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La gota fría en Valencia | Aniversario de la Gran Riada

Octubre y la furia del agua

Las últimas grandes tragedias por las lluvias virulentas, la riada del 57 y la pantanada de Tous, cumplen justo ahora su 60 y 35 aniversario. Otoño es, para la Comunitat, la época de los ríos desbocados y de las inundaciones más fatídicas.

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Viernes, 13 de octubre 2017

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En nuestra región habita un dragón furioso que puede despertar en cualquier otoño. Su guarida no es la cueva, sino el cielo. Su daño no es el fuego. Es agua desbocada y a raudales. Su herida es la del olor a fango y muerte en la Ribera por la presa de Tous derrotada. La de personas encaramadas a tejados de pueblos convertidos en lagos. La de los cadáveres de barro de los niños del cauce en la riada del 57

Hay documentadas al menos 50 crecidas del Turia a su paso por Valencia en los últimos siete siglos. La primera constatada fue en octubre de 1321 y la última gran inundación fue la de 1957. Desde enonces no se han registrado unas lluvias similares en su cuenca. Pero no sólo el Júcar o el Turia han dado lugar a inundaciones históricas. Prácticamente todos los ríos de nuestro territorio se han rebelado agigantados por las lluvias.

Empecemos por el calendario y su estación otoñal. Los grandes desastres tienen un denominador común: octubre. Aporta las claves José Ángel Núñez, responsable de Climatología de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) en la Comunitat: «Las lluvias torrenciales en nuestra región suceden en una ventana estrecha. Se habla de que la temperatura del agua del mar es el factor fundamental, pero no es así. La energía almacenada en el mar debe ser traslada hasta capas altas de la atmósfera». Allí en lo alto, con las entradas de aire frío, es donde se gesta ese cielo gris cerrado que genera la lluvia torrencial.

En septiembre, detalla el experto, «no se suele dar un flujo de viento que organice esas lluvias torrenciales. Hay episodios de aguaceros, pero muy litorales y que afectan a una zona muy limitada». Es ya en octubre cuando se alinean los fenómenos más peligrosos: «El mar aún está caliente para alimentar lluvias torrenciales y, en altura, entran masas de aire muy frías». Además, los flujos de este mes ya hacen penetrar las lluvias intensas de procedencia mediterránea hasta las cuencas medias y altas de los ríos.

Ya en invierno se pueden acumular grandes cantidades de lluvia, como ocurrió el año pasado. Esos temporales invernales llegan a abarcar gran extensión y perdurar días, «pero la intensidad de precipitación dista mucho de la de octubre».

Segundo punto clave: cuando más lluvia nos llega, descarga en las zonas de más riesgo, las cabeceras de los ríos. En inundaciones catastróficas como la riada del 57 o el desastre de Tous las mayores cantidades de precipitación no salpicaron el litoral, sino las montañas de interior. Y esos enormes volúmenes de agua luego fluyen hacia la costa. En 1957 los mayores acumulados se midieron aguas arriba del Turia, en Camp de Turia y La Serranía. «Muchos de los problemas surgidos en la ciudad derivaron de la avenida del río, más que de las propias precipitaciones en Valencia», concluye Núñez.

Cuando se produjo la primera avenida del Turia, a última hora del 13 de octubre, sobre la ciudad no llovía. Pero sí lo hizo el día anterior en pueblos del cauce alto y medio del río como Villar del Arzobispo, Casinos o Chelva. Allí se recogieron más de 200 litros por metro cuadrado. En Ademuz cayeron 110, la única vez que se ha superado la barrera de los 100 en esta parte de la provincia. A mediodía del día siguiente, en medio del caos, las precipitaciones torrenciales se repitieron y llegó la segunda riada. Esta vez los valores más altos de precipitación se recogieron entre Castellón y Valencia. En la Sierra Calderona se superaron los 500 litros entre las Ramblas Castellarda y Escarihuela, bautizadas desde entonces como las ramblas asesinas. El día 14 también llovió en la ciudad de forma torrencial, con 100 litros en una hora.

Diluvio en el interior

El otro desastre histórico cumple ahora 35 años. La pantanada de Tous de octubre de 1982. La lluvia comenzó débil en la tarde del 19 de octubre y pasó a torrencial en la madrugada del 20. Y así se mantuvo gran parte del día. Científicos y técnicos estimaron que en la Muela de Cortes se superaron los 1000 litros. Las mediciones de ese día fueron abrumadoras: En Bicorp, 635 litros, en Jalance, 580, y en Enguera, 564. El cielo caía a plomo y la presa se llenó hasta romperse, con la consiguiente devastación de los pueblos de La Ribera.

En la mayoría de aspectos coincide Jorge Olcina, catedrático y responsable del Instituto de Climatología de la Universidad de Alicante (UA). ¿Qué nos hace vulnerables? El experto destaca «las aguas cálidas del Mediterráneo en esta época del año, que favorecen la inestabilidad, y la presencia de relieves montañosos» relacionados con la formación de «nubes convectivas». Y añade la «abundancia de cursos fluviales, normalmente secos, y con comportamiento torrencial que se extienden por todo el territorio valenciano de norte a sur».

La distribución de la población también es un factor de riesgo para Olcina: «Hay un alto grado de ocupación humana del litoral, justo donde desembocan los ríos, barrancos y ramblas que discurren por nuestro territorio».

Vídeo. Los tweets de hace 60 años. LP

Y cuando se disipa el temporal siempre nos hacemos las mismas preguntas. ¿Hemos aprendido del pasado? ¿Nos hemos reforzado lo suficiente? «Nunca se está preparado al 100 % para evitar inundaciones», razona el geógrafo alicantino. «En la franja litoral valenciana llevamos 30 años ocupando espacios de riesgo». No obstante, matiza, «se han llevado a cabo actuaciones muy destacadas como los planes contra inundaciones en las cuencas del Júcar y Segura y también en ciudades». Y lanza una advertencia: quedan todavía «sectores de alto riesgo» sobre los que habrá que ir actuando en los próximos años. Un ejemplo son las 41 infraestructuras contra riadas por valor de 463 millones de euros. A ello se une «la incertidumbre del cambio climático en nuestro territorio, que va a provocar una intensificación y mayor frecuencia de los episodios de fuertes lluvias».

«Creyeron todos que era el fin de la ciudad»

Muchos vivimos con nuestros propios ojos el drama del Tous. A los más jóvenes, padres, abuelos y fotos les han mostrado las calamidades del 57. Pero el mayor desastre documentado en Valencia ocurrió en octubre de 1517. Cientos de muertos, decenas de casas arrasadas y el agua del Turia saltando por encima de los puentes son sólo algunos de los horrores de un episodio que el pasado 27 de septiembre cumplió 500 años. La narración que realizó el cronista sacerdote Gaspar Joan Escolano documenta con detalle las que, posiblemente, sean las horas más tristes y oscuras que jamás ha vivido Valencia.

El religioso describe cómo «llovió en Valencia cerca de cuarenta días continuos que pareció un retrato del diluvio de Noé y se cayeron cosa de cien casas». A los derrumbes, relata Escolano, «siguió una tan inaudita avenida del río Turia que todos entendieron que había llegado el último fin de Valencia».

Era domingo. «La furia y creciente del río fue tan temeraria que se llevó los cuatro puentes de las puertas» y llegó «casi a cubrir de agua todas las calles». A tal extremo «que se navegaba con barcos por sus plazas». Según constato el cronista, «estaba la ciudad hecha una Babilonia de llantos y voces de los que morían ahogados en las aguas y debajo de casas que iban cayendo, que fueron cincuenta».

Los valencianos «rompían el cielo pidiendo misericordia a Dios». Como constató el cura, «no quedó parroquia, ni clero, ni monasterio que, para placar su ira, no saliesen en forma de penitentes en procesión». En algunos edificios el agua alcanzó los «siete palmos de alto».

Ya de noche, y cuando parecía que la riada menguaba, «se revolvió el río tan tempestuosamente que iban hombres nadando por las calles con hachas encendidas para dar lumbre en las casas y camino a los que huían por el agua, que crecía tanto que llegaba a los techos más altos y sacaba las arcas por las ventanas». En medio de esta desolación, «muchos se subieron por los árboles arriba». Escolano describe cómo «se llevó la corriente un niño de teta, en la cuna que le tenía su madre», pero «fue hallado vivo cerca del mar, donde se le había dejado la corriente, encallada en un ribazo».

El mismo día vino el Júcar tan crecido que derribó casas «en Sumacárcer, la mitad de Gabarda y todo Alcocer». También «se hundieron muchas en el arrabal de Alcira» y el agua «se llevó de solo la villa de Carlet cien casas». Aquella noche, en Valencia, «fue visto andar bramando un león por las calles». Se entendió que se había escapado de la leonera del palacio real y asegura el sacerdote que «realzaba el horror en los corazones de los miserables ciudadanos». Fueron nuestras horas más penosas.

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