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Rumbo hacia un futuro incierto

Los gobiernos deben sacudirse su incredulidad ante la llegada de Trump a la Casa Blanca para procurar resultados compartidos

PPLL

Miércoles, 9 de noviembre 2016, 23:53

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El triunfo de Donald Trump y la ventaja obtenida por el Partido Republicano en el Congreso y en el Senado han llevado el péndulo de la alternancia democrática a un extremo inédito para los norteamericanos y desconcertante para el resto de las sociedades libres. El recuento electoral ofreció el retrato de una sociedad profundamente dividida tras una campaña descarnada. Las acusaciones y los anuncios realizados por el ganador habían rebasado tanto los límites de la razón que una amplia mayoría de europeos recibió el escrutinio con incredulidad. Es posible que ayer los estadounidenses descubrieran a la Hillary Clinton más cercana, precisamente tras su derrota. Es posible que en la madrugada electoral también se encontraran con un Donald Trump inédito durante meses de exabruptos, más positivo y dispuesto a ser el presidente de todos los estadounidenses. Pero la fractura en la opinión pública norteamericana es tan evidente, y la desconfianza en los países aliados por lo que se temen de la Administración Trump tan clara, que solo cabe esperar que el nuevo presidente se retracte de sus promesas. Ayer las bolsas se mostraron muy atentas a lo sucedido, pero sin abandonarse en el pesimismo. Los dirigentes del resto del mundo, empezando por los europeos, optaron por la prudencia y la esperanza en que las cosas no vayan a peor. El entusiasmo de Marine Le Pen y de otros representantes de la derecha extrema y populista puede resultar estremecedor para la tradición democrática. La sola perspectiva de que EE UU se vuelva más proteccionista bajo el mandato de una persona que ha llegado a exasperar al republicanismo, y que su política exterior contribuya a debilitar a sus socios, podría acabar con los equilibrios existentes. Bastaría con que Trump enfriase o modificase la agenda mundial en materia de comercio, tecnología y cambio climático para que el mundo retroceda y las sociedades occidentales vuelvan a la secuencia de la recesión. No se trata tanto de que Trump recapacite hacia la sensatez y la moderación. Se trata de que el propio sistema político que le ha brindado el camino a la Casa Blanca rebaje visiblemente las aristas más disparatadas del nuevo líder del país que lidera el mundo.

Los problemas que atraviesa la humanidad se agravan cuando el machismo sin disimulos, el clasismo demagógico, la xenofobia y la intolerancia se hacen con el poder político. Donald Trump no puede pretender verse reconocido como el líder moral de la lucha por la libertad porque haya sintonizado electoralmente con la contestación de quienes abominan del 'establishment' estadounidense, y lo haya logrado sin bajarse un segundo de su pedestal de hombre de éxito. Pero por eso mismo los gobiernos democráticos han de establecer un diálogo político con el presidente más imprevisible de la reciente historia norteamericana, una dialéctica basada en resultados a compartir en términos de bienestar, una relación exenta de golpes bajos entre los socios. En estos momentos de desconcierto es necesario apelar a la inteligencia solidaria, a la exclusión de las bravatas y a la inclusión de los ciudadanos. La llegada de Trump a la Casa Blanca pone a prueba a la otra mitad de su país y a todo el mundo democrático. Pero el inevitable pulso no puede cuestionar ni la legitimidad de su victoria ni el deber de entenderse a favor de los intereses comunes.

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