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Pilar M. Maciá
Lunes, 31 de octubre 2016, 00:57
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El recuerdo obligado a Miguel Hernández cada 30 de octubre, cuando se celebran años del alumbramiento que desde una pequeña casa de la calle San Juan más lustre ha dado al nombre de Orihuela por todo el mundo, pretendió llenar ayer de actividad y de público algunos de los espacios donde transcurrieron la infancia y juventud del poeta cabrero en el casco antiguo de su ciudad natal. Lo primero, las actividades, se consiguieron de la mano de la Concejalía de Cultura, pero el público que acudió a cuentagotas durante la mañana demostró que Orihuela todavía le debe mucho a su poeta. La misma poca suerte que el escritor tuvo en su vida se reflejó ayer en un domingo radiante en el que las posibilidades de disfrutar del campo o la playa junto con las obligadas visitas de estos días a los cementerios o la ruta de la tapa sirvieron como excusa para optar por otros planes. Porque Miguel Hernández nació a dos días de Todos los Santos y murió un Domingo de Ramos, de forma que la fortuna tampoco le acompañó en fechas señaladas para una ciudad eminentemente religiosa.
El Rincón Hernandiano y la Casa Museo fueron los dos espacios más transitados de la mañana, con talleres infantiles en la plaza, el micrófono abierto en el patio y el trasiego de actores de Teatro Expresión, que caracterizados como la familia Hernández Gilabert representaron, con texto de Atanasio Die, las que podrían haber sido escenas cotidianas de la vida del cabrero Vicenterre y los suyos. Un joven Miguel se sentaba bajo la higuera para preguntarse por qué las ideas se le agolpaban en la cabeza, y pedía una vida más fácil, como la de su padre y su hermano encargados de las cabras mientras su hermana Encarna ya vaticinaba que Miguel no se dedicaría al rebaño. La sala de exposiciones permaneció igualmente abierta, para disfrutar de la muestra 'Me lamo barro' de Cristóbal Barbero.
A mediodía partió por la calle Arriba una ruta teatralizada donde los pasodobles y el afán por hacer partícipe al público acabó con varias bajas en la comitiva que la inició. De hecho esta actividad fue criticada por la concejal socialista Carmen Gutiérrez, quien consideró que no era de recibo e incluso calificó de mal gusto que en medio de un juego se comenzara a recitar uno de los poemas dedicado por Miguel Hernández a su primer hijo tras su fallecimiento. La ruta pasó por las plazas de Santa Lucía, donde se dispusieron varios talleres para niños y la de Ramón Sijé, donde actores caracterizados como el poeta y su esposa leyeron la correspondencia que ambos se mandaron durante el periplo carcelario del escritor por varios puntos de la geografía española. Mientras ellos no leían, los asistentes pudieron entrar en una estructura que simulaba una cebolla y donde se reflejaron las fechas más importantes de la vida del oriolano universal en cuyo interior había un micrófono y poemas colgados que se fueron leyendo.
La Plaza del Salvador fue la última parada en el recorrido iniciado en el Rincón Hernandiano, donde un ballet de jóvenes representó el espectáculo 'Higueras de inspiraciones' para animar la calle Mayor. En la plaza hubo un taller de pintura que plasmó en unos murales los sentimientos de quienes participaron en él.
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