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Periche, en una azotea con Valencia al fondo. irene marsilla
«Nací en un tejado en mitad de la riada»

«Nací en un tejado en mitad de la riada»

Francisco Periche vino al mundo mientras el Turia devoraba Nazaret en la madrugada del 14 de octubre de 1957 | «Mi madre se puso de parto de noche sobre las tejas y una vecina me ayudó a salir; aún me emociono cuando recuerdo y veo el cauce», explica el superviviente

ARTURO CHECA* acheca@lasprovincias.es

Domingo, 22 de octubre 2017, 00:23

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Sesenta años después de que el monstruo de agua y barro devorara Valencia en una de las noches más oscuras para la ciudad, Francisco Periche aún siente una riada de sentimientos enfrentados. Tristeza por los héroes de aquella noche, sus padres, que hoy ya no le acompañan. Los dos hermanos que marcharon por el camino. Alegría por saberse un superviviente en el más pleno sentido de la palabra. Emoción al constatar cómo su historia se ha convertido en un símbolo de la propia historia de la ciudad, una urbe que en la madrugada del fatídico 14 de octubre de 1957 desapareció bajo la crecida del río Turia para luego renacer de entre el agua y un millón de metros cúbicos de barro.

Con la noche casi recién entrada Isabel y Manuel andaban, como miles de valencianos aquella jornada, preparando la cena tras un día encapotado pero sin una gota en la ciudad. Aguas arriba del Turia, 500 litros por metro cuadrado en unas horas habían convertido el río en una bestia que cabalgaba hacia la urbe sin atisbos de respetar el cauce. En Campanar, Tendetes y el centro de la capital, la riada llegó sin aviso previo. A Nazaret, donde residían Isabel y Manuel, la alerta sí permitió que muchos lugareños corrieran a ponerse a salvo. «Mis padres cogieron algo de ropa y poco más y a toda prisa se fueron a la casa de unos tíos míos que vivían en La Punta. Tenían tejado y allí podían subirse», explica Francisco Periche.

Una señora del barrio

Él en ese preciso instante ni siquiera existía. Vivió la agitación en el vientre de su madre, a punto de salir de cuentas. Isabel sí arrastraba de la mano y en brazos a Miguel, su hermano mayor, un zagal de entonces año y medio. «Ya ha fallecido», lamenta Periche, apenado, con ojos nublados. A sus 60 años, nacido aquella tortuosa madrugada que fue la antesala de la tragedia para los 81 fallecidos y los miles de damnificados, Francisco recuerda obviamente sólo lo que le han contado. «Seguramente fue por el susto y la agitación, pero el caso es que mi madre se puso de parto allá arriba, en una terraza entre tejas», rememora el valenciano.

Isabel agarró fuerte a «la señora Julia. Ella fue la que me ayudó a nacer». Ni era médico ni comadrona, aunque sí «una señora del barrio con mucha edad y experiencia en partos. Lo que hizo con mi madre de auxiliarlaº lo había hecho antes con otras muchas residentes en el barrio». Aunque aquella noche la asistencia al parto fue en un tejado y con el agua del desaforado Turia rugiendo alrededor de la vivienda de La Punta. Periche, hoy padre de dos hijos (Sandra y Fran) y tres nietas (Zaira, Andrea y Martina) todavía se emociona cuando se acerca a lo que hoy es el Jardín del Turia, aquel 1957 todavía el lecho de un río que se desbocó dejando daños por valor de más de 3.000 millones de las antiguas pesetas. «Lo he visto y me he emocionado».

En lo alto del tejado de La Punta, en los brazos de su madre, junto a su padre Manuel y su hermano Miguel pasó Francisco Periche sus primeras horas de vida. «Estuvieron toda la noche sin poder bajar. Hasta bien entrado el día siguiente, cuando los militares ya iban alertando de que las aguas se estaban retirando, no pudieron bajar». Aún quedaba la segunda riada, la que golpeó Valencia en la tarde del 14 de octubre. Pero entonces todas las advertencias a una población ya en alerta evitaron males mayores. «Lo que más recordaban luego mis padres es la barbaridad de barro que había por todos lados».

A la Fuensanta

De aquella vivienda en la que Periche vino al mundo no queda hoy ni su tejado ni una piedra sobre otra. «El agua la dañó bastante, pero no desapareció por eso, fue ya con el paso del tiempo», recuerda el valenciano. Como otros muchos damnificados de la riada, su nuevo hogar nació de la ayuda popular. El barrio de la Fuensanta, bautizado así en honor a la patrona de Murcia, la Virgen de la Fuensanta, fue la 'zona cero de la solidaridad' tras la riada.

Creada con donaciones de murcianos y la recaudación de subastas con gestos tan recordados como la donación del anillo episcopal por el entonces arzobispo de Valencia, monseñor Marcelino Olaechea, para que pujaran por él en Radio Juventud de Murcia. En la Fuensanta, en una vivienda «de unos 56 metros cuadrados» que les tocó a los abuelos de Periche, vivieron durante muchos años sus padres «los ocho hermanos que éramos («siete varones y mi hermana Luisa», puntualiza) y mis abuelos, imagínate que casi no teníamos sitio ni donde dormir», rememora hoy.

Bautizo y boda

Pero la familia Periche nunca ha perdido el contacto con los Poblados Marítimos. Ni el personal ni el emocional. El matrimonio y sus ocho hijos estuvieron durante muchos años «veraneando en Nazaret, en la casa que teníamos allí». Todo el día en la playa, «parecíamos 'tarzanes', a toda hora descalzos y sin camiseta». Eran los años de las travesuras en una tierra que primero casi le cuesta la vida antes de nacer. «Pues no hemos robado allí sandías y melones en el campo mi primo y yo», bromea Francisco. Y en la iglesia de La Punta, apenas a un paseo del tejado en que sus padres vieron de madrugada la vida pasar, allí fue bautizado Periche, y en ese mismo altar se casó con Dolores Abad, la que hoy sigue siendo su esposa.

Recuerda como a los 10 años llevaron a varios afectados de la riada a ver a Franco en una visita a Valencia. Pero sobre todo no olvida «el suéter marrón de pico chulísimo que me compró mi padre y que nos dieron para merendar una empanadilla y una 'Coca-Cola». Hoy Periche lucha contra otro 'monstruo', el del paro, en la compleja franja de los 60 años. «Hace 10 cerró la empresa de instalación de conductos de aire acondicionado, y nada, ahí sigo, intentando no ahogarme».

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