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Vidas paralelas, Cincinato y Voro

Atravesamos un mezquino tiempo sin dioses, siglo de oro de la poética verdulera de junta de vecinos

ESTEBAN GONZÁLEZ PONS

Lunes, 3 de octubre 2016, 23:47

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Si fuera Plutarco compararía las biografías y virtudes de Lucio Quincio 'Cincinato' y Salvador González 'Voro'. Uno nació en Roma hacia el 519 a. C. y el futbolista en La Alcudia el año 1963 d. C. Les separan siglos, aunque comparten dignidad, rectitud y sometimiento al deber. Los dos están disponibles cuando son requeridos y luego, superada la urgencia, se retiran discretamente. Ambos detestan que les aplaudan por su nobleza. Consideran que es natural cumplir los compromisos y que, por tanto, su exigencia ética no merece más que una íntima satisfacción por el servicio prestado. No es fácil ser un coloso de la modestia.

Cincinato fue agricultor y estaba trabajando en el campo cuando una delegación del Senado vino a ofrecerle la dictadura ante el riesgo que corría la patria. El hombre soltó el arado donde pudo, corrió a Roma, convocó al pueblo, formó un ejército con los hombres y mujeres que quedaban, salió en busca de ecuos y volscos, les venció, hizo prisioneros a sus jefes, renunció a la dictadura y volvió al campo donde le aguardaba el arado en el mismo sitio en que lo dejó. A los ochenta, lo reclamaron otra vez como dictador porque se avecinaba un golpe de Estado y de nuevo lo mismo: Aparcó el arado, liquidó a los enemigos de Roma, mató al conspirador Espurio Melio, liberó al pueblo, dimitió de la dictadura y regresó al arado.

Voro fue el gran defensa de un Valencia honesto. Tan peliagudo para los delanteros que Di Stéfano aseguraba que comía tornillos. Después encajó sereno el desagradecimiento con que salen de Mestalla los gladiadores jubilados y aceptó un retiro sobrio como delegado del club, circunspecto puesto de segunda fila. Ahí estaba en 2008, vigilando que los jugadores no perdieran la maleta en los aeropuertos, cuando lo buscaron para que librase al equipo de bajar a segunda división. Como entrenador de emergencia recuperó a los insustituibles Cañizares, Angulo y Albelda, salvó la temporada aupando al Valencia a una honrosa décima posición y comedido retornó a sus equipajes, autobuses y billetes de avión. Igual en 2012, asegurando la Liga de Campeones. En 2015, tras la destitución del renombrado Nuno. Y ahora, ante el peor inicio de temporada que recuerdo. Repetición de la jugada: Voro acepta la dictadura del vestuario, derrota a ecuos y volscos, devuelve el orgullo a la afición, renuncia a esa dictadura y retoma el arado. Cuatro veces ha ido y venido de Roma a sus labores. Cuatro, dos más que Cincinato.

Atravesamos un mezquino tiempo sin dioses, siglo de oro de la poética verdulera de junta de vecinos, y el ciudadano Voro es lo más parecido que encuentro a un héroe clásico frente a un desierto de épica. En medio de la mediocridad en la que se han sumido Valencia y España, un caballero. Este país de charlatanes, exhibicionistas e inquisidores, necesita más Voros y menos elecciones.

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