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Urkullu y Puigdemont

DIEGO CARCEDO

Miércoles, 21 de septiembre 2016, 10:47

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Urkullu y Puigdemont, presidentes autonómicos de Euskadi y Cataluña, están dando al mismo tiempo sendas lecciones de realismo y pragmatismo y utopía política emocional. Ambos militan en partidos nacionalistas, ambos lideran sociedades plurales y ambos aspiran a administrar mayor número de competencias administrativas. Pero uno se mueve con los pies en el suelo y otro vuela con la imaginación, sueña en voz alta aunque eso cause verdaderos estragos entre los ciudadanos.

Urkullu es consciente de que la independencia de un territorio como el País Vasco en el siglo XXI, cuando los países buscan unirse en organizaciones supranacionales para afrontar con más garantías el futuro, es imposible. Puigdemont en cambio toma como ejemplo el de Kosovo independiente para Cataluña. Seguramente nunca estuvo en Kosovo, ni antes de su penosa segregación de Serbia, ni ahora en que, conseguida la soberanía, se halla convertido en un paria internacional, dominado por una miseria galopante.

Quizás lo sepa, pero la ilusión de verse ascendido a presidente de una República catalana obnubila su sensatez y sigue obcecado en reclamar la independencia contra más de la mitad de sus habitantes, contra las leyes que regulan su convivencia en España y contra un estatus económico que difícilmente podrá alcanzar en el aislamiento a que estaría predestinado. Durante la crisis que aún sufrimos, Euskadi fue la comunidad que mejor resistió los embates de la austeridad y los recortes. Cataluña, en cambio, está viendo cómo las empresas abandonan el territorio, la gente siempre integradora, ahora se está dividiendo peligrosamente, y la incertidumbre sobre un porvenir cargado de problemas, provocada desde la propia Generalitat la ha sumido en la confusión. Algunas veces recomendé en estos artículos a los independentistas catalanes que vayan a hacer turismo o negocios a la República Turca del Norte de Chipre, a Transnistria, Abjasia u Osetia, territorios autoproclamados independientes, y vean con sus propios ojos las ventajas que les está proporcionando su aventura. Y si no quieren ir a lugares tan olvidados, que visiten Kosovo.

La independencia de Kosovo se gestó en medio de la discriminación que el presidente Milosevic había impuesto sobre el territorio y se consumó, después de un largo periodo de Administración de la ONU, gracias a la ayuda de los EE UU, que vieron allí perspectivas fáciles para sus intereses estratégicos, pero ni aún con el apoyo norteamericano el país ha conseguido ser aceptado como miembro de las Naciones Unidas y menos de la UE. Bastantes países, entre ellos España, no lo reconocen como Estado soberano y no faltan a menudo comentarios que lo califican de Estado mendicante. Urkullu esos delirios no los manifiesta.

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