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Boeckmans, inconsciente en el suelo.
«Boeckmans no respiraba»

«Boeckmans no respiraba»

El médico Mikel Martínez salva al ciclista del Lotto, que se destrozó la cara contra un bordillo, de ahogarse en su sangre

J. GÓMEZ PEÑA

Domingo, 30 de agosto 2015, 00:58

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«Ufff. Todavía tengo el cuerpo revuelto». Mikel Martínez, médico de la Vuelta a España, lleva muchos años de sobresalto como jefe de Urgencias del hospital de Basurto (Bilbao). Dos horas después de la caída del belga Kris Boeckmans aún le duraba el escalofrío. «Ha sido impresionante». Boeckmans se dio contra el bordillo. De frente. Fue un impacto seco. El corredor quedó boca abajo, blando, ido. Martínez llegó apresurado. Vio el casco, roto por la parte trasera. ¿Tendría partido el cráneo? No. Un charco de «medio litro» de sangre crecía alrededor de la cabeza del corredor. «No respiraba», relató el médico. Alarma. Le inmovilizaron el cuello y, sin dudar, Martínez le abrió la tráquea con el tubo de Guedel. Boeckmans se estaba ahogando en su sangre. Un par de minutos más y estaba perdido. Martínez le rescató, le sacó de ese remolino interno de sangre. Le salvó la vida.

Boeckmans está en coma inducido. Tiene tres costillas rotas, un pulmón perforado, fracturas en la cara y en estado grave, pero vivo. En la ambulancia y con el oxígeno hinchando de vida sus pulmones comenzó a reaccionar, a escupir y toser la sangre que encharcaba sus pulmones. Buen síntoma. Su cuerpo reaccionaba, se defendía de los efectos del tremendo golpe. También tenía varias costillas afectadas. Ingresó en la unidad de cuidados intensivos del hospital Arrixaca. Martínez estuvo con él. «Está estable, grave pero estable», respiró. Boeckmans sufre un fuerte traumatismo craneoencefálico y torácico. Se aplastó la cara y el pecho contra un bordillo de Murcia. El médico de la Vuelta estaba «impresionado» por las heridas.

El dedo de la mala suerte apuntó directo a la rotonda de acceso a la avenida Juan Carlos I, una de las arterias principales de Murcia. Aún faltaban 50 kilómetros de etapa. Dos ciclistas del Lotto, Boeckmans y Van der Sanden, iban juntos en mitad del pelotón. Según el relato de Van der Sande, Boeckman echaba en ese momento un trago. Sol y sed. Su rueda delantera botó sobre un bache y perdió el control. La única mano que dirigía el manillar no le bastó. Se precipitó de cara contra el bordillo. Eso encendió la mecha de un dominó de caídas. Chirridos, gritos. Un parpadeo y todo del revés. La Vuelta se echó la manos a la cabeza.

Ciclistas a los raíles del tranvía. Allí quedó Daniel Martin, boca arriba, tieso -retirado-. Al otro lado, pegado al filo del bordillo, Van Garderen se agarraba el hombro roto. Pálido -retirado, también-. Y unos metros delante, lo peor: dolor y sangre. Boeckmans, tirado boca abajo, no se movía. Ojos blancos. A la Vuelta retornó el eco de otro golpe así, en 1985, en La Coruña. Fernando Astorqui, a bocados, se bebió por el tubo de Guedel la sangre que ahogaba al mallorquín Salvá. Dos fotografías en rojo unidas por el sencillo tubo. Boeckmans quedó ingresado. Salvá guarda la foto en la que Astorqui le ayudó a nacer por segunda vez. Boeckmans tendrá la suya con Martínez, que ayer le dio una segunda oportunidad.

A veces, una etapa sale peligrosa. La de ayer. Había que subir dos veces a La Cresta del Gallo, la cuesta pegada a Murcia. Y había que bajarla otra dos veces. Es un puerto con doble filo. Corta hacia arriba y aún más hacia abajo. Carretera estrecha, retorcida, con ese asfalto de Murcia que no conoce la lluvia, que brilla pulido al sol. Y en el borde, el quitamiedos. La cuchilla. «Ya se sabía que iba a ser peligroso. Estábamos advertidos», dijo Valverde, que es de Murcia. Pero nadie estaba avisado de que la mala suerte iba a atacar antes de la Cresta, en el bache que casi ahogó a Boeckmans.

Más caídas

Con ese susto recorriendo las espalda de los que esquivaron el golpe, llegó la Cresta, que tiene fama de arisca. Cumplió. Primero tiró a uno de los escapados, Howes, que encogió las manos para no amputárselas con el guardarraíl. Luego, en el segundo paso, la Cresta se cargó a uno de los suyos, a Rojas, también murciano. Patinó y se arrastró por debajo de la guillotina del pretil. Qué etapa. Los favoritos se atacaban en el descenso. Medían su temple. Ninguno flojeó.

Ya de espaldas a la escabechina de la Crespa, los 50 supervivientes tiraron hacia Murcia. La etapa del miedo se terminaba. Qué va. A ocho kilómetros, cuando Losada, Gonçalves y Elissonde llevaban unos metros de ventaja, en el grupo Sagan se abrió a la izquierda. Una maniobra habitual. Sagan, al que todos vigilaban, se apartó. Que tiren los demás. Y ahí le atropelló una motocicleta de la Vuelta a la que los jueces habían permitido adelantar. En carrera, el ciclista tiene siempre prioridad. Punto. Sagan salió por los aires. Aterrizó de cuello, patas arriba. Se levantó y arremetió contra todo: a puñetazos contra el coche médico, a patadas con su bici. Destrozó contra el suelo la rueda delantera. Juraba. Tenía el culo en carne viva. Entró en la meta con fuego dentro. Para colmo, el jurado le multó por dañar la imagen del ciclismo. Sí es cierto que la Vuelta no dio ayer la mejor imagen, pero no fue culpa de Sagan. A ocho kilómetros de meta, un ciclista sólo mira hacia delante, hacia la victoria. No espera que le ataque a traición una moto.

Mientras Sagan se desesperaba, un ciclista belga de 28 años, dorsal 111, se quitaba con espasmos la sangre que le anegaba los pulmones. A su lado iban Mikel Martínez y el tubo de Guedel, los que le salvaron de morir en la etapa más dañina de la Vuelta, la que acabó en Murcia, donde otro belga, Stuyven, batió al sprint a Pello Bilbao, y donde todos los favoritos llegaron de la mano, asustados. Vivos, incluido Boeckmans.

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