Borrar
Urgente Detenido un hombre por intentar matar a cuchilladas a otro en Llíria
Manuel Torregrosa Sala, conserje del Casino e informador de Justo García. :: colección f. sala
Me queda la palabra

Me queda la palabra

LAS ERAS FRANCISCO SALA ANIORTE

Martes, 15 de noviembre 2016, 01:55

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Recuerden la poesía de Blas de Otero, cantada e infinitamente escuchada en boca de Paco Ibáñez en aquel concierto en el Teatro Olimpia de París, diciembre de 1969, y que dice así: «Si he perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiré, como un anillo, al agua, si he perdido la voz en la maleza, me queda la palabra. Si he sufrido la sed, el hambre, todo lo que era mío y resultó ser nada, si he segado las sombras en silencio, me queda la palabra. Si abrí los labios para ver el rostro puro y terrible de mi patria, si abrí los labios hasta desgarrármelos, me queda la palabra».

  • Francisco Sala Aniorte

'Huelga' esas palabras, pues voy a escribir de palabras torrevejenses y del Bajo Segura y que se han diluido en un inmenso mar de lenguas que el poeta Salvador Rueda, en el año 1907, vaticinó en el soneto 'A Torrevieja': «Y a ti vendrán de razas diferentes, nuevos idiomas y remotas gentes» .

Catalanismos y valencianismos estaban presentes en el léxico y la fonética de nuestra forma de hablar. Era evidente que la mayoría de los repobladores cristianos de estas tierras fueran aragoneses y catalanes, con marcadas diferencias, baste citar Torrevieja y Guardamar; en este último pueblo solía cantarse: «Les giques de Torrevella, / al cresol dihuen candil, / a la finestra ventana / y al jolivert peregil».

Últimamente nos hemos visto desbordados por publicaciones localistas que recogen las palabras 'exclusivas' de nuestro vocabulario: 'Vocabularios de las hablas murcianas', de Diego Ruiz; 'El diccionario Icue sobre el habla popular de Cartagena', de Ángel Serrano; 'Palabrero de Catral', de José María Cecilia; 'Pipiritaje', de Manuel García; y 'Diccionario callosino', de José María Rives. Además, en otras obras como en el 'Diccionario Aragonés', de Rafael Andolz, usando mismas palabras en los territorios que cabalgan entre las provincias de Murcia y Alicante.

También a Francisco Atienza y Antonio Pérez que, en su 'Diccionario torrevejense', hacen ocurrentes definiciones. En tono jocoso, otro 'Diccionario torrevejense' escrito por José Luis Pérez, dando a conocer un vocabulario local. En ninguno de ellos se hace ningún estudio, ni etimológico, filológico o semántico sobre las palabras que sucintamente definen.

Hay estudios que profundizan en el origen y evolución de nuestra forma de hablar: 'El cambio de lengua en Orihuela, estudio sociolingüístico-histórico del siglo XVII', de Mercedes Abad; 'Sustrato catalán en el habla de del Bajo Segura', de Alberto Soto; 'El habla de Cartagena', de Ginés García; y 'El dialecto murciano como resultado del contacto lingüístico medieval castellano-catalán', de Jordi Colomina.

En nuestro más antiguo pasado, aludiré un artículo publicado el periódico 'El Torre Vigía' de Torrevieja, en 1887, escrito bajo el seudónimo de Un Salinero -creo que, por su estilo y forma, se trata de Luis Cánovas Martínez- destapándonos y descubriendo una forma torrevejense de comunicarse y haciéndose las siguientes preguntas: ¿Cómo se habla en Torrevieja? ¿Mal o bien?

Las partes de la gramática son cuatro: analogía, sintaxis, prosodia y ortografía. La sintaxis y a la prosodia son las que más directamente relacionadas con el arte de bien hablar. Según El Salinero, solo teniendo en cuenta la sintaxis, los torrevejenses hablaban bien, pero si no se atiende más que a la prosodia, nuestros paisanos conversaban mal.

Incurrían en vicios, como los valencianos de introducir la preposición 'de' en medio de cualquier oración estropeándola y hasta trastocando su sentido, como cuando dicen: «las había de muy bonitas»; defectos como el de los catalanes de sustituir la preposición 'con' con la de 'en' y decir, por ejemplo: «estoy todo el día en una tacita de caldo», que no parecía sino, que era un raro modelo de las especies de los pigmeos y tenían por habitación la diminuta vasija de porcelana. También se observaban en las reuniones de obreros a las puertas de las eras, los días en que no había trabajo en las salinas, abundancia en la copia de palabras, razones, apóstrofes y metáforas que disentían lo discutible.

Palabras mal acentuadas se oían a finales del siglo XIX a montones; también las letras cambiadas y fuera de su sitio y, sobre todo ese odio a las consonantes 'c' y 'z' y el destierro de su pronunciación a que las condenaron nuestros paisanos. De esto resultan casos como aquel de una mamá que oyendo decir al novio de su hija que se iba a «casar» se puso contenta como unas pascuas, y luego por poco no le saca los ojos al infeliz cuando averiguó que lo que había querido decir era que se iba a correr liebres con galgos; es la última reminiscencia de nuestro contacto con el reino de Valencia. En este confín de la provincia alicantina el valenciano era desconocido totalmente, pero quedaba como sello indeleble esa preterición injusta de las dos consonantes dentales arriba mencionadas.

El Salinero no por eso lo disculpa, ni aun cuando oyendo hablar a alguna paisana suya le parecía que le acariciaba el oído esa 's' perpetua que corría por toda su conversación. También explicaba que «cualquier lenguaje, por feo y defectuoso que fuera, hablado por una mujer nos parecía mejor que el del orador más correcto y elocuente». El inglés, que para él era el idioma más feo del mundo, pero no así cuando lo hablaban las 'ladys', pareciéndole un canto de ruiseñor. Yo personalmente estoy en desacuerdo con esta opinión; el alemán pronunciado por Ángela Merkel, para mí sigue siendo la lengua más grotesca del universo.

Destacaremos la obra de Justo García Soriano que, aun habiendo pasado más de ochenta años de su publicación, es referente relevante de nuestra forma de hablar, 'Vocabulario del dialecto murciano', publicada en 1932 y laureada con el Premio del Duque de Berwick y de Alba por la Academia Española de la Lengua. Además de contener un serio y profundo estudio lingüístico, reunió las palabras que componen la obra sirviéndose de la información epistolar y verbal de muchos vecinos, de todas las clases sociales y especialmente, para la zona torrevejense, de Alfredo Martínez, marinero, pescador y salinero; y de Manuel Torregrosa Sala, conserje del Casino de Torrevieja. Sugiero su lectura.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios