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RUIDOS

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Las quejas vecinales crecen mientras el tripartito promete soluciones y la plantilla de la Policía Local sigue congelada

PACO MORENO

Lunes, 5 de diciembre 2016, 00:44

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Me envía un vecino de la calle Campoamor una serie de vídeos sobre los ensayos y actuaciones en un paseo peatonal y en el colegio Santiago Grisolía este fin de semana. Debicelios a tope, guitarras eléctricas resonando en las fachadas de las fincas y una batucada a todo meter en un aula.

Con su móvil (reconoce que la medición no es muy fiable) registra más de 80 decibelios, diez menos de lo que autoriza el Ayuntamiento en las verbenas falleras, sin ir más lejos. El concierto en el paseo no se celebró el sábado debido a la lluvia, por fortuna para los vecinos cercanos, quienes ya hacían acopio de algodones para sus oídos el fin de semana.

A todo esto, la concejal de Educación, María Oliver, asegura sobre esta queja que las actividades y los decibelios entran en los parámetros legales y se han buscado las mínimas molestias. No lo dudo, dado que es una iniciativa del propio Ayuntamiento. Los vecinos no tienen nada clara la legalidad, más bien al contrario.

Veo los vídeos, los escucho más bien, y recuerdo quejas similares que me han llegado de otros lugares en Valencia. En la zona de la calle Museo, en el Carmen, una de las vecinas asegura que es imposible vivir allí los fines de semana. Más allá del botellón y los ríos de orina que ensucian el centro histórico, de nuevo pone el acento en las charangas y la costumbre de atronar en la calle con música. O eso pretenden aunque sea ruido lo que produzcan finalmente.

Y voy al otro lado del mapa de Valencia, al barrio de Ruzafa. La plataforma vecinal Russafa Descansa, la más activa a la hora de reivindicar el derecho al descanso, también ha puesto la lupa sobre la moda de las despedidas de soltero acompañados por charangas, aunque a diferencia de lo ocurrido este fin de semana en la calle Campoamor sucede de madrugada para perjuicio de los vecinos.

Mucha faena para la Policía Local, sobre todo con un gobierno municipal que pretende acercarse a los problemas en los barrios, al menos en los comunicados de prensa. La realidad es que el asunto va a peor, muchas denuncias no se atienden por falta de personal y los agentes se conforman con que los coches arranquen.

Me lo contaban el otro día al hilo del nombramiento en diferido del nuevo jefe de la Policía Local. Los agentes empiezan a estar hartos de ver cómo no paran de nombrarse interinos, cargos de confianza y directivos tanto en el Ayuntamiento como en las empresas municipales. Ellos siguen pasando la mano por la pared.

Las oposiciones para que entren nuevos agentes deben avanzar por uno de los infinitos trámites marcados por un gobierno tripartito que acelera sólo en lo que le conviene y a otros asuntos les aplica la burocracia decimonónica, como se ve claramente en la adjudicación de obras de alcantarillado en el Cabanyal.

Y después de que el alquiler de coches haya tardado más que la construcción del Micalet (es un decir), yo me pregunto si la concejal Anaïs Menguzzato no debería comprometerse a desatascar esos temas, es decir, arremangarse y arreglar los desbarajustes que no ha sabido resolver el Ayuntamiento en año y medio, antes de prometer el refuerzo de la policía de barrio o la lucha contra los ruidos nocturnos y el botellón. De momento, los vecinos se dan con un canto en los dientes si la policía acude cuando llaman.

La ordenanza contra la contaminación acústica tiene más de ocho años y algunos apartados se han quedado caducos. Los problemas de convivencia se apuntan como los que más afectan a los vecinos y el envejecimiento de la plantilla de la Policía Local juega en contra de hallar soluciones.

Apunto sólo un dato: cuando en la tercera ciudad de España se genera un problema serio de falta de personal por la apertura al público del balcón del Ayuntamiento y la futura exposición del refugio de la Guerra Civil, es que algo no funciona. Más allá de los charcos que crea el concejal de Movilidad, Giuseppe Grezzi, empeñado en restringir el tráfico privado sin ofrecer alternativas viables (léase lo que ocurre en la calle Serranos y la avenida María Cristina, donde en teoría debería haber patrullas de la Policía Local para cazar a conductores incautos sin permiso). La próxima vez que una charanga atrone en una calle, propongo a los vecinos que creen una cadena humana alrededor.

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