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Iván Otero, vecino de Bono Guarner, y José María Hernández, de la Plataforma Renfe, miran desde el patio de una finca los trenes dispuestos en los andenes del AVE.
Como vivir dentro de una estación

Como vivir dentro de una estación

Sufren la actividad de los trenes desde las 4.30 horas hasta más allá de la medianoche y exigen medidas para amortiguar el sonido

José Vicente Pérez Pardo

Domingo, 30 de agosto 2015, 00:58

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Si se acuerdan de 'La terminal', aquella película de Tom Hanks en la que un hombre se veía obligado a vivir dentro de un aeropuerto, podrán si acaso comprender lo que sería residir en una terminal de ferrocarril. Poco les falta a los residentes de Bono Guarner, la calle que está pegada a la estación provisional del AVE en Alicante. Viven al ritmo que marcan los horarios de los trenes, una hora y media antes de las seis de la mañana que parte el primero y bastante después de la medianoche que lo hace el último, lo que les hace insoportable la existencia en sus domicilios.

La distancia de sus ventanas con la terminal es mínima, apenas 50 metros separan sus salones y dormitorios con las plataformas de Alta Velocidad. Nada les queda en medio de la estación, pues incluso los muros de algunas fincas son propiedad de Adif, la empresa estatal encargada de las infraestructuras ferroviarias. Nada les guarda de los ruidos de los motores de las locomotoras, los sistemas de refrigeración de los vagones ni la megafonía que llega hasta el último tramo del último andén. Nadie ha puesto ni una pantalla, como en las autopistas, ni nada parecido.

«Tienes que hablar a gritos a las tantas de la mañana porque en un tono normal ni se nos oye», explica Iván Otero, portavoz de los vecinos en su lucha contra el ruido. Aburrido y desvelado, muestra algunas grabaciones a distintas horas de la madrugada (que se pueden ver en la página web de este periódico) del ruido que hacen trenes e instalaciones del complejo ferroviario, como un compresor o una subestación eléctrica situada cerca de su casa. Y todo eso con las ventanas cerradas. Ahora, en verano, es una utopía abrirlas.

La última medición realizada por la Policía Local a instancias de un vecino de Bono Guarner marcaba 60.5 decibelios a la 1.15 horas del 28 de abril de 2012, según consta en el atestado que ha podido ver este periódico. Este nivel supera, incluso, el nivel sonoro permitido en el día y rebasa con mucho el del horario nocturno (entre 23 y 7 horas), establecido en 45 decibelios por la normativa municipal.

Esta batalla no es nueva, la verdad. Han pasado por este problema desde hace muchos años, con las obras de construcción del AVE por en medio, pero la promesa de que las vías irían soterradas les había hecho esperar una solución, que finalmente no llegó. Llevan más de dos años de quejas porque, al contrario que en otras instalaciones como el aeropuerto, allí nadie insonoriza nada. Llevaron más de 300 firmas a la anterior concejal de Urbanismo, Marta García-Romeu, pero tampoco lograron nada con su mediación.

Los vecinos escribieron entonces a Fomento para reclamar que pusieran alguna medida y su respuesta fue que la estación de Alicante no superaba las 30.000 circulaciones al año y que no era obligatorio. Sobre el mapa acústico le aseguran que es competencia del Ayuntamiento.

También han pedido al Ministerio un informe sobre la potencia y tensión de las catenarias, puesto que notan las vibraciones hasta en el salón de sus domicilios. No tienen noticia hasta la fecha.

Con su insistencia han conseguido victorias parciales, como que un camión cisterna no vacíe a las cuatro de la tarde los servicios de los AVE, sino que lo hagan en Atocha; o que moderen el volumen de la megafonía, ya que no pueden dejarla solo en el hall. Pero no es suficiente.

Iván Otero continúa, junto con la Plataforma Renfe, en esta lucha para conseguir, por lo menos, «unas pantallas acústicas curvas que reflejen los sonidos hacia adentro», reclama. Deberían ir desde el andén hasta la boca del túnel del soterramiento para proteger a los vecinos expuestos a estos ruidos tan molestos. Mientras tanto, continúan asomados las madrugadas a la estación, la misma que forma parte de sus vidas.

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