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Reproducción 'Blanco y Negro', 4 febrero 1923.
Amore

Amore

ANTONIO LUIS GALIANO

Viernes, 4 de noviembre 2016, 09:10

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No soy de los lectores que les guste subrayar en los libros o poner notas en los márgenes. Sin embargo he de reconocer que en algunas ocasiones lo he hecho, y curiosamente sobre referencias al amor, en latín clásico 'amare'. La última ocasión hace bien poco, leyendo la novela 'Destinos cautivos' de Nieves Hidalgo, en la que dentro de un ambiente renacentistas con personajes reales como el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros o el infante Fernando, hijo de Juana de Castilla, surge una historia de amor, que es definido por uno de los protagonistas como «un libro de muchas páginas que se escribe día a día». Con anterioridad, en 1968, en la novela de Morris West 'La sandalias del pescador', dejé marcada la frase: «Que recibir y exigir es sólo una cara de la medalla del amor. Dar es la otra cara, y sólo en ella se demuestra la calidad del cuño». A estas alturas creo que nos habremos dado cuenta que estas frases pueden ser aplicables a cualquier tipo de amor entre seres humanos, aunque lo sea paterno o materno filial o fraternal. Pero, dentro de las diferentes facetas del amor, surgen muchas veces dificultades que obligan a actuar humildemente y reconocer los errores, sirviendo para ello, lo que en la penúltima frase de 'Love story' de Erich Sagal se dice: «El amor significa no tener que decir nunca lo siento», a lo que se podría añadir aquella sentencia de Bourdalone: «Perdonar sinceramente y de buena fe, perdonar sin reservas; he aquí la prueba más dura a que se puede ver sometido el amor».

Con todo ello, nos podríamos plantear en momentos de la historia en los que las restricciones en las relaciones entre hombre y mujer, había que recurrir a los más sofisticados artilugios, que podían ir desde escalar hasta un balcón, o auxiliarse de una celestina, o simplemente mediante una epístola. Pues bien, a esto último nos vamos a referir, recurriendo para ello a una obra impresa en Orihuela, en 1701 por Jaime Mesnier, reimpresa treinta y dos años después por Enrique Gómez en la misma, y de la que poseo un ejemplar que adquirí en la Librería Creus, en la calle la Paja de Barcelona por 500 pesetas hace ya casi treinta años. Dicha obra tuvo varias ediciones en Barcelona, Gerona y Madrid, y recientemente, a través de un catálogo del librero Antonio Mateos, de Málaga, se ofrece un ejemplar publicado en esta última, en 1756, llevando añadida 'La Guía de Caminos, para ir, y venir por todas las Provincias de España, y para ir a Roma'. El autor es anónimo o 'un curioso', como se dice en la portada, y que Josef Montesinos Pérez Martínez de Orumbella nos descubre que era Ginés Juan Portillo, y lleva por título «Formulario y nuevo estilo de cartas, a diferentes assumptos y responder a ellas, y especies de correspondencias a lo moderno, conforme a el uso, que oy se practica. Las cortesías que se ha de guardar en el principio, medio y fin de las cartas, y antes de la firma y con que personas».

Este largo título, que invita a rebuscar en el índice de la obra, nos lleva hasta las páginas 186-195, bajo el epígrafe titulado 'Papeles amorosos'. En ellos se facilitaba a un galán no muy ducho en las letras cómo debía dirigirse a una señora «que bien quiere, dándola a entender por él su afición», poniendo en su conocimiento que continuaba paseando por la calle donde vivía, poniendo los ojos en sus ventanas, mostrando suspiros y señas. Para ello, osaba a enviarle «toscos borrones» confeccionados con afecto, esperando recibir alivio en su corazón. Pero, si no recibía respuesta o ésta era negativa, también se le facilitaba al enamorado un modelo de carta para solicitar una osada segunda oportunidad, sintiéndose «medroso y confuso», demandando permiso «para que en la hoguera» de su amor ardiera eternamente la memoria de la dama. Al final, como dice el refrán, el que la sigue la consigue, y la dichosa dama aceptaba. Así mismo, el 'Formulario' le facilitaba a ésta una sencilla respuesta en estos términos: «Señor mío, sus corteses expresiones de v.m. disculpan el atrevimiento, aunque debe v.m. advertir que las mujeres de mis obligaciones deben, por razón de estado, hacer gala de altivas, sin incurrir en la nota de ingratas, asegurándole a v.m. que el continuo paseo de mi calle, y mirar mis ventanas, ha puesto mi descuido en reparo, noticiándole por ahora, que aunque no esté en posesión de admitido, no desagrada con lo que sirve. Dios guarde a v.m. muchos años». Si por el contrario, la dama se desentendía del acoso, también se facilitaba una respuesta, que tenía aires despreciativos, hasta el punto de decirle que no gastara su tiempo inútilmente. Si el asunto del amor se iba complicando, y el galán era despedido con cajas destempladas, en la cortedad de su imaginación epistolar, se ayudaba al mismo en estos términos: «Señora, el verme despedido de v.md. mas es maligno influjo de mi estrella que desagrado que haya motivado mi obsequio; pues aunque v.m. me da carta de libertad, cuando yo la pretendía de esclavo, es desgracia que se consigue sin buscarla; en fin, queda v.m. ufana con el despojo, y yo con el consuelo de despedido, que no hay mal que no le tenga, y siempre de haber sido, aunque desechado de v.m. a quien Dios guarde muchos años».

Así se las gastaban en estos asuntos del amor aquellos enamorados del siglo XVIII, sin utilizar citas como las que apuntábamos al principio, aunque ahora todo sería más simplificado a través del 'whatsapp', con si, no, ok, o hasta nunca.

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