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Indumentaria

MIQUEL NADAL

Viernes, 25 de noviembre 2016, 00:15

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Leo en la prensa sobre un proyecto que patrocina la Unión Europea, HandPas, que pretende la digitalización de las huellas de las manos en 33 cuevas prehistóricas de Francia, Italia y España. A través de la impresión en la piedra, los estudiosos pueden interpretar los símbolos de nuestros antepasados prehistóricos, la manera que tenían de soñar, convivir, o cuidar a los hijos, ya que las huellas de las madres aparecen con las de los hijos. Resulta curioso que en los últimos tiempos un par de los asuntos polémicos que tanto nos definen, hayan tenido que ver con el tema de la indumentaria. De identidad y simbolismo religioso en el ámbito educativo, y reglas de vestimenta en el ámbito festivo de las Fallas. Los que nos vestimos de cualquier manera tenemos cierta alergia a la temática. Yo salgo, irremediablemente, arrugado ya de casa, y sería capaz de arruinar al sastre Puebla con esta percha dejada de la mano de Dios. Desde la ignorancia indumentaria, para mí que hay un exceso en las Fallas actuales respecto de las que yo conocí en mi educación sentimental, que se acelera con estas declaraciones de la UNESCO que, mientras continúen churrerías y latas de refrescos por la calle, no paliarán el olvido del sentido primario de la fiesta. Del conflicto de las normas inexistentes, presuntas, informales, no escritas o verbales, solo me interesan los detalles que revelan una hipertrofia sobre las formas y un exceso de reglamentación que nos acerca al cartón-piedra, que tan acertadamente queremos lanzar al fuego. No se califique la columna como hostil a las Fallas. Aun soy de esos que no pueden estar fuera de Valencia en Fallas, so pena de terribles ataques de nostalgia. Pero si hay gente que con el fajín rojo presidencial se veía en el pasado rebosante de poder, cuidado con otras indumentarias canónicas. Vestirse como en el siglo XVIII no nos hace, necesariamente, mejores. Ahora tenemos miles de fotos digitales que revelan más bien poco, y por el contrario, las que conservamos de épocas pasadas se pueden contar con los dedos de una mano. Yo tengo una, en blanco y negro de los años 50. Mi padre, alguno de mis tíos, amigos de mis padres, vecinos, de particular, con traje oscuro y corbata y gafas de sol tras un estandarte. Miran a la cámara y sonríen con un punto gamberro. Es un día de fiesta y van camino de la Ofrenda. Probablemente la foto está "sacada" en la calle de Ruzafa, después de pasar por el Contraste, y a la altura de la relojería Morera. A veces me detengo en ese instante de felicidad en el desfile de una falla de barrio en la frontera entre la huerta y la ciudad, y como un antropólogo analizando las huellas de las manos, si me detengo en las sonrisas y escruto sus miradas limpias, no me fijo en cómo van vestidos, y hasta puedo escuchar de fondo aquello de «una estoreta velleta per a la Falla de Sant Josep».

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