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El imperio de las emociones

Reconozcamos lo que somos: un remedo de un ser racional, meros aspirantes a difundir una doctrina que nunca triunfó

VICENTE GARRIDO

Jueves, 20 de octubre 2016, 23:56

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Antes de ayer, los mismos (se supone) que se oponen con mayor fuerza a la 'ley mordaza' del Partido Popular impidieron una conferencia del expresidente del Gobierno Felipe González y de Juan Luis Cebrián en la Universidad Autónoma de Madrid, al actuar con grave violencia verbal y generando un buen escándalo. Cualquiera puede ver una flagrante contradicción en esas actitudes, salvo los autoproclamados 'antifascistas'. Ellos justificarán su conducta como de «clara defensa de la democracia», razonando de este modo: «Si muestro mi indignación porque yo considero que aquellos que van a hablar representan valores que yo no comparto, impidiendo que los expresen, entonces obro bien, porque la libertad de expresión solo se aplica a los que piensan como yo».

En fin, la falacia de este razonamiento es tan obvia que no merece subrayarse, pero es solo un pequeño ejemplo de que la tan comentada superioridad del hombre como 'ser racional' no deja de ser un mal chiste, salvo que se quiera indicar que podemos razonar mejor que el resto de los animales.

Pero esto no significa que el ser humano razone bien, ni siquiera que lo haga la mayor parte del tiempo, o al menos por lo que respecta a los asuntos más trascendentes que tenemos pendientes: la conservación del planeta, la brutal pobreza y hambre (¡todavía a estas alturas del siglo XXI!) que azota a millones de personas, las violencias y guerras sin cuento.

Si bien es cierto que gozamos de mejores leyes y una mayor sensibilidad ante la injusticia que hace siglos, no lo es menos que las emociones como el orgullo, el gregarismo, la venganza, la envidia, el dominio, el miedo o la ira dominan nuestra realidad en un sentido global, pero también en nuestra vida cotidiana, que en buena medida se encauza por el imperio de la ley (y el miedo al castigo), el autocontrol gracias a unos hábitos que nos permiten sortear una incertidumbre que no sería soportable sin ellos, y los vínculos que establecemos con personas y valores que recogen la parte sensata del ser humano.

El 'Brexit' triunfó porque apeló a las emociones derivadas de la idea de «no van a decir cómo organizar nuestra vida». Cataluña busca su independencia porque una parte se siente robada y ultrajada por España; Trump hace del comentario vitriólico (emocional) todo su discurso para ser presidente. La tecnología y la cultura no pueden ocultar el hecho de que las emociones primitivas canalizan buena parte de nuestra existencia. La inteligencia emocional escasea como especie. Reconozcamos lo que somos: un remedo de un ser racional, meros aspirantes a difundir una doctrina que nunca triunfó, la de que sólo las emociones orientadas por la razón y los valores de la convivencia pueden redimirnos de toda la miseria que nos rodea.

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