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El tintineante sonido de la calderilla sepultada en la faltriquera del jefe de los recreativos del barrio nunca lo olvidaremos. Cada zancada de aquel hombre iba acompañada por el dominante ruido metálico de sus monedas. «Jefe, ¿me da cambio?» era el grito de guerra más repetido. El particular microcosmos de los recreativos supuso nuestra iniciación a la vida y nosotros éramos moscas revoloteando alrededor de aquellos expertos jugadores de las máquinas del millón o de 'petacos', en referencia a la marca 'Petaco'.

Algunos tipos mostraban un virtuosismo digno de Lang-Lang, y encima con la chulería de apoyar el moribundo pitillo contra el cristal de la máquina. Uno de ellos, ignoro si por alarde gracioso o por desconocimiento del inglés, cuando la pantalla emitía lo de 'last ball' advirtiendo que esa era la última bola de la partida, mascullaba entre dientes un «mira, lástima de bola me dice la maquinita...». Y los chavales nos partíamos el pecho porque el liderato de aquel menda estaba fuera de toda duda. Resultaba imposible no reír con sus chorradas. Parece que ahora también llegamos a la fase de 'última bola' en este recreativo juego con barniz epistolar. Todavía queda partida y se alarga el plazo hasta el próximo jueves porque en esta tabarra nadie desea precipitarse mediante un paso en falso. Naturalmente Puigdemont sigue envuelto en su verdadera bandera, la ambigüedad, y sólo pretende ganar tiempo mientras prosigue la fuga de empresas. A Rajoy no le sacarán de su cautela y continúa tacita a tacita empleando una santa paciencia que encrespa a buena parte del personal. Al final nos tememos que el lío se reducirá a la derrama de monedas y que alguien gritará lo de «jefe, ¿me da cambio?». Esperemos, eso sí, que esta sea la última bola, lástima de bola, porque la fatiga nos traspasa la osamenta.

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