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Relevo

Las nuevas generaciones de los partidos están acabando con la hornada de la transición

f. p. puche

Martes, 20 de septiembre 2016, 11:39

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Cumbre de Bratislava: Europa se debate ante su propia impotencia, Francia está cansada de llevar sola los gastos de una potencia nuclear y Alemania, aquella que tuvo prohibido tener ejército, llama a fundar una defensa europea ante la amenaza del nuevo imperio otomano. Rajoy acaba de informar de que los presupuestos generales podrían prorrogarse, dada la parálisis política española, pero los periodistas de casa, claro, le preguntan sobre una menudencia local, el caso de Rita Barberá, convertido, ya es terrible paradoja, en el resorte que activa o desactiva el paracaídas nacional.

Es lo que hay. La presunción de inocencia era verde y se la comió un burro. Si la vicepresidenta de Castilla ha dejado el empleo por un problema de alcoholemia, es que las exigencias del populismo, desde las revueltas del 15-M, han creado otra cultura, un nuevo catálogo moral, otras exigencias más agresivas que las que en su día descabalgaron a los santones del PSOE. ¿Debe afectar a papá-alto cargo que la nena lleve un poco de marihuana en la mochila? Los candidatos no pueden tener colesterol alto y una neumonía dificulta ser presidente del país más potente del mundo. ¿Habrá escándalo algún día por divorciarse, o por ser infiel a la pareja, o ese capítulo tiene Bula en Europa? El caso es que los más pequeños problemas judiciales se traducen en dimisiones cuando quieren los telediarios, antes de que llegue uno al banquillo.

Es la nueva praxis política, que solo espanta a los que han cumplido setenta, como Rodríguez Ibarra, que aún se duele de los amigos perdidos. Para rematarlo, la prensa y la televisión aceptan que haya dos varas de medir. El metro de platino iridiado se ha hecho blando y los 750 millones de los EREs andaluces se miden de manera distinta que mil euros valencianos. El alcalde de Ciudadanos que se fue a Atapuerca con la familia y unos amigos se descuidó; y las ayudas venezolanas no se castigan en los juzgados.

Rita Barberá era la más veterana militante del PP y se ha marchado. Es el fin de una generación, de una era. Los alevines de los partidos están jubilando a la hornada de la transición; en la charca se les ve picotear, ansiosos de carteras ministeriales, sobre la cresta vencida de los mayores. Cuidado, Mariano Rajoy, que vas a ser el siguiente; cuidado, que cuando Rivera dijo que había que jubilar a la quinta del 78, no todos le silbaron: a los Maillo, Levy, Casado y Maroto les gustó esa música.

Sin embargo, el problema grande nadie lo toca. No es otro que Cataluña y el independentismo. Ya debería haber, desde 2012, un gobierno de concentración dedicado a frenar el nacionalismo. Ya se debería haber cambiado hace años la ley electoral. El tripartito debería ser de PP, PSOE y Ciudadanos. Pero eso, según parece, solo lo ven los viejos, cegatos de cataratas de reconciliación, obsesionados con que a las nuevas hornadas de políticos les falta un proyecto español y un proyecto europeo.

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