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Domingo, 17 de junio 2018, 20:18
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Con apenas cinco días de diferencia aparecieron en la Comunitat los cadáveres de dos mujeres que vivían y murieron solas. Nadie las echó en falta, ni siquiera sus familiares más cercanos o sus propios vecinos. La soledad o «epidemia del siglo XXI», como la han bautizado ya algunos expertos, se ha cobrado dos vidas más en la Comunitat y amenaza con seguir extendiéndose. La fallecida encontrada hace dos semanas en el valenciano barrio del Cabanyal había muerto al menos cuatro años antes. El cadáver hallado hace unos días en Elche llevaba en el inmueble varios meses. Dos casos que se suman al del hombre cuyo cuerpo fue encontrado en febrero también en la capital del Turia. Llevaba siete años muerto y los vecinos se habían limitado a tapar las juntas de la puerta con toallas para evitar el hedor que desprendía la vivienda.
José Pelegrí, Defensor del Mayor en funciones, no se lo explica. «Con los avances tecnológicos con los que contamos, que nos tienen localizados en todo momento, ¿tan difícil es detectarlo?», se pregunta, mientras reclama una mayor implicación de las familias.
Y es que el caldo de cultivo para que se reproduzcan situaciones de este tipo es más que patente. En la Comunitat, cerca de 219.000 mayores de 65 años viven solos, lo que supone uno de cada cuatro residentes que ya han superado esa edad. Las mujeres es el grupo predominante puesto que, con casi 150.000, suponen dos de cada tres personas mayores que viven sin compañía.
Al respecto, Pelegrí distingue entre dos grandes grupos: aquellos que lo han decidido y para los que la soledad no supone un problema y «los que están abandonados y no tienen a nadie». Pone el acento en la apatía que se apodera de algunas de estas personas, el no querer salir de casa, y reclama medidas para tratar de atajar la situación. Acelerar los trámites para que los solicitantes consigan alguna de las prestaciones previstas en la Ley de Dependencia, como la atención a domicilio o la teleasistencia, sería una de ellas puesto que, en la actualidad, las esperas medias rondan los 16 meses. Pero no la única. El Defensor del Mayor en funciones solicita una mayor implicación de los médicos de cabecera y los servicios sociales en tareas de detección de casos sensibles y prevención. La sensibilización de los familiares de los mayores, «incluso que un juzgado les obligue a hacerse cargo de ellos», sería otra de las cuestiones relevantes para Pelegrí, así como la difusión de los distintos servicios de atención y acompañamiento previstos para estas personas, como la teleasistencia o contar con el acompañamiento de voluntarios o especialistas. Aquí el problema radica en los recelos que algunos mayores tienen a que «entren en su casa y les controlen», de ahí la importancia de llevar a cabo tareas pedagógicas para difundir la importancia de este tipo de ayudas. En el caso de las mujeres, las reducidas pensiones que perciben son uno de los principales escollos que encuentran en su día a día.
Por su parte, las administraciones autonómica, provinciales y locales, y ONG's como Cruz Roja, tratan de activar los procesos necesario para hacer frente a estas situaciones. Por ejemplo, desde la Conselleria de Igualdad y Políticas Inclusivas explicaron que este departamento «viene impulsando programas cuyo objetivo básico es paliar la soledad y evitar o retrasar al máximo la institucionalización de las personas en centros residenciales, así como facilitar un recurso de apoyo a las familias, que asegura la atención inmediata y permanente de los usuarios y les proporciona seguridad». En esta línea, «se fomentan los programas de ayuda a domicilio, que tienen una especial repercusión entre las personas que viven solas y que disponen de escasos recursos económicos». En concreto, según la conselleria, la Comunitat cuenta con 39.553 beneficiarios de estos programas y recursos: 540 del programa Major a casa (se les facilitan servicios básicos como la comida diaria, el lavado de ropa de cama y baño, así como la limpieza del hogar); 4.100 de la iniciativa Menjar a casa (comida a domicilio); 10.644 beneficiarios de la teleasistencia; otros 2.830 del servicio de ayuda a domicilio y 20.964 beneficiarios más de las prestaciones para el cuidador no profesional (normalmente suele ser un familiar).
Además, a través del reparto de presupuesto del 0,7% del IRPF «anualmente se destinan fondos económicos para subvencionar programas destinados al voluntariado y, sobre todo, enfocados a paliar el aislamiento y la soledad». El pasado año se otorgaron 1,2 millones de euros a 416 entidades de la Comunitat que desarrollan programas de este tipo. Entre otros se financian proyectos de voluntariado de mayores, acompañamiento, envejecimiento activo, actividades de ocio y tiempo libre, talleres, conferencias de salud, viajes, etc.
Cruz Roja también tiene un amplio abanico de programas destinados a atender a mayores que viven solos. Como explica Eva María Navarro, trabajadora social del departamento de mayores de la ONG, sólo en la provincia de Valencia hay más de 5.000 usuarios de la teleasistencia, un sistema que permite a los mayores pulsar un botón si tienen algún problema y, de inmediato, los técnicos de Cruz Roja tratan de localizarles y, si no hay respuesta, ponen en aviso a la persona de contacto, normalmente un familiar cercano. El servicio incluso contempla que se personen en el inmueble o, si es necesario, alerten a la policía. También se realizan seguimientos periódicos de los usuarios -incluso con visitas médicas- a través de llamadas telefónicas en las que se suelen detectar estas situaciones de soledad. De esta tendencia surgen, asimismo, iniciativas como la de Enrédate de Cruz Roja que, a grandes rasgos, consiste en organizar actividades, talleres, charlas y encuentros para invitar a los mayores a salir de casa y tejer redes sociales.
Francisca, Josefa, María, Amparo (por partida doble), Manuela y Carmen son algunas de las usuarias de este programa de Cruz Roja y han querido compartir con LAS PROVINCIAS algunas pinceladas de su día a día. «Voy a gimnasia, al centro de mayores y tengo a mis hijas muy cerca. Además, seguro que el día de mañana no me dejarán sola», apunta Francisca. Josefa, sin embargo, apenas tiene relación con una de sus hijas, precisamente la que más cerca tiene. «Estoy sola pero no me encuentro sola, estoy muy bien atendida. Soy dueña y ama de mi casa y de lo que tengo», agrega. María, por su parte, reconoce que «a veces no te encuentras bien y no te puedes mover, pero no les digo nada a mis hijas por no molestar». Descarta, por el momento, abandonar su casa para irse con sus hijas: «sé que estaría muy bien con ellas, pero allí no conozco a nadie y cuando se van a trabajar estaría sola».
Amparo F. no tiene familiares que vivan cerca de su casa, pero su hijo la llama por teléfono a diario. Admite que «a veces, para que no sufran, le dices que estás bien, pero no es así» y que le gustaría contar con algún tipo de asistencia en casa. Amparo C. odia «comer sola» porque «al no estar con nadie, lo hago anárquicamente, pico tonterías y eso no es bueno». Manuela, por su parte, sufre parkinson y esclerodermia y forma parte de una experiencia piloto en la que han instalado sensores en su casa: «Mi hijo, desde el teléfono, sabe en qué habitación estoy». Carmen, por último, admite que la noche en soledad «se hace muy pesada» pero lo compensa siendo profesora de cultura general en un club de jubilados y visitando a sus hijos.
Josefa Gallart
Josefa vive en la misma casa en la que nació en el valenciano barrio del Cabanyal y, desde que murieron sus padres, reside sin compañía. «Soy soltera de las antiguas, el destino de cada uno», describe con una sonrisa. A sus 82 años y tras superar un tumor cerebral sigue adelante con una pensión de algo más de 600 euros y la ayuda de sus hermanos, sobrinos, vecinos y voluntarios de Cruz Roja. «Me levanto, desayuno y me tomo una cantidad tremenda de pastillas; yo me cocino, limpio, me ducho...», apunta, aunque reconoce que lo que más le cuesta es «ponerme y quitarme las medias ortopédicas». Las vecinas le ayudan con la compra, con las visitas al médico y le hacen mucha compañía, sobre todo a última hora de la tarde. «Vamos a misa y a ver a la Virgen», añade.
Sin embargo, y especialmente a raíz de la operación a la que fue sometida para superar el tumor, su salud empezó a deteriorarse. «A temporadas sufro vértigo y en una ocasión me caí en casa y no me podía levantar. Toqué el timbre -el pulsador del servicio de teleasistencia que posee y que alerta de Cruz Roja de que algo puede no ir bien- y grité llamando a mi sobrina -que vive en el piso de arriba-». Al final quedó en un susto, pero sirvió para que empezara a tener todavía más ayuda de la ONG; concretamente a través de las visitas de voluntarios y de llamadas periódica que recibe de los técnicos. «Tengo mis momentos malos, pero pienso que no hay más remedio que levantar el ánimo», añade.
Precisamente este es el aspecto de Josefa que más resalta Blanca, la voluntaria de Cruz Roja que desde hace unos meses visita a la octogenaria. «Es una experiencia bien bonita, me enriquezco más yo que ella. Me llena ver que Pepita -así la llama de forma familiar- es una mujer extraordinaria, tiene un carisma único, la conoce todo el mundo y se nota que en su vida ha hecho mucho por muchas personas. Y además es muy organizada. Me gustaría inyectarme de ese positivismo cuando pase yo por lo mismo», apunta esta psicólogo infantil y educadora ecuatoriana que lleva apenas diez meses en Valencia. «Se mantiene vital porque tiene ganas de luchar», resume la voluntaria.
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