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RITA Y EL MARATÓN

RITA Y EL MARATÓN

Valencia disfrutó el domingo del éxito de una carrera que ahora es todo un referente gracias a que, en 2010, la alcaldesa le dio a Paco Borao todas las facilidades para reflotarla

FERNANDO MIÑANA

Domingo, 27 de noviembre 2016, 00:08

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Durante los años de bonanza, Valencia se enamoró de los grandes saraos del deporte. Y cuando vino el gatillazo, los críticos dispararon sin miramientos. Años después, no está de más hacer un repaso y comprobar que hubo patinazos carísimos, sí, pero también sonados aciertos. El que no sepa ver que la Copa América elevó a la ciudad varios pisos es que no tiene ni idea de lo que es, y lo que cala por el primer mundo, la competición más antigua.

Aunque al final resultó que la joya estaba en casa. El último domingo Valencia fue una nueva exaltación del deporte, de la vida más o menos saludable, de la implicación de los ciudadanos para convertir el Maratón Trinidad Alfonso en un ejemplar único. Que nadie se piense que en Europa, ni mucho menos en España, hay otro maratón con ríos de gente jaleando a los corredores. Eso ocurre aquí y en cuatro sitios más.

La carrera tiene más virtudes. Muchas. Un censo enorme, con 16.000 maratonianos cruzando la meta. Por cierto, una llegada admirada por todo el que se prende el dorsal. O un nivel atlético notable tanto en hombres como en mujeres. Y lo que está por venir...

También queda alguna arista por pulir. El 10K paralelo ya solo sirve para generar estrés en los corredores, que no aciertan a adivinar por dónde acceder al puente y les cuesta encontrar la liebre que les guíe hacia la marca que ansían. O el desatino de la EMT, que anunció autobuses gratuitos y líneas reforzadas, bravo, pero que acabó ofreciendo un servicio demasiado madrugador, de 5.30 a 7 horas, cuando la salida era a las ocho y media. Total, que los corredores, histéricos como se ponen, acabaron cogiendo el coche o parando un taxi al ver que les quedaban 20 o 25 minutos de espera.

Ahora que todo el mundo aplaude el Maratón de Valencia, salvo cuatro cascarrabias que no entienden que esto es un orgullo para la ciudad, conviene recordar que Rita Barberá, dramáticamente fallecida esta semana en un hotel de Madrid, fue quien propició el impulso de una carrera estancada.

Cuando Paco Borao fue elegido presidente de la AIMS (la asociación internacional de maratones y carreras de ruta) en octubre de 2010, la alcaldesa pidió reunirse con él. El motivo que le dio era felicitarle por ser el único dirigente de Valencia al frente de una entidad internacional. Y, ya que estaba, le pidió que le explicara cómo andaba el maratón y qué posibilidades había para reflotarlo.

«Rita fue la responsable del inicio de la segunda era del maratón», agradece Borao, presidente también de Correcaminos. Después de aquella reunión, la jefa ordenó a Cristóbal Grau, el concejal de Deportes, que diera todas las facilidades y le pusiera un mapa de la ciudad delante para que los sabios de Correcaminos diseñaran el circuito ideal, el más rápido, ese trazado que atraería, poco después, a miles de extranjeros y españoles.

Grau también propuso pasar el maratón de primavera a otoño, de febrero a noviembre, una decisión que encontró a encendidos detractores, pero que acabó siendo un dardo en el centro de la diana. Y, de paso, ayudó a encontrar un patrocinador, Divina Pastora, que diera sustento económico al nuevo proyecto.

A Rita tampoco le faltó olfato con la Copa América. Desde el primer día entendió que aquello era un caramelo y aplaudió la idea de traer el aguamanil más deseado del planeta a su ciudad, convertir el golfo de Valencia en el campo de regatas de los suizos del Alinghi. Sus enemigos podrán cuestionar el impacto intangible, que gracias a la Copa América muchos conocieron esta ciudad mediterránea. Pero lo que es innegable es que aquella competición náutica dejó un beneficio palpable: la remodelación de la dársena, la reordenación de la avenida del Puerto y la creación de una línea de metro hasta el aeropuerto que a mí me encanta.

Rita también tuvo fallos clamorosos y el error de, tras tantos años en el poder, creerse como el César. Aún recuerdo el día que volvía de recoger la bandera del Mundial 'indoor' de atletismo en Moscú, cuando se plantó en un extremo de la T4, abrió el bolso y se encendió un pitillo con toda la tranquilidad del mundo. Pero, como recuerda Cristóbal Grau, «no solo apostó por los grandes eventos sino también por los clubes y por dotar de infraestructuras deportivas a los barrios».

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