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12 de Octubre: el prejuicio como pensamiento

VICENTE L. NAVARRO DE LUJÁN

Domingo, 16 de octubre 2016, 00:00

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Ya viene siendo habitual que, cuando hay una efeméride que recuerde nuestra condición de Nación o de Estado, nos tengamos que enfrentar a comportamientos de ciertos representantes políticos que bordean los límites de la extravagancia, y que harían feliz a D. Ramón del Valle-Inclán, pues no tendría que estrujarse mucho la cabeza para escribir alguno de sus celebrados esperpentos. Resulta que, como cualquier otro país civilizado, España tiene estatuido un día de fiesta nacional, que coincide con el doce de octubre evocando el descubrimiento de América, origen del cual no hay que buscarlo en las oscuridades de ningún pasado nuestro 'facha' o dictatorial, sino que ya la II República lo celebraba, y cuya regulación legal es fruto de nuestro presente democrático (un Real Decreto de 1981 y una Ley de 1987, promulgada cuando gobernaba Felipe González), pero así como en otras latitudes todos los franceses celebran con enjundia su 14 de julio, aniversario de la toma de la Bastilla, hecho que dejó bastantes muertos por el camino, y los norteamericanos blancos, negros y mestizos celebran tan ricamente cada 4 de julio como recuerdo de su declaración de independencia, entre nosotros por el contrario tal celebración suscita las reacciones más disparatadas.

Los hispanistas más preclaros, que suelen ser anglosajones, fundamentan nuestro escaso sentido nacional en el paradójico hecho de que España es una de las más antiguas naciones del mundo, y acaso ya andamos aburridos de ser lo que somos y haber sido lo que fuimos. Nuestras más oscuras leyendas negras no hace falta que nos las monten otros, allende los Pirineos, sino que las urdimos nosotros mismos, hasta el punto de que tienen que ser historiadores foráneos quienes trabajen para ponerlas en cuestión.

En torno al doce de octubre y lo que recuerda esa fecha, nuestra izquierda más radical urde un sinfín de recuerdos calamitosos, atropellos sin cuento, con un balance siniestro de nuestra presencia en América, todo ello, por supuesto, descontextualizado del momento histórico en el que cada cosa ocurrió, y sin pretender siquiera un análisis comparativo entre el modo de la colonización española y el modelo de otras colonizaciones. Curiosamente, entre nosotros tuvo que ser un conspicuo catalán, Xavier Rubert de Ventós, quien pusiera las cosas en su justo quicio con un magnífico libro editado ya hace años, y cuya lectura recomiendo vivamente: 'El laberinto de la hispanidad', se titula el ensayo, en el cual se hace una valoración objetiva y ecuánime de la tarea desplegada por España en América (incluidos los vascos y catalanes).

Resulta curioso que, durante la celebración de la pasada jornada de fiesta nacional, en algunas dependencias del Ayuntamiento de Madrid ondeara una denominada 'bandera indigenista', compuesta por muchos cuadraditos de variados colores, que tendría el sentido de reivindicar los valores indígenas de los pueblos americanos frente a la presencia española allá. Pero, me quedo perplejo. ¿No estamos en que Pablo Iglesias y compañía, elenco que apoya a Carmena, andan extasiados por la 'revolución bolivariana' y lo que ella conlleva? ¿No reivindican la acción de los 'libertadores' de América frente al yugo español?

Nada más falso. Los indígenas americanos poco tuvieron que ver con el proceso de independencia que se operó en el siglo XIX en las antiguas colonias españolas: el adorado Simón Bolívar, criollo, era hijo de un coronel español de origen vasco, de familia aristócrata y terrateniente, (nació en el palacio sede de la Capitanía General española, o sea, en una chabola), mientras que José de San Martín, hacedor de la independencia argentina y chilena entre otras, era hijo de un gobernador de Corrientes, nombrado por la Corona española (nacido en la provincia de Palencia), y se formó nada menos que en el Seminario de Nobles de Madrid, por no hablar del héroe cubano, José Martí, hijo de un militar de nuestra Península, con estudios universitarios en Zaragoza y Madrid, y cuya casa familiar puede visitar cualquier valenciano en la Plaza del Miracle del Mocadoret de nuestra ciudad. Y sin olvodar a los libertadores de Méjico (Pablo Celestino Negrete, José Miguel Fernández y Félix -alias Guadalupe Victoria- y Nicolás Bravo Rueda), todos los cuales, como se ve, tenían acendrados nombres y apellidos aborígenes. ¡Para nada! Eran la elite criolla, la burguesía y aristocracia de aquella América todavía colonial, los terratenientes que deseaban liberarse del yugo jurídico y fiscal de la metrópoli y campar por sus respetos, como era lógico. Pero, ninguno de estos héroes del proceso independentista americano vestían taparrabos indígenas. Tras la independencia, ellos seguían siendo servidos en sus casas por los mismos indígenas que les atendían antes de la emancipación política.

Pero, da igual. Son palabras que escribo para el viento. La ofuscación del prejuicio impide el camino del pensamiento reflexivo y ecuánime. Estos personajes eran la quintaesencia del bien, y los Fernando VII e Isabel II, la concreción del mal absoluto. Y punto. ¡No discuta usted más! ¿Cabe mayor reduccionismo? Pues, en ello estamos.

Se comprende que, ante esta perspectiva de verdades reducidas al puro eslogan, Manuela Carmena huyera el 12-O hacia Bogotá, Pablo Iglesias reivindicara al proletario Bolívar frente a la fiesta, y nuestro entrañable Ximo Puig no tuviera otro día del año para ir a Cuba que la fecha propicia para no estar en Madrid en la celebración. Lo de Badalona ya ni se cuenta. Todos los funcionarios movilizados el día de la fiesta, en encomiable actividad de febril trabajo, con tropecientas cámaras fotográficas y televisivas 'ad hoc' y un concejal rompiendo la orden judicial adversa, mientras a su lado posa una señora ataviada con el velo islámico. ¿Cabe mayor postureo y representación políticamente correcta? Como diría nuestro Ximo en Cuba: ¡Anem a més!

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