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CRÍTICA DE CINE

POLICÍACO ESPAÑOL

Jaime Crespo

Miércoles, 9 de noviembre 2016, 10:33

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Las novelas del género negro, a lo que se añade el cine policíaco, suelen retratar eficazmente la naturaleza de nuestra sociedad, tanto en el pasado como en el presente, teniendo en cuenta circunstancias tanto sociales como políticas.

La historia del cine español, tal como se revelo, en junio de este año, en el programa que La 2 le dedicó al género, tiene una buena cosecha de cintas policíacas y un buen número de realizadores que, en los años cincuenta del pasado siglo, contribuyeron a darle realce.

Julio Coll ('Distrito quinto', 'Un vaso de whisky', 'Los cuervos'), Juan Bosch, con 'A sangre fría', Miguel Iglesias con 'El cerco', han dejado, entre otros realizadores, una estimable producción.

Ahora, a Raúl Arévalo, en la reciente 'Tarde para la ira', como a Alberto Rodríguez en 'La isla mínima', viene a unírseles Rodrigo Sorogoyen, con una manifiesta voluntad de lograr un filme entretenido, construido con buen ritmo, a partir de una investigación criminal que coincide, en el tiempo, con la visita del Papa Benedicto XVI a Madrid.

Lo mejor de 'Que Dios nos perdone' es la atmósfera tejida en los despachos de las dependencias de la policía, la violencia malsana establecida entre algunos agentes, las disputas entre ellos por resentidas cuestiones anteriores y el celo profesional de algunos frente a la desidia de otros. Le sigue una descripción urbana de lo más tétrica, rodada en lo más lóbrego del parque inmobiliario del centro madrileño, continuándole una persecución callejera en medio de una aglomeración humana a consecuencias de la movilización religiosa.

El retrato de personajes, no solo en su comportamiento, como en la imagen física que componen, impecable o desaliñada, es absolutamente eficaz, aunque quedan algunas lagunas respecto a la relación existente, tanto entre los dos policías protagonistas, magníficos Antonio de la Torre y Roberto Álamo, como entre el primero y su aventura amorosa, y el segundo respecto a su relación familiar.

La tartamudez del intachable sabueso que encarna de la Torre, pulcro y certero en sus indagaciones, queda completada con la fortaleza y mala catadura de su compañero, díscolo y salvaje con sus colegas.

No obstante, se aprecian ciertos interrogantes en la trama, a pesar de que el guión ha sido premiado en el reciente Festival de San Sebastián, sobre todo en lo que se refiere al personaje interpretado por Roberto Álamo, desde el instante en que es expulsado del cuerpo. Un desenlace socorrido, aunque no por ello inválido, completa la certera impronta que deja este filme.

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