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UN BANQUETE DE MIL DUROS

TEODORO LLORENTE FALCÓ

Sábado, 10 de diciembre 2016, 00:23

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Corría el mes de febrero de 1908. En Valencia todo era euforia. Se había lanzado por el nuevo presidente del Ateneo, don Tomás Trénor, la idea de celebrar una gran Exposición Regional en el siguiente año, y ello había levantado el espíritu del vecindario, hastiado ya de las enconadas luchas políticas. Con el fin de tantear la opinión del comercio catalán para su concurrencia al certamen, nombróse una comisión formada por Juan Izquierdo como presidente, Francisco Banquells, Julio Parra y José Cabanes para que se trasladasen a Barcelona. Tras visitar a las autoridades telegrafiaron al señor Trénor en términos muy satisfactorios que terminaban con vivas a Cataluña y a Valencia.

Al día siguiente comenzaron los comisionados su visita a las fábricas. Todo iba a pedir de boca hasta llegar a la del señor Ponsá, quien se negó a cooperar porque había leído en 'El Noticiero Universal' que en el telegrama citado se vitoreaba a Valencia y no a Cataluña. Negó la comisión dicha omisión y se entabló acalorada polémica. Al final dijo el fabricante catalán: «Nada, van cinco mil pesetas para una comida de siete valencianos y siete catalanes. Si se puso pago yo.

-Hecho- contestaron los valencianos. Y sin pérdida de tiempo pidieron a Telégrafos un certificado del despacho y, efectivamente, en él había un ¡Viva Cataluña! como una casa.

-No saben lo que me alegra que hayan ganado- les dijo el señor Ponsá-. Ahora busquen tres compañeros más y nos reuniremos para cumplir la apuesta.

Trataron de disuadirle, pero el señor Ponsá, erre que erre, no quiso dar su brazo a torcer. Había que gastar cinco mil pesetas en la comida de catorce comensales. Aquello era un disparate -alegaban los vencedores-, pero no hubo manera de convencerle.

La comisión encontró en la Rambla a Vicente Fernández, carpintero de la futura Exposición Regional, y le invitaron. Pero faltaban dos valencianos.

En 1908, una gallina valía cuatro pesetas; una docena de ostras, una peseta, y un cubierto en la mejor fonda, y alardeando de derrochador, cinco. Y con esas circunstancias había de organizarse el banquete de las cinco mil pesetas para catorce personas.

Se acudió a la 'Maison Doré', que era en Barcelona la fonda de más postín; se habló con don Carlo Pompidor, el dueño, y éste, al comunicarle el encargo, exclamó, llevándose las manos a la cabeza: «Imposible, imposible».

Se propuso al señor Ponsá distribuir las cinco mil pesetas de esta forma: dos mil para los pobres de Barcelona, otras dos mil para los de Valencia, y las mil restantes para la comida, pero no accedió el anfitrión. En veinticuatro horas se decoró lujosamente un reservado, se compró una magnífica lámpara, se trajeron orquídeas de Niza, se adquirió nueva vajilla y cristalería, se vistió a los criados con fracs y se hizo todo lo posible para mermar las cinco mil pesetas, que parecían crecer para desesperación del señor Pompidor. Se contrató una orquesta selectísima y se resolvió que todos los platos fueran dobles y se sirvieran los vinos más exquisitos y de mejores marcas. Al final fueron catorce los comensales, pero sólo cinco los valencianos; el sitio de los dos valencianos que no se hallaron los ocuparon dos catalanes..

Y aún afirma un superviviente de aquella comida, con nueve platos, dos postres y ocho vinos caros, que con todo lo que se dispuso no se pudo llegar a las cinco mil del ala.

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