinegra del club y se deslizaban como si fueran la nobleza del atletismo callejero. Ser de Correcaminos era ser alguien en ese mundillo de atletas. Los demás íbamos por nuestra cuenta. Tú te apuntabas, te preparabas como podías y te vestías con la última camiseta que te habías comprado. Yo corrí mi primer maratón tocado con una gorra de Havana Club que era toda una declaración de intenciones. Ahora, bien entrado en los 40, digo que mi mérito no fue correr en esta marca o en esta otra, nada del otro mundo, sino en correr con regularidad y llegar a acabar varios maratones saliendo más noches que el camión de la basura y comiendo lo que me daba la real gana.
En aquellos años de camisetas de algodón y pantalones cortos, muy cortos, abiertos por los lados, corrías como dictaba el veterano del grupo o cazando algún plan de entrenamiento en la mítica revista 'Corricolari'. Al menos yo lo hacía así y así creo que lo hacía la mayoría. Solo los ilustres socios de Correcaminos acudían a Miguel Rubio, su sabio entrenador, para que les trazara un completo plan trufado de series y cuestas.
Hoy acudirán a la Alameda 13.000 corredores para disputar una carrera de diez kilómetros. Trece mil personas. Una cifra increíble. Yo ya hace ocho que no me pongo el dorsal y, aunque he vuelto al río con renovados bríos, me veo, pese a hacer aparentemente lo mismo, algo ajeno a esta tendencia que cada día arrastra a más y más gente.
Lo que más me sorprende cuando acudo como espectador, que es casi siempre que hay una prueba de cierto empaque, no es solo su atuendo histriónico, que también, o ver a los que se acostaban cuando yo me levantaba a correr después de beberse el Nilo y meterse de todo, galopando como gamos, muy serios, muy formales, como si nunca hubieran hecho otra cosa. Lo que más me llama la atención, digo, es que muchísimos deportistas van con la camiseta de un club. Un montón con la del Redolat Team de mi admirado José Antonio Redolat, un tipo excelente al que no se le nota que haya sido todo un campeón de Europa de los 1.500; muchísimos de un amarillo espantoso del Runners Ciutat de Valencia; los hombres y mujeres de negro del Marta Fernández de Castro, una antigua maratoniana que años después de su retirada dice que quiere volver al lugar de su despedida atlética, el Maratón de Nueva York, el primer domingo de noviembre de 2017, y así muchos más clubes en Valencia y cualquier pueblo que se precie.
Este año que acabamos de despedir también me ha dejado otra sorpresa. La descubrí a base de ir correteando de aquí para allá en el río por las mañanas. Son los entrenadores personales diseminados a lo largo del jardín con sus pequeños rebaños de aprendices. Un día me vi a una antigua periodista del Canal 9, a la que jamás había visto correr, a la que jamás vi en carrera alguna, de gurú runner. Casi me caigo de culo.
Aprovecho el hallazgo para hacer una recomendación: si quieres alguien que te enseñe, y es algo muy aconsejable, busca a un profesional con el mismo criterio que eliges un dentista o un pediatra.
Redolat, por poner un ejemplo, fue atleta y fue un campeón, sí, pero además se tomó la molestia de sacarse el título de entrenador nacional de atletismo. Sabe de lo que habla y sabe cómo hacerlo. Es un profesional. Como otros. En la burbuja del running también hay buscavidas, piratas y tramposos. ¿Alguien dejaría que le arrancara la muela un dentista no titulado?
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