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LUZ EN LA MADRUGADA

Mª ÁNGELES ARAZO

Domingo, 27 de noviembre 2016, 00:08

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En la emblemática marquesina siempre se balanceó un farol que indicaba la vida de Casa Barrachina, aunque fuera una noche oscura, con lluvia o con desapacible viento de madrugada. Allí, bajo el juego de espirales conseguido con forja de hierro, en la terraza del inolvidable café, se han dado cita los amantes que no lo parecían, han tomado chocolate con ensaimada las ancianas viudas que llevaban una cintilla de terciopelo en el cuello con camafeo, fingieron leer los misóginos solitarios, rieron ante un helado las colegialas y saborearon la horchata los turistas que deseaban descansar ante el trajín callejero.

Hace dos décadas pululaban por allí los 'limpia' sacando brillo a los zapatos de los señores que jamás osaron ensuciarse las manos con betún. También transitaban los vendedores de lotería, ofreciendo décimos que aseguraban el 'gordo'.

Esquina ciudadana que, allá por la década de los 60 del siglo XX, citaba a los empedernidos de la noche y la madrugada, los del aliento/alcohol y vivo sexo, cuantos componían el conjunto extraño y fascinante de cabareteras, músicos de orquestina, actores y los clasificados entonces como 'señoritos' fieles a determinadas cerilleras, pacientes ancianas que, sentadas, se cubrían las piernas con una manta gris, como su pelo, como su toca de lana, tricotada junto al brasero. Todos integraban un mundo conocido en Valencia como 'la golfa', porque eran atendidos -por riguroso turno nocturno- en Casa Barrachina, Noel, Balanzá y Lauria.

Casa Barrachina, en los bajos de la elegante finca de Javier Goerlich, disponía de una escalera de mármol que conducía a la naya, donde la discreción era propicia a las parejas de novios que se besaban y acariciaban cuando estaba prohibido. La otra escalera descendía a los servicios, donde otra mujer mayor (de la generación de las cerilleras) esperaba que le dejasen una propina por limpiar y entregar papel higiénico.

El tiempo borró esa secuencia de la vida provinciana que transcurría allí, donde el farol que, como una pupila gigante, todo lo observaba.

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