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HISTORIA

El conocimiento de las raíces, su respeto y recuerdo son las mejores armas para combatir la desmemoria. Y para marcarnos el día a día en estos tiempos revueltos

JOSÉ RICARDO MARCH

Lunes, 28 de noviembre 2016, 00:22

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Asistir al Fòrum Algirós, la magnífica iniciativa que la Fundación del Valencia CF prepara cada poco tiempo con elegancia, mimo y sumo cuidado, es siempre una inyección de vitamina valencianista. Y más aún en una época turbulenta como la actual. Uno acude ilusionado, a sabiendas de que el magnífico trabajo que desarrollan Pablo Mantilla, David Latorre, Loles Ruiz y demás miembros de la Fundación jamás le decepcionará. En el estrado, a dos pasos del público, se sientan nombres ilustres de la historia del Valencia, dirigidos por el magisterio apabullante (imbatible en materia valencianista) de Paco Lloret. Muy cerca de nosotros, flanqueando a Pep Claramunt, homenajeado cuando se cumplen cincuenta años de su debut, desmadejan anécdotas dos de sus acompañantes en el glorioso 71, Sergio y Abelardo, y el erudito Alfredo Relaño, llegado exprofeso desde Madrid. Y ahí atrás, completando el cuadro, brillan las muestras evidentes de la calidad del protagonista: dos trofeos, Liga y Copa, y tres camisetas de alto valor simbólico, que atestiguan la fidelidad sin mancha de Claramunt al Valencia y su paso luminoso por la selección ye-yé.

Además de por su contenido, el Fòrum es especial por la gente que acude a su llamada. Es maravilloso estrechar manos que han tocado la gloria. Resulta emocionante recibir abrazos de leyendas del Valencia, personas que alzaron copas cuando aún no estábamos ni en el pensamiento de nuestros padres. Compartir unos minutos de charla y alguna anécdota poco conocida con Pepe Vaello, entusiasta entre los entusiastas, no tiene precio. Es fabuloso escudriñar caras amigas, e intercambiar con ellas gestos de complicidad, entre la multitud que escucha la historia narrada de boca de sus protagonistas. Y supone un placer indescriptible poder trasladar a Claramunt la vieja opinión de mi padre de que él, un chaval de Puçol de su misma quinta, era el mejor jugador que había visto en su vida. La sonrisa tímida del mito y su respuesta modesta tienen más valor para mí que cualquier gesto de los ídolos actuales, apresuradamente fabricados (y convenientemente deshinchados, cuando les interesa) por los medios de comunicación.

Todo en el Fòrum Algirós se articula alrededor del culto al pasado que nos hizo grandes. Es un ejercicio de nostalgia que, aunque pueda parecer contradictorio, nos ayuda a resituarnos en espera de tiempos mejores. Es un repaso al ayer que eriza el vello y que nos devuelve, en estos tiempos de plomo, el orgullo de ser del Valencia. Pero es un ayer con un importante valor añadido: nos sirve para marcar el camino diario. Para hacernos más fuertes ante una adversidad que parece no llegar a término. Para recordarnos que nuestra historia no empezó hace veinte años sino casi cien. Yo soy, como el amigo Alberto Asensi, de los que se alinean tras la opinión de que el pasado ayuda a dar sentido al presente, ya que solo a partir de su conocimiento somos capaces de reconocer nuestros errores y de anticiparnos a ellos. De ser mejores, en definitiva. La humanidad, de hecho, lo sabe desde la época de Noé y el diluvio. Y lo puede constatar cada día aunque haya quien, anclado en el aborregamiento más absoluto y ridículo, prefiera no hacerlo. Hay quien desearía eliminar de un plumazo la historia, no solo para borrar sus errores pasados, sino todo aquello que pueda ensombrecer sus actuaciones del presente. Especialmente las más abyectas. Hay gente que desprecia conscientemente el ayer porque solo quiere concentrarse en su propia glorificación o, en su caso, en la de quien no lo merece.

Si hay algo que nos enseña la vida es que solo el paso del tiempo proporciona la perspectiva necesaria para analizar con calma y profundidad los acontecimientos que vivimos. Una perspectiva que el presente, esclavo de hipotecas y favores, de odios encendidos y enamoramientos apasionados, raramente ofrece. Mestalla, que no es perfecto y jamás lo ha sido, es especialista en señalar defectos de sus hijos predilectos y en buscar virtudes a quien seguramente no lo merece. El mismo Claramunt homenajeado el jueves, rodeado de historia valencianista y de guardianes del tiempo y la estética, fue, como Amadeo, Puchades, Fernando o Albelda, criticado con saña cuando algo parecía torcerse. Una dolorosa lección que jamás habríamos de olvidar.

El presente distorsiona, más aún en una época en la que cualquiera con apenas dos minutos de EGB puede agarrar un micro o inducir a escupir bilis en una red social sin filtros. La única arma posible contra la desmemoria es, y seguirá siendo, le pese a quien le pese, la historia. El resto, utilizando una brillante expresión del musicólogo Alex Ross, es ruido.

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