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SOLBES Y VALDÉS, ANFITRIONES

En los años 70, el estudio de Equipo Crónica en la calle Turia fue el centro de reunión de artistas, cineastas, fotógrafos, críticos y periodistas

RAFA MARÍ

Lunes, 26 de septiembre 2016, 00:10

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Bancaja. Es una de las mejores exposiciones del año en Valencia. La Fundación Bancaja acoge hasta el 8 de enero la antológica más completa de Equipo Crónica realizada hasta el momento (165 obras), con aportaciones de numerosos museos y colecciones privadas. La muestra, poderosa y emocionante, será comentada el próximo mes en la página de arte que publica LAS PROVINCIAS todos los sábados. Ahora me limitaré, de forma más personal -subjetiva, íntima, anecdótica: elijan el adjetivo que prefieran- a rememorar cosas de la caldeada década de los años 70 del siglo pasado.

Cultos y divertidos. En aquel tiempo, el estudio de Equipo Crónica en la calle Turia -una planta baja lindante con el Jardín Botánico- fue el centro de reunión de artistas, fotográfos, críticos, cineastas y periodistas. Recuerdo algunos contertulios: Ángela Garcia, Anzo, Isabel Oliver, Rosa Torres, Pilar Espinosa, Miquel Navarro, Carmen Calvo, Rafael Ventura Melíá, Paco Alberola, Rafael Gasent, Manolo García. Y yo mismo. No íbamos todos a la vez, no pretendíamos emular el camarote de los hermanos Marx. Unas veces iban unos, otras veces iban otros. Rafael Solbes (1940-1981) y Manolo Valdés (1942) eran unos anfitriones cultos y divertidos. Confidencias. Aquellos encuentros espontáneos, nunca preparados, significaban para Solbes y Valdés algo parecido al 'descanso de los guerreros'. Las charlas -a veces almuerzos en un bar cercano- no se prolongaban en demasía. Había mucho que hacer y lo que está bien, está bien y es entretenido, pero no conviene pasarse. Eso sí, los chispeantes comentarios sobre novedades en Valencia le alegraban la mañana a los dos pintores. Siempre bien informados -aunque nunca chismosos-, lo que les contábamos (películas, libros, actividades culturales, maniobras en las instituciones franquistas) se lo metían en el buche y les servían para tener una visión de conjunto de lo que se cocía en el momento. Años intensos e ilusionados.

Ajedrecista y cinéfilo. Mi evolución cultural se aceleró en aquel tiempo. Hasta finales de los años 60 nunca había entrado en un galería de arte y apenas en un museo. Y de pronto, gracias a comunes amigos, me codeaba, voluntarioso y timido, con la crème del arte valenciano. Las únicas medallas de las que podía presumir era la de ser un buen ajedrecista, en aquella época el mejor de Valencia, y un cinéfilo de no mala calidad. Me preguntaban de vez en cuando: «Oye, Rafa, ¿quién dirige 'The last picture show'?». Y yo, contento y hablando como si fuese un robot bien programado, contestaba poniendo cuidado en pronunciar en su sitio la puñetera 'g' del apellido del cineasta: «Peter Bogdanovich, también es el director de 'Targets', una película muy dura que no sé si a vosotros os gustaría». Y me mantenía callado en los diez minutos siguientes, esperando que Solbes o Valdés me preguntasen por Bobby Fischer o Spassky para volver a lucirme.

Viajes al sur de Francia. Mi pequeño prestigio como cinéfilo (y como conductor) me dio excelente resultado más tarde, allá por 1974. Solbes y Luisa Cerveró -estupendo matrimonio con el que aprendí mucho- me decían: «¿Por qué no vamos con tu coche a Amélie-les-Bains, Céret o Perpignan para ver películas prohibidas en España? Prepara tú el programa, confiamos en ti».

La gloria. Con Miquel Navarro hicimos ese viaje varias veces. Primero en un 600, luego en un 850. Unas siete horas para hacer quinientos y pico kilómetros. Una vez en Francia, vivíamos la gloria cinéfila y liberal: pisábamos el suelo de un país democrático y podíamos ver títulos míticos de Pasolini ('Las mil y una noches'), Bertolucci, ('El último tango en París', 'Novecento'), Ken Russell ('Los diablos').

Franco. De regreso le preguntaba candorosamente a Solbes, sin perder de vista la carretera (eso nunca): «¿Crees que conseguiremos la democracia en España?». Me tranquilizaba: «No tardaremos en tenerla. Franco es un anciano y la presión ya es muy fuerte. Tras su muerte, en dos o tres años tendremos una Constitución democrática. Pero no creas que una democracia resuelve milagrosamente todos los problemas». El diagnóstico de Solbes no pudo ser más exacto.

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