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Carolina, dame la mano

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Oltra y Puig trabajan en dos escenarios: incorporar la Esquerra del derrotado Blanco o atraerse a la parte progresista de Ciudadanos

Julián Quirós

Martes, 6 de diciembre 2016, 08:03

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Publicado en la edición impresa del 4 de diciembre de 2016.

Turrón aparte, Oltra y Puig (tanto monta, monta tanto) se habrán zampado estas navidades el 40% de la legislatura. Y aunque los dos a título individual han estilizado su físico desde que ocupan la Generalitat (con resultados notorios), si todavía guardan alguna reserva de autocrítica deberían admitir que el proyecto político compartido no ha corrido la misma suerte: los compromisos éticos derivaron en un atracón de verborrea botánica y flota grasa allí donde debería haber crecido músculo. Al bitripartito gobernante le quedan doce o quizás quince meses para consolidarse desde los circuitos del poder, hasta ahora no ha sabido hacerlo; luego vendrá la carrera preelectoral y que Dios reparta suerte. Oltra y Puig llegaron a Navellos tal cual Isabel y Fernando (tanto monta), en plan reconquista valenciana, arrasando el campo de Les Corts y dando por enterrado al moro muerto del PP, hasta percatarse de que el muerto pepero no estaba tan muerto. Ya lo saben, andaba de parranda, o estaba tomando cañas.

Puig alguna vez se nos ha puesto florentino anunciando «el renacimiento valenciano», una nueva era de su mano; arte, modernidad y sonrisas bien alimentadas. Lirismo poético. No debería engañarse. Somos valencianos. Lo de aquí ha sido más romano y más borja: bronca, mística ideológica, tropas, banderas al viento y campos de batalla. Antes que pueda llegar cualquier renacimiento, hay que ganar la paz. Y Oltra y Puig ni siquiera han ganado todavía la guerra. Isabel y Fernando saben ahora que la ansiada reconquista del país valenciano peligra. Por eso, como entienden más de combates electorales que de gobernanza templada, no buscan más salida que atraer nuevas mesnadas para la contienda electoral con fin de mantener la precaria mayoría; ya no basta sólo con el apoyo de los podemitas de Antonio Montiel. Así que la fabulosa estrategia del bitripartito pasa por convertirse en cuatripartito sin más, bajo el principio rumbero de que donde caben dos caben tres... y donde caben tres caben cuatro. Chévere, chévere.

En definitiva,Oltra y Puig trabajan sobre dos escenarios. El primero, incorporar la Esquerra del derrotado Ignacio Blanco al proyecto, si consiguen sacarla del camposanto extraparlamentario. Para ello sería necesario aprobar por mayoría cualificada la reducción del suelo electoral del 5% al 3%, lo que les facilitaría obtener alguna representación. Es una operación que no puede lograrse sin el auxilio de Ciudadanos, pero cabe esperar que Albert Rivera bloquee cualquier movimiento de sus huestes valencianas en tal sentido, puesto que restaría protagonismo a su formación. El segundo escenario del bitripartito pasa por atraerse a esa parte progresista de Ciudadanos en la que están Carolina Punset (por convicción) y Alexis Marí (por mera lotería). A Marí, por favor, alguien debería sacarle de la equivocación y avisarle de que no le ha tocado el gordo de Navidad, que lleva los años confundidos, que vive en un autoengaño, pero a diferencia de la ancianita de la tele a él le permiten seguir en el error no por cariño o pena, sino por puro cachondeo. El trabajo de seducción sobre esta pareja política (y sentimental) es implacable por parte del PSPV, propio del cazador con colmillo experimentado cuando ve una pieza abatible. De ahí las continuas rectificaciones de Marí, cuando cierra un acuerdo con Manuel Mata que luego le tumban los suyos; o viceversa, cuando logra que Mata le haga cambiar de parecer sobre lo que previamente ató con el PP o con sus compañeros de grupo. En el cortejo a Punset participa el propio President y los cantos de sirena han llegado hasta el punto de insinuarle vagas o no tan vagas facilidades para ubicarse en el magno proyecto tripartito. Ella que tanto alardeó de cosmopolitismo suspira ahora por la vuelta a la aldea valenciana. La pareja está en minoría, carece de fuerza y predicamento, no logrará arrastrar al conjunto del partido a sus ideales (Punset) o intereses (Marí), pero como poco supone un triunfo barato para el Consell, centra su imagen frente a los Marzà o Ribó y quizás, quién sabe, hasta les pueden caer de rebote algunos votos de los sectores progresistas del riverismo. Una especie de pedrea, a falta del ficticio gordo navideño que Alexis Marí cree llevar en sus manos.

Mientras llega la ayuda externa y conforme al espíritu positivo de estas fechas, la izquierda gobernante se ha agarrado como un clavo ardiendo a la fabulosa declaración de las Fallas como Patrimonio de la Humanidad. Demos a Compromís la bienvenida al club, tarde pero aquí están, y alegrémonos de que haya superado por fin sus complejos y resabios históricos respecto a la gran fiesta valenciana. El concejal Fuset debería además ofrecer una plegaria particular por la memoria de Rita Barberá; su súbito fallecimiento le salvó del mayor oprobio sufrido nunca por un político en el universo fallero, tras recibir una rotunda reprobación democrática ante su pertinaz intervencionismo. Pero Fuset no se ha salvado del todo, cuelga del hilo, y si el temperamento maniobrero le sigue gobernando, le abrirá un roto electoral grande al alcalde. El otro peligro público -para los vecinos y para la improbable continuidad del propio Ribó- es el concejal de Movilidad. Grezzi ha comenzado las obras del anillo ciclista, pero lo peor vendrá cuando estén concluidas, si como todo parece indicar acaba cargándose la fluidez del tráfico en la ciudad, lo peor que le puede pasar a una administración municipal.

En el ámbito autonómico las cosas tampoco van mejor. Como de costumbre. El repaso fugaz a los acontecimientos recientes nos recuerdan o advierten (1) del tercer revés judicial al Consell por negarle información a la oposición, ellos que hicieron de la transparencia una bandera ética. Nueva Imelsa (2) replica no pocos vicios de la etapa de Alfonso Rus, siendo además objeto de una confrontación interna entre los lugartenientes de Puig, los Orengo y Boix, con el barón de la Diputación, Jorge Rodríguez. La nueva RTVV (3) amaga con convertirse en una televisión más politizada que su predecesora, donde a los profesionales y gestores se les desprovee de toda autonomía para ser controlados de forma férrea por un consejo rector convertido en unas Cortes en miniatura, donde cada partido tiene su cuota y donde no falta algún comisario ideológico con experiencia en vetar periodistas. Y lo más grotesco de la semana ha sido el intento vergonzante, otra vez (4), de subir los sueldos de los consellers y de los altos cargos al mismo tiempo que elevan los impuestos a buena parte de la ciudadanía; de tal forma que los impulsores del castigo fiscal habrían quedado exentos por una compensación indirecta y autoadjudicada. ¿Inaudito, torpe o descarado?, difícil clasificarlo, seguro que Peret también tiene una rumba para esto que lo explica mejor. Chévere.

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