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Pertenezco a la clase de personas que a veces se sienten representadas en un párrafo de una novela, en una escena de una película, en una viñeta o en la letra de una canción, pero cada vez menos en el discurso de un político o en el programa electoral de un partido. No desdeño en absoluto el poder de la política para transformar las sociedades (a mejor y también a peor), simplemente no me atraen las trincheras ideológicas ni como turista ni tan siquiera para pasar la tarde. Para moverme entre fronteras, patrias y banderas, recurro al pasaporte (o al DNI, depende del destino) y a la VISA. Y ¿el resto de documentos? Poseo un carnet, el de la biblioteca municipal, donde me aceptan como socia sin preguntar cuáles son mis principios o mis finales, y me gustaría conservar las tarjetas de los cines Babel o d'Or, que superan las 155, pero casi siempre se independizan de mí antes de completarlas.

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