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Pedaladas pide la alcaldía

Pedaladas pide la alcaldía

Con la bici urge una pedagogía elemental de obligado conocimiento. ¿Dónde está el ayuntamiento en lo que de verdad le toca?

Julián Quirós

Martes, 22 de noviembre 2016, 09:26

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Publicado en la edición impresa del 20 de noviembre de 2016.

Apenas se ha reparado en cuánto ha bajado en los últimos meses la visibilidad de los dos principales actores del primer año de los tripartitos: Vicent Marzà y Joan Ribó. El conseller y el alcalde se convirtieron en los arietes del cambio en la Comunitat, los abanderados ideológicos de los nuevos gobernantes. Héroes para los cuadros de Compromís. Agresores sectarios según las grandes masas sociales ajenas a la izquierda tronante. Y fue llegar el verano y aprovechar para desaparecer. Casi literalmente. El nuevo curso arrancó y prosigue con unos Marzà y Ribó desconocidos, huidizos, reacios a mantener la beligerancia previa en sus políticas y declaraciones. No es que se hayan cansado (como algunos murmuradores comentan sobre la actividad contenida del alcalde), ni que hayan cambiado de ideas o hayan asumido con naturalidad la evidencia de que la mayoría de los valencianos no piensa como ellos. Simplemente disimulan. Ocultan sus pretensiones o, como mínimo, las subordinan a los intereses electorales o a los intereses de la gestión administrativa. Es un primer paso positivo. Renunciar, por convicción o a la fuerza, a usar el poder para imponer la ideología.

¿Qué pasó en torno al verano para dar lugar a una inflexión tan extrema y veloz? Sólo hay una respuesta: el 26J. Las elecciones generales donde el conjunto de la izquierda valenciana bajó diez puntos respecto al resultado de las municipales y autonómicas previas, perdiendo las mayorías parlamentarias de un año antes. Y ahí se precipitó todo. Marzà y Ribó empezaron a hibernar, reduciendo al mínimo sus movimientos y su gasto energético. Más que por decisión propia, hubo de intervenir la superioridad. Y más que una directriz, debió ser ese olfato y ese instinto de protección que Mónica Oltra guarda para algunos de sus fieles. Demostrado está su cariño hacia el primer edil y su trayectoria. Y conocido es también el tutelaje de la vicepresidenta al titular de Educación, al que no duda en poner bajo su manto frente a los ataques. Marzà se había convertido en un marrón para el Consell, una bomba andante. Pero como no le falta astucia ni inteligencia, el conseller ha procedido a atrincherarse en Campanar. Después de alcanzar un hito asombroso: ser el primer político de la izquierda que logra movilizar y sacar a la calle a los sectores educativos no controlados por los sindicatos nacionalistas. Por supuesto, sigue en sus trece, pero ha decidido esperar, consciente de que su futuro político estaba comprometido.

El alcalde, por su parte, mantiene el pulso en todo lo relativo a la lengua, pero no gallea en la disputa. Hace... pero diciendo lo mínimo. Igual que en la ofensiva contra la Iglesia o en la simbología antiespañola. Se nota incluso más con su desaforada pasión por la capitalidad valenciana durante la Guerra Civil. En enero, amparado por las reinas magas republicanas, hizo un canto fantasioso sobre aquel periodo desde el balcón municipal. En abril volvió a su afán, en un acto público donde se postulaba el fin de la monarquía, llegando después incluso a aquella innobleza contra el PP en el salón de plenos: «parece que piensan igual que los golpistas de la República». Sin venir a cuento. Olvidándose de que golpista de la República también fue Largo Caballero y quien liquidó la legitimidad democrática del régimen fue el movimiento comunista, tan vinculado a Ribó.

Ahora, llegada la fecha de la celebración, los actos van sucediéndose sin ruido innecesario. Alguna exposición universitaria, algún libro, algún homenaje a los presos republicanos en la cárcel de San Miguel de los Reyes, pero controlando los decibelios. Porque todo tiene su réplica. En esa cárcel de San Miguel de los Reyes antes que presos republicanos hubo presos del bando nacional. Incluso estuvo el líder de la Derecha Regional Valenciana, Luis Lucia, que pese a mantenerse al lado de la República fue procesado y encarcelado, pasando también cautiverio en el seminario de Valencia, en la cárcel Modelo de Mislata y en Santa Clara, aparte de San Miguel de los Reyes. La República permitió además 35 checas ilegales en Valencia y un barco prisión en el puerto. De mazmorras no andaba manca. Pero el mayor varapalo a las cárceles republicanas no vino de la derecha, sino del principal intelectual de la izquierda democrática del momento, George Orwell: «han extendido un régimen de terror, con las cárceles llenas sin juicio previo, con presos muertos de hambre». Orwell, miliciano en el frente de Teruel, no escribía sobre los supuestos prisioneros fascistas, sino sobre los cientos o miles de simpatizantes del POUM a los que el partido comunista encarceló con el consentimiento del gobierno de Valencia, por órdenes de Stalin. Soldados de la República detenidos, encarcelados, torturados y asesinados por sus compañeros de armas, en un ajuste de cuentas interno por el poder. Eso no lo hizo ni Franco. Orwell tuvo que huir clandestinamente de España antes de que el Tribunal de Espionaje y Alta Traición de Valencia lo enchironara por obra y decisión de unos dirigentes comunistas que nada sabían ni querían saber de la democracia, sino de la revolución y la dictadura del proletariado.

Hace bien, pues, el alcalde en dejar la historia y sus fantasías a un lado y encomendarse a las cosas de hoy. En su casa que piense lo que quiera, en el despacho que actúe en favor del bien público, no de las ideologías y las pendencias del pasado. La ciudad está sucia, muy sucia, por fin se reconoce. El ayuntamiento acaba de aumentar la partida destinada a la limpieza urbana, entre otros motivos porque el tripartito también ha procedido a una sustancial subida de impuestos, que debería tener resultados a la vista y contrastables para la ciudadanía. Justo en el ámbito municipal, este periódico ha tenido esta semana la osadía de entrar en el espinoso asunto de las bicicletas, con una cobertura políticamente incorrecta que buscaba dejar clara la preferencia del peatón en la acera, ante los crecientes conflictos vecinales. Cinco conclusiones clave: 1) En la acera no es que el peatón tenga preferencia, es que las bicicletas no pueden circular. 2) Ir con bici por el asfalto supone jugarte la vida. 3) Las infracciones con la bicicleta son, en consecuencia, bastante habituales. 4) La mayoría de los ciclistas no son conscientes de ello, por desconocer las normas básicas. 5) La policía hace la vista goda. El salto de la bici como instrumento de ocio a un vehículo plenamente urbano se ha producido en poco tiempo y de una manera transversal a edades, barrios y clases, sin que ni la ciudad ni los usuarios recientes estén convenientemente preparados ni educados. Seguramente de ahí vienen las fricciones. Urge una pedagogía elemental de obligado conocimiento. ¿Dónde está el ayuntamiento en lo que de verdad le toca, en lugar de convertir la bici en un símbolo ideológico y el tráfico en un frente bélico, según el lenguaje del concejal Grezzi, que él se propone «pacificar». A cañonazos. La acera debería ser para el peatón y la calzada debiera priorizar el transporte colectivo, por eficacia, se cae de su peso. A partir de ahí los espacios y extensiones para el coche o la bicicleta deberían ir parejos a las infraestructuras disponibles y no por delante de ellas. Mover las bicis de la calzada a la acera supone trasladar el peligro del ciclista al peatón, no soluciona el problema. Esto también se cae de su peso.

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