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Vivíamos mejor en la ignorancia

Lo de enterarte de las vidas de los otros es agotador, te acabas implicando y queriendo saber más

PABLO SALAZAR

Sábado, 19 de noviembre 2016, 23:34

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Tenía que pasar. Uno, perdónenme, es buena persona, dentro de lo que cabe, con sus cosas y sus manías pero con un buen fondo, producto de la educación recibida, y por tanto se preocupa por los demás, no lo puede evitar. Pero qué ocurre, pues que antes no se enteraba, o mejor, dicho, se enteraba de lo que les pasaba a sus seres más cercanos, familiares, amigos y compañeros, y empatizaba con ellos y sufría o se venía arriba con sus tristezas y sus alegrías, que de todo tiene que haber en la viña del Señor. Pero es que ahora... ¡ay ahora!, ahora pasa lo que pasa, son los nuevos tiempos (que para ser nuevos ya duran demasiado) y al final te tiene que afectar. Vas en el autobús o estás en la cola del ambulatorio, o incluso estás cenando en un restaurante o esperando a que empiece la película en el cine, y te empapas de todo, de las vidas ajenas de los otros, que alegremente las airean por el móvil, y te implicas, es imposible no hacerlo. Igual hay historias de amor, casi tragedias («que sí, mamá, que me ha dicho que si no consigue trabajo se vuelve a Perú», como si volverse a Perú fuese como llegarse hasta Vinalesa), asuntos laborales («yo al turno de tarde no me puedo cambiar, qué voy a hacer con la cría, mi suegra no puede quedarse con ella hasta las diez de la noche»), económicos («es que me debes ya dos meses, si no tienes el dinero del alquiler dile a tus padres o a tus hermanos que te lo dejen pero yo no puedo estar sin cobrar»), religiosos («el curita ese, que dice que la niña tiene que ir a catequesis, ¡pues lo tiene claro! Ainhoa va a tomar la primera comunión porque le hace mucha ilusión, pero que no me vengan con milongas»), gastronómicos («sobraron macarrones, caliéntatelos, y te puedes hacer unas hamburguesas, que compré de las que te gustan»), domésticos («pues yo no puedo estar si va el del gas, no puedo dejarme una reunión a mitad, quédate tú y sales con la bici más tarde»), políticos («me da lo mismo, no pienso votar a ninguno, son todos iguales») y, en fin, cualquier tema, cualquier sector, mañana, tarde y noche, hombres y mujeres, jóvenes y mayores, trajeados y perroflautas. Y los oyes -sin querer, o queriendo- y te entran ganas de intervenir, de hacer de mediador, de aportar tu granito de experiencia, «dile que no se vaya a Perú, que está muy lejos, mujer, que antes o después encontrará algo», «habla con un abogado para que te asesore y mientras tanto explícale a tu jefe que si tienes una niña no te puede pasar al turno de tarde», «ten en cuenta que es un chico joven, ten paciencia, aguántale un mes más a ver si te paga», «el curita, como tú le llamas, hace lo lógico, que la primera comunión no es un evento, es un sacramento, ¿lo pillas?» y así con todas y cada una de las conversaciones que escuchas. Pero como eso es imposible, como alguno o alguna se lo tomaría a mal, como me acabarían partiendo la cara, ¿pueden, por favor, por caridad cristiana, HABLAR MÁS BAJO POR EL MÓVIL?

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