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Conciertos informales

EDUARDO BENLLOCH GARCÍA

Lunes, 14 de noviembre 2016, 00:08

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He leído, en las páginas de este mismo periódico, la noticia a 4 columnas de que `El Palau de la Música rejuvenece. Dicho así da la impresión de que van a mejorar o redecorar el edificio, o que tal vez mejora el aspecto de sus usuarios. Pero no, de lo que se trata es de que llegue al Palau gente más joven, porque les debe parecer que los actuales abonados y asistentes están ya caducos y ante la posibilidad de que el día menos pensado ya no puedan ir - por incapacidad o defunción - y no tengan repuestos para sus localidades.

Para ello la dirección actual quiere abrir el Palau a los jóvenes, proyecto Palau Obert, supuestamente para abrir un "auditorio hermético" y llegar a nuevos públicos. ¿Acaso está cerrado a alguien? Han ideado para ello el "Casual Concert & Lounge". Ya llama la atención que para una idea original valenciana y en valenciano, adopten un nombre en inglés. Ya puestos ¿no se podría haberlo titulado "Concert informal amb posterior discoteca"?

A mí lo de informal no me parece mal. Ya de hecho cada uno va a los conciertos como le apetece: vestido de traje y corbata o, por ejemplo, con vaqueros y camiseta, por no dar más variables, pero lo que me parece inapropiado es que se intente que el concierto parezca un concierto de rock, disfrazando para ello a los profesores de la orquesta de lo que se les ocurra y con comentarista de lo que va pasando frente a los atriles al conjunto de espectadores, tengan o no necesidad de que se lo expliquen. Es infantilizar e infravalorar a los posibles espectadores o lo que es peor aún venderles como rock, con su particular cultura, música que pertenece a otro concepto musical que está cerca de las antípodas, y por lo tanto inducirles a engaño compensándoles con una sesión "after" con DJ incluido.

Con todo respeto, la iniciativa me parece descabellada. A la música clásica no se llega a través de atajos fáciles y tramposos. Olvidan la sentencia machadiana de que "no se trata de hacer cultura popular, sino al pueblo culto."

Decía Philip Roth (La mancha humana), refiriéndose a la lectura: "Leer a los clásicos es demasiado difícil, pero la culpa la tienen los clásicos, Hoy el alumno hace valer su incapacidad como un privilegio. Si no puedo aprender una cosa es porque hay algo erróneo en ella." Algo similar se puede decir de la música, con el importante añadido de que en arte cualquier juicio crítico no se puede probar (Steiner) lo que los convierte meramente en opiniones, en sentimientos que despierta ésta y no otra música en cada uno que la escucha. Te llega o no te llega, te conmueve o te produce rechazo, pero generalmente no te deja, anímicamente indiferente.

Esto es lo que debe tratar de enseñar o inducir a pensar a los potenciales espectadores de un concierto. Que se olviden de directrices, y como ante un cuadro, estimen si les gusta o no, en función de los sentimientos que despierta en cada uno de los que asisten a esa mágica trasposición del lenguaje musical expresado por el autor de la partitura y la lectura que el intérprete hace de ella.

El lenguaje musical es algo que deben aprender y dominar el compositor y el intérprete, pero tiene la ventaja, en expresión de Steiner (El largo sábado), de que "la música cruza todas las fronteras, no existe ninguna barrera lingüística...la música es el esperanto de las emociones." Ha existido en todas las civilizaciones y, en general se ha desarrollado mucho antes que el lenguaje literario, la palabra escrita. Tiene la inmensa ventaja de que el receptor del mensaje musical no es necesario que sepa el lenguaje - aunque sea mejor que lo conozca - le basta con sentir la emoción que le produce, o en su caso el rechazo que le provoca.

El compositor pretende con su escritura sobre el papel pautado provocar el sentimiento o la intelección que a él lo mueve. El intérprete lo traduce con su técnica instrumental y su personal lectura de lo escrito por el autor, mediatizado por lo que en él mismo desencadena esa música que lee. El receptor final de la música percibe pues un doble filtro, que a su vez filtra en su propio sentimiento en función de lo que despierta en él en un preciso momento, con gran influencia de su estado anímico previo que además puede verse modificado por la interacción con la melodía que oye y que puede cambiar este estado.

Uno puede preferir un autor u otro según momentos. O puede rechazar un tipo de música u otro por sus condicionantes culturales o sociales, pero la música no deja indiferentes, no requiere reflexión, requiere atención y provoca sentimiento. Hasta Dios y los ángeles tienen preferencias: "Cuando los ángeles músicos ofician para Dios, tocan J.S. Bach. Pero cuando se reúnen entre ellos, tocan Mozart. Y Dios viene a escuchar detrás de la puerta". (Choiselius, citado por Tournier en Celebraciones).

Pretender describir o explicar con palabras -por mucho que lo haga un musicólogo o una presentadora, con montaje audiovisual incluido - lo que el oyente va a oír o acaba de oír, me parece y permítanme la comparación explicar con palabras la emoción de abrazar a tu hijo recién nacido. Es en el más amplio sentido del adjetivo inenarrable. Lo mejor que se les puede decir es que dejen su mente libre y se dejen llevar por lo que despierte en su interior. Más allá serán interpretaciones personales emocionales o tal vez sólo técnicas que no influirán en absoluto en el oyente o lo harán mínimamente. Será luego si despierta su interés lo oído, cuando surja la reflexión, la afición y la necesidad de estudio para mejor comprensión de lo sentido.

Para inducir a nuevas generaciones hacia la música que se ha venido en llamar culta o si quieren Vds. clásica - aunque puede ser de lo más actual - hay que iniciar precozmente a los niños en su aprecio, acercándolos a ella paso a paso, de lo más sencillo hacia lo más complejo, poco a poco y sin forzar voluntades. Iniciarlos en el lenguaje musical, obligándoles a tocar una pequeña partitura con una flauta, que es el método convencional, no lleva a ningún sitio salvo a odiar la música si uno no tiene facultades para el aprendizaje de la técnica musical, que es más ardua y tediosa de lo que cualquiera puede imaginar sino se va con predisposición, con amor inducido. Ahí es donde se debe sembrar lo que se quiere recoger con simulacros más adelante.

Ciertamente como dicen sus promotores "es una apuesta arriesgada", pero ¿útil y necesaria? No lo dicen. Pero al fin y al cabo es preferible "que el Poder posea las palabras, porque ellas no pueden manchar la música. La música escapa a las palabras; es su propósito y su majestad." (Julian Barnes. El ruido del tiempo).

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