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EL PLACER DE IR EN COCHE A HACER LA COMPRA

F. P. PUCHE

Sábado, 15 de octubre 2016, 00:03

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El Coche del Año 1976 fue el Seat 131. Pero tú ese año tenías, después del Seat 600 que te costó 70.020 pesetas en 1970, un Seat 850, redondito y adorable, de 37 caballos en el motor y un indicador de velocidad que llegaba hasta los 140 por hora, una barrera imposible de alcanzar.

En España, ese año, cuando Franco ya estaba en el Valle de los Caídos y Suárez hacía equilibrios para sacar adelante la insegura democracia, la gente más joven quería, sobre todo, olvidar la caspa del franquismo y alcanzar estilos de vida modernos, o sea europeos y americanos. Un empleo con un sueldo decente, una vida pública de partidos libres y una vida privada dotada de barba y melena, póster del Guernica, pantalones acampanados y una píldora discretamente dispensada, configuraban un conjunto de aspiraciones razonables. A las que el Seat 850 vino a aportar una cuota de libertad: se podía hacer la ruta del románico del Camino de Santiago como si tal cosa.

En la tarde del 11 de octubre de 1974, con lluvia intensa y víspera de fiesta, Valencia sufrió su primer histórico colapso de tráfico: miles de conductores quedaron atrapados en una congestión generalizada que, pasada la irritación inicial, se tradujo en una íntima sensación de orgullo: vamos bien, esta ya no es la España pobre de los cincuenta, sino la Europa a la que queremos acceder... en coche.

Todo estaba cambiando en los setenta, todo era nuevo y estaba por explorar: la sociedad vivía en una especie de juego de prueba-error en el que era hermoso participar. Destape y huelgas, inflación y desarrollo, urbanismo irresponsable y primeros signos de ecologismo. Por eso la sociedad acogió como si nada que El Corte Inglés desplazara piedra por piedra el monasterio de Santa Catalina de Siena y que en su solar, en la calle de Pintor Sorolla, se alzara un centro comercial urbano de grandes dimensiones, muy superior a todo lo anteriormente conocido, desde Galerías Todo a la cadena de Lanas Aragón y Ademar. En las ciudades iban proliferando los supermercados, una nueva forma de comprar sin dependientes, de elegir sin intermediarios. El empresario Abelardo Cervera, en agosto de 1959, abrió el primer Superette en Reina doña Germana, con 330 m2 de espacio de venta. Pero en 1970 ya tenía diez establecimientos.

Con todo, Valencia, en los setenta, estaba preparada para dar el siguiente gran paso: el hipermercado, la superficie comercial gigantesca a la que se podía llegar a bordo de un coche que se estacionaba con razonable comodidad. Ese modelo solo podía florecer a lo largo de las carreteras radiales y en Valencia cuajó al oeste de la Pista de Silla. Allí, en término municipal de Alfafar, se inauguró hace 40 años, el 31 de marzo de 1976, la empresa Continente, el primer hiper valenciano, el tercero de España después del de Sant Baudili de Llobregat (1973) y el madrileño Jumbo (1975).

El 1 de abril, la Pista de Silla quedó colapsada por cientos de coches. Alfafar, desde ese momento, abandonó la agricultura y se convirtió en un polígono comercial lineal. Milagrosamente preservada en su lado este, que pertenece al Parque Natural de l'Albufera, la autopista es el cordón umbilical de toda clase de empresas de distribución, la penúltima, la deseada Ikea.

El pionero, Continente, llegó de la mano de la firma francesa Promodès, nacida en Annecy, en 1959, propiedad de Michel Fournier. El Continente valenciano tenía 10.500 m2; dos tercios dedicados a alimentación y uno a ropa y complementos. Treinta mil visitantes semanales y cinco millones de pesetas diarias de recaudación fueron los objetivos de los primeros 300 empleados. Continente, en el año 2000, se fusionó con la cadena Pryca, operación que dio paso a la actual marca Carrefour. Autovía adelante, en octubre de 1976, se inauguró Ford España. Más coches para todos.

HACE

100

AÑOS

Los días 14 y y 15 de octubre de 1916, el corresponsal de LAS PROVINCIAS en Madrid informó de los rumores en la capital sobre una hipotética sustitución interina del Conde de Romanones al frente del Gobierno, dado que se acrecentaban las especulaciones sobre el alcance de la enfermedad que le había mantenido apartado del cargo.

Sin embargo, Romanones desmintió tales habladurías sobre su posible relevo por razones de salud, reapareciendo en escena y entrevistándose en su despacho oficial con los líderes de los grupos de la oposición, Dato, Lerroux y Ventosa, al efecto de ponerse al tanto sobre la marcha de los debates parlamentarios. Los periodistas preguntaron al jefe del Gobierno sobre lo tratado en dichas reuniones, a lo que Romanones contestó que «no debe extrañar que después de mi ausencia por enfermedad quiera conocer la opinión de los jefes de las minorías».

«¿Y del conflicto internacional?», le preguntaron los reporteros; a lo que Romanones respondió: «No, de esto (la Primera Guerra Mundial) no nos hemos ocupado». Y a continuación expuso la necesidad de expresarse con discreción sobre la posición española de neutralidad, advirtiendo que «en este respecto, toda cautela y precaución es poca; no es lo mismo ocuparse de política interior que de la internacional. Es necesario evitar las repercusiones que nuestros debates tendrían en el extranjero».

Romanones dimitió en 1917 al frente del Gobierno, pero en años sucesivos aún ocupó diversos ministerios.

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