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Los alcaldes del Papa

Quienes defienden a los refugiados también calculan los votos

Mª JOSÉ POU AMÉRIGO

Sábado, 10 de diciembre 2016, 00:23

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A los pocos días de ser elegido, Francisco tomó una decisión que resultó polémica: el nuevo Papa no daría la comunión en las misas. En casi ninguna. Así ocurrió, por ejemplo, en la primera que celebró como pontífice el día de San José de 2013. Las explicaciones de los vaticanistas se remontaban a un libro de conversaciones entre Bergoglio y el rabino argentino Skorka. Allí se refería a los católicos hipócritas que no cumplen con la misericordia del Evangelio pero gustan de tratar con las autoridades religiosas. Recibir la comunión del entonces arzobispo de Buenos Aires era un arma de doble filo para Bergoglio: no podía negársela pero no quería que ese gesto de comulgar se interpretara como una absolución pública. Entre ellos había militares de la terrible dictadura que sometió a los argentinos en los setenta. Así, pues, evitando la comunión, evitaba que buscaran la foto con él.

No sé si ha cambiado de criterio desde entonces o Francisco ha suavizado los criterios de utilización política. Es cierto que hay años luz entre los militares argentinos y los alcaldes de izquierda que le han acompañado estos días en el Vaticano. No es comparable el reproche a unos y otros ni tiene nada que ver el rechazo moral por muy erróneas que sean sus políticas cuando se trata de un alcalde de Compromís y cuando hablamos de un episodio atroz de la historia argentina. El punto de comparación no está ahí sino en la utilización política del propio Papa, de la Iglesia y hasta del Evangelio. La defensa del refugiado es una postura que honra a cualquier político. Es una convicción que tiene, además, una capacidad innegable de unir a quienes piensan de forma distinta. Es una reclamación transversal con la que muchos que no compartimos habitualmente los planteamientos del equipo de Ribó o de Oltra nos sentimos, sin embargo, apelados. Es la persona, en situación de especial vulnerabilidad, la que nos une por encima de ideologías o de visiones de la gestión pública. Incluso por encima de distintas consideraciones acerca del papel de los ayuntamientos en el proceso. La reunión en Roma es importante por eso, para que siga el eco de quienes levantan la voz, dentro y fuera de las instituciones, por los sirios, iraquíes o afganos perseguidos en sus países y a quienes la opulenta Europa no quiere acoger por miedo a perder el poder quienes mandan y el bienestar, quienes los votan.

El problema es que quienes los defienden también calculan los votos y se parapetan tras su reivindicación para minar al oponente. Las declaraciones de los alcaldes en el Vaticano así lo muestran. Dice Ribó que está «encantadísimo» de coincidir con el Papa. Sin duda. Le da munición contra la derecha donde más duele, en su electorado natural. El gesto es contra Rajoy y, aunque tengan razón, es un uso envenenado del Papa. Por mucho que no se arrodillen ante él en la comunión y por mucho que al Papa no le importe.

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