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LLADRÓ EN RODEO DRIVE

F. P. PUCHE

Sábado, 10 de diciembre 2016, 00:23

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Perfectamente vestido de tuxedo, con una pajarita descomunal, tú has tenido que ir al lavabo. De modo que cuando estás en tus cosas te percatas de que en el urinario de la derecha se ha puesto a lo suyo un señor, también de smoking, de rostro extremadamente familiar. Y que resulta ser, claro, el astronauta Edwin Eugene Aldrin, que fue el segundo humano que pisó la Luna en 1969. Así es que tú lo miras un instante inolvidable, y él te devuelve una mirada de compasión en la que viene a decir «sí, soy yo, estuve en la Luna, pero por amor de Dios no me des el coñazo en los lavabos, que ahora me completo la pensión yendo a fiestas sociales».

En la primavera de 1997, encontrarse un astronauta en un lavabo era posible en California, en medio de la fiesta que Porcelanas Lladró estaba dando para celebrar la apertura de una tienda colosal en el corazón de Rodeo Drive. Así es que cuando salisteis de los lavabos y cada uno se sumergió en la masa de cuatrocientos invitados que lo llenaban todo de una locura de Moët, canapés, música y parloteo, te percataste de qué quería decir el orgulloso lema de «poder valenciano» que empezaba a acuñar el presidente Eduardo Zaplana, que nos hizo creer que lo de la autoestima iba muy en serio.

Don José Lladró estaba de animada charla con Tippi Hedren y don Juan con Lauren Bacall. O al revés. Porque en Los Ángeles hay una asociación de actores veteranos, de fines benéficos, desde luego, que acude a las fiestas de más boato a cambio de una estimulante donación. Y en la nueva tienda Lladró estaba la flor y nata de los actores granaditos, caras muy conocidas de la pantalla grande y pequeña, muchos de ellos socios, también, de una entidad, la de los coleccionistas de porcelanas de Lladró, que en aquel momento podría tener cuarenta o cincuenta mil abonados en Estados Unidos: gente que compraba por suscripción todo lo que los Lladró fabricaran, fuera de Juan Huerta, de Pepe Puche o de cualquier otro escultor de su glorioso taller.

La actriz que nos hizo sufrir tanto en «Los pájaros», la mamá de Melanie Griffith y futura suegra de Antonio Banderas, estaba rutilante en aquella gran tienda construida alrededor de una fastuosa escalera doble, de alfombra escarlata. Había oro y porcelana, brillantes y cristal por todas partes; flores y adornos, cornucopias y luces pugnaban por subrayar las piezas de Porcelanas Lladró, históricas o recientes.

Charlton Heston recodaba «Ben-Hur», «El Cid» y «Los Diez Mandamientos» al presidente de las Cámaras de Comercio de España; y Michael Douglas mareaba a todas las invitadas. A mí, sin embargo, me dejó cautivado la Janet Leigh, a quien miré la espalda sin reparo, para ver si le habían quedado cicatrices después del apuñalamiento de «Psicosis».

Lladró Hermanos en la cumbre, los Lladró en todas las portadas. Sin embargo, cuarenta años después de sus esforzados orígenes, Juan, José y Vicente Lladró, brillaban dentro de la gran tienda al frente de sus respectivos grupos familiares. Pero lo hacían ya por separado. Claramente. Sin disimulos. Después del reto que en 1988 supuso la tienda-museo de nueve plantas en Manhattan, habían decidido dar el salto a la otra costa. Pero la decisión, de extraordinaria importancia económica internacional, estaba encontrando no pocas dificultades de ajuste práctico. El periodista, por ejemplo, todavía no había logrado, al tercer día en Los Ángeles, que los tres hermanos se reunieran bajo las banderas española, valenciana y norteamericana que decoraban los principales rincones del hotel Regent Beverly Wilshire, el de la película «Pretty Woman», donde nos alojábamos.

Una y otra vez reclamó este cronista el posado de los tres hermanos, una imagen de unidad que solo la bondad y la paciencia de los empleados de relaciones públicas hizo posible in extremis. El otro día se publicó la foto, en la crónica mortuoria de una empresa valenciana legendaria. Descanse en paz.

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