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Consuelo Ordoñez.
Vivir a la sombra del terrorismo

Vivir a la sombra del terrorismo

Sin ETA, las víctimas aún sufren con los gestos políticos que justifican a terroristas o su enaltecimiento en redes sociales

ARTURO CHECA

Martes, 19 de abril 2016, 21:41

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Nada más poner un pie en casa de Consuelo, los ojos escrutadores, sinceros y valientes de Gregorio Ordóñez te observan, impactantes. Los mismos ojos con los que miraba cara a cara a los terroristas y proetarras como presidente del PP de Guipúzcoa. Los mismos ojos con los que no pudo escrutar la mirada cobarde de los asesinos de ETA que lo mataron de un vil tiro en la nuca. «Yo cuando él vivía era la última que me enteraba de lo que estaba haciendo, de la dimensión que tenía. Era una insustancial. Luego veo también a mi sobrino, a su hijo, al que yo he visto crecer y él no, y me da una tremenda impotencia. Pero sobre todo la espina de no haber sido consciente de la importancia de su figura en su vida para apoyarle. Espero estar resarciéndome de aquello que no hice en su momento», confiesa Consuelo Ordóñez (Caracas, 1959). La misma mujer que parece de hierro cuando carga contra quienes homenajean a Otegui a su salida de prisión y que vitupera con ojos chispeantes a los muchos que hacen chistes con el terrorismo en las redes sociales, es la hermana que luego recuerda con mirada húmeda a Gregorio Ordóñez.

Desde hace 24 años Bruno Broseta (Suresnes, Francia; 1962) ha guardado silencio sobre el asesinato de su padre. «Es la primera vez que hago declaraciones de terrorismo», confiesa a LAS PROVINCIAS. Él era entonces un chaval de 29 años que estudiaba en Estados Unidos. No olvida aquella llamada a las tres de la madrugada en la que se le informaba de que su padre estaba entre la vida y la muerte. Una mentira piadosa para no hacerle el viaje de vuelta más agónico. Otro cobarde tiro en la nuca de un pistolero de ETA acabó con el querido profesor Manuel Broseta. ¿Por qué tantos años de silencio del mayor de sus tres hijos? «Cada víctima responde de una forma distinta y lo interioriza de una manera. Yo seguí llorando hasta diez años después de la muerte de mi padre. Luego me dije que había que afrontarlo todo en positivo», resume hoy.

Las de Consuelo y Bruno son sólo dos de las vidas tras la sombra del terrorismo. Dos de los familiares de los más de 800 asesinatos cometidos por ETA. Con la banda asesina disuelta, pero con las armas aún sin entregar y con el crudo yihadismo, las víctimas siguen sufriendo en sus carnes cada muerte del terrorismo islamista, cada homenaje en el País Vasco a etarras y cada detenido por enaltecimiento del terrorismo en redes sociales.

En este último capítulo, la Comunitat sigue ocupando un papel trágicamente preponderante. El último caso, esta misma semana, con el arresto en Alboraya de un chaval de sólo 18 años por burlarse en internet de Miguel Ángel Blanco e Irene Villa, dos de las víctimas más conocidas de la barbarie etarra, y otro apresado en Orihuela. En lo que va de año ha habido cinco casos de valencianos relacionados con este delito, una de las proporciones más elevadas de España: un detenido el pasado mes de enero por burlarse con los atentados de París; otro acusado en mayo en Valencia; los citados arrestos en Alboraya y Orihuela; y la sentencia conocida en mayo de 2015 de dos años de cárcel para un joven de Bellreguard por justificar atentados.

El rostro duro de Consuelo Ordóñez, la presidenta del Colectivo de Víctimas del Terrorismo (Covite) - «donde hay hueco para todo tipo de víctimas; mi vicepresidenta, Laura Martín, es la última víctima del GAL, que mató a su marido», subraya- se vuelve más granítico con este tema. «Algo está pasando en la educación de este país para que haya tantos casos. En los institutos valencianos, a los que vamos a menudo junto a la Fundación Manuel Broseta, los adolescentes no conocen nada de la mayor vulneración de los derechos humanos que ha habido en España, lo que es ETA y los cientos de muertos, algunos en su propia ciudad, los miles de heridos y los miles y miles de desplazados por el conflicto y los millones y millones y millones de gastos en reparar los daños de los atentados. ¿Así como vamos a prevenir estos casos de enaltecimiento que nos hacen tanto daño? ¿Por qué se oculta lo que ha significado ETA?», critica la hermana del concejal asesinado. «Muy bien que mataran a ese degenerado blavero repugnante. Cada año lo celebro». Esa fue la frase pronunciada en las redes sociales por un vecino de Valencia de 42 años en referencia a la muerte de Manuel Broseta. Le costó su detención en septiembre de 2014, tras una investigación de varios meses de la Policía Nacional, con el apoyo de la multinacional Google. Bruno, el mayor de los hijos del profesor, subraya el mucho camino por recorrer en esta materia, uno de los mayores agravios que hoy aún padecen los familiares de los asesinados. «Gracias a muchas cosas, la violencia etarra ha desaparecido. Pero todavía no han entregado las armas ni han pedido perdón a las víctimas. Y están apareciendo actitudes que parecen justificar o legitimar a los asesinos, como determinadas manifestaciones de líderes políticos (critica el posicionamiento positivo de Podemos ante la salida de prisión de Arnaldo Otegui) o manifestaciones en redes sociales. En estas se estimulan y observan comportamientos que son tremendamente ofensivos para las víctimas, y que en general son perseguidos por la justicia. Hay que preservar la libertad de expresión, pero en este caso siempre debería prevalecer la dignidad de las víctimas. Es una nueva forma de violencia», subraya el que fuera hasta 2014 secretario autonómico del Sector Público Empresarial de la Generalitat.

Desde la estantería del apartamento de Consuelo Ordóñez, junto a una ventana a través de la cual se divisa el 'skyline' de Valencia, un marco con la silueta y el característico flequillo del político popular asesinado en 1995 es otra prueba de lo «muy presente que está mi hermano. Ahora ando muy preocupada, mucho, porque a Covite le falta financiación, pero estoy seguro que él, desde donde esté, aunque no soy creyente, nos ayudará a salir adelante como lo ha hecho hasta ahora». En la mesa de su salón hay numerosos libros: 'La hija del txakurra' (apelativo despectivo en euskera contra los policías), 'Agujeros del sistema. Más de 300 asesinatos de ETA sin resolver'...

Terrorismo, terrorismo y terrorismo. Parece incluso la coraza tras la que la se refugia Consuelo Ordóñez. El escudo de un ser humano. Le cuesta hablar a nivel personal de su hermano. Dos décadas después aún le escuece su ausencia. Hasta que vuelve a recordar algunos gestos políticos. Y entonces le hierve de nuevo la sangre. Como al hablar de la falta de acuerdo en el Ayuntamiento de Valencia para dedicar una calle a las víctimas, medida que, afortunadamente, el Consistorio va a reconsiderar. «Es un poco triste que en algo como una calle, que no es mucho pedir, no se pongan de acuerdo. Lo triste es lo que hay de fondo para que no llegue ese acuerdo. Yo propondría no una calle, sino poner una placa en cada lugar de Valencia capital en el que han sido asesinadas víctimas de terrorismo etarra, porque hay tres y mucha gente no sabe ni dónde. La mayoría, por fortuna, si recuerda a Broseta, pero todos han ido al Corte Inglés de Pintor Sorolla y muy pocos valencianos saben que en 1995 allí fue asesinada Josefina Corresa; o Edmundo Casañ, el delegado de Ferrovial», reivindica Ordóñez, ensalzando los tres valores por los que más trabaja Covite: memoria, justicia y verdad.

Casi idénticos a los de la Fundación Broseta. «Memoria, dignidad y justicia», resalta Bruno Broseta. El hijo del profesor invita a hacerse una pregunta personal. «¿Cuántas víctimas del terrorismo ha habido en la Comunitat? Yo creo que no es algo que esté en la memoria de toda la sociedad». No se olvida del terrorismo yihadista que hoy manifiesta su rostro más sangriento: «Es una cuestión geoestratégica, que afecta a todo el mundo. España tiene mucho que decir por su gran experiencia en la lucha contra el terrorismo. Queda mucho por hacer en prevención de la radicalización. Y la prevención de la violencia yihadista debe tener un vector de guerra cibernética o de redes sociales».

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