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PINTORES DE FINALES DEL SIGLO XIX

TEODORO LLORENTE FALCÓ

Sábado, 19 de noviembre 2016, 00:04

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La pintura valenciana en las postrimerías del pasado siglo adquirió un gran florecimiento, brillando en ella astros de primera magnitud. Las clases de su Escuela corrían a cargo de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, bien merecedora de la gratitud de Valencia por su influencia bienhechora durante siglo y medio, y de sus clases salían, sin bombos y platillos, una pléyade de artistas que asombraba a toda España.

En el año 1881 se celebró en Madrid una Exposición Nacional de Pintura y Escultura. Eran los tiempos de los temas históricos y de los lienzos inconmensurables. Al artista se le exigía una cultura histórica, que hoy no ha de poner a prueba, no sólo para la elección del tema, sino también para su ejecución.

Las figuras eran siempre de tamaño natural, y como en la composición entraban muchas, se necesitaba un lienzo de varios metros y una cantidad de color inmensa, varios meses de trabajo y un taller amplísimo.

Más de un artista tuvo que habilitar alguna dependencia de la Plaza de Toros para su trabajo.

En aquella Exposición de 1881 obtuvieron primeras medallas Muñoz Degraín y Emilio Sala, el primero por su cuadro 'Otelo y Desdémona' y el segundo por un techo para uno de los salones del palacio de Anglada de Madrid; segundas, Ignacio Pinazo y Vicente Borrás, por sus obras 'Don Jaime el Conquistador moribundo, entregando su espada al Infante don Pedro' y 'La viuda de Padilla, recibiendo a los dispersos de Villalar', respectivamente; y terceras, Julio Cebrián y Rafael Monleón.

Pero además concurrieron a aquella Exposición, con cuadros suyos, firmas como estas: Martínez Cubells, con su obra 'Después del torneo'; Nicolás Cotanda, con 'La expulsión de los moriscos'; Peyró, con 'Don Alfonso el Sabio dictando las siete Partidas'; Ferrandis, con uno de sus cuadros costumbristas, 'Acto de tallar a un quinto en un pueblo de la provincia'; Navarrete, con dos interiores de templos; March, con un cuadro que titulaba 'El interior de un estudio'; Brú, con otra obra histórica, 'Isabel de Borbón reprochando a Felipe IV la princesa de Olivares'; Gomar, el paisajista, con el titulado 'Therminalia'; Sorolla y Abril, dos jóvenes, entonces, que comenzaban a triunfar, y de los que decía una crítica de aquel tiempo que «habían tomado como asunto principal de sus cuadros el género de Monleón y presentaban dos marinas, el primero, y una el segundo, que fueron suficientes para demostrar que serían con el tiempo dignos representantes de nuestra escuela de pintura», y los escultores Antonio Moltó, que obtuvo una segunda medalla por su 'Fray Bartolomé de las Casas', y Gilabert con un busto de Goya.

Con los artistas citados, y algunos otros que no concurrieron a esta Exposición, como los Benlliure, Agrasot, Domingo, Juste, Cortina, Zapater, Brel, Gómez y alguno más, se desarrollaba la vida artística valenciana.

¿No estaba perfectamente justificada la supremacía que se daba a Valencia, tratándose de pintores?

HACE

150

AÑOS

En los ejemplares de LAS PROVINCIAS de noviembre de 1866 se anunciaba, como en el del día 18, el 'Ungüento del Milagro', que se expendía en la farmacia de D. Rafael Esteller, en la plaza de las Barcas, 41, y del cual aseguraba el anunciante que «cura cual ninguno toda clase de úlceras y tumores, las grietas de los pechos, los sabañones supurados, toda clase de heridas y cortes, los panadizos y uñeros». Costaba 4 reales (una peseta) la caja.

La misma farmacia ofrecía en exclusiva el 'Melito sedante', un «precioso medicamento que salva la vida a los niños en la dentición, que la mayor parte de ellos perecen por la baba corrosiva que les cae en el estómago». Y remataba con esta rotundidad: «Así lo acreditan varias certificaciones de facultativos que lo están usando».

No se quedaban atrás las virtudes del 'Tesoro del Pecho', un pectoral, balsámico y expectorante preparado por D. Bernardo Aliño, quien aseguraba que tan «maravillosa composición calma prodigiosamente» la tos, asma, resfriados, ronqueras, catarros y hasta la tisis. Se vendía a 10 reales.

Otro remedio curioso de la época era el 'Agua de la Ribera', también del señor Aliño, que era un «febrífugo sin igual para curación de las tercianas y cuartanas (fiebres) sin producir inflamaciones.

Más sorprendente resulta un anuncio que reclamaba 'Caridad'. Era de un «triste peón de albañil, con cinco de familia, y la muger (sic), parida de dos días, está enferma de gravedad, y encontrándose en la última miseria, pues ni aun ropa para la cama tienen, suplica a las personas caritativas tengan a bien socorrerle con alguna limosna para poder pagar la lactancia de su tierno hijo». Y daba su dirección: calle Conde de Ripalda, 20, «tercera habitación».

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